Comunicado de la Vicaría para el Testimonio de la Fe de la Diócesis de Huelva sobre las balsas de fosfoyesos.
«Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba».
Recordando este cántico de san Francisco de Asís es como inicia el Santo Padre su encíclica sobre el cuidado de la Casa Común (18 de junio de 2015), una «Casa» que «clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y el abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella». Durante años, el hombre ha antepuesto el beneficio económico y el provecho personal al beneficio común y al desarrollo sostenible y es ahora cuando el desastre ecológico sacude las conciencias, hace estragos y se busca sanar la herida de una Tierra que, en Huelva, cuenta con una gran cicatriz: las balsas de fosfoyesos.
Nuestro obispo, José Vilaplana, con ocasión de la publicación de la encíclica del Papa, ya apremió a abrir «un tiempo definitivo para el diálogo y el compromiso de todos y, de forma especial, de los agentes empresariales, políticos y sociales, a fin de llegar a soluciones capaces de equilibrar principios tan fundamentales como el derecho al trabajo, la justicia social y el respeto al bien común, con un desarrollo económico capaz de sostener una verdadera armonía ecológica».
La cultura del descarte de la que habla el Papa, traducida al ámbito medioambiental, ha llevado a una sobreexplotación de los recursos naturales y a una contaminación industrial que han acarreado, tanto importantes problemas de salud para la población onubense, como la pérdida de especies autóctonas, algo a lo que se une un desarrollo urbanístico desacerbado que ha invadido irracionalmente nuestro espacio natural. Todo ello, que copa ahora la actualidad y concentra las investigaciones de expertos y la preocupación de los onubenses, duele profundamente a la Iglesia de Huelva.
Lo esgrime el Santo Padre en su encíclica: «hay que considerar también la contaminación producida por los residuos, incluyendo los desechos peligrosos presentes en distintos ambientes. Se producen cientos de millones de toneladas de residuos por año, muchos de ellos no biodegradables: residuos domiciliarios y comerciales, residuos de demolición, residuos clínicos, electrónicos e industriales, residuos altamente tóxicos y radioactivos. La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería».
Es tiempo, por tanto, de aunar esfuerzos en favor de nuestra Casa Común, a través de la apertura de las partes implicadas a un diálogo que quede exento de intereses particulares y coyunturales. Urge sanar la herida que la mano del hombre ha causado a la Tierra. Es tiempo de encontrar una solución equilibrada a los problemas que provocaron el daño y, siempre, de seguir dando gracias a Dios por el regalo de la Creación.