Celebramos el último domingo del mes de octubre, que se corresponde con el domingo 30º del tiempo ordinario, y la Iglesia nos presenta el evangelio de Lucas (Lc 18,9-14) en el que aparecen rezando un publicano que se sitúa avergonzado al final del templo y un fariseo que orgulloso se coloca en primera fila. En la parábola, después de que el domingo pasado el mismo Jesús nos hablara del juez injusto y la viuda hablando de la oración constante, Jesús continúa insistiendo en la oración, en la relación del hombre con Dios.
Hemos terminado el mes de octubre, mes de las misiones por antonomasia, donde la invitación que se nos ha hecho es a redescubrir el mandato de Jesús de “ir a anunciar el evangelio a toda la creación” que está en la esencia de nuestra Iglesia. Este año con el lema “misioneros de la esperanza, entre los pueblos” se nos recuerda que ante una sociedad tan desequilibrada socialmente con tanto sufrimiento, tantos vacíos, tantas depresiones, tantos momentos de soledad, Jesucristo nos invita a llevar la Esperanza a todas la gente que se sienten desesperanzadas. Es llevar el evangelio que da luces, que presenta un proyecto de vida, que incluso habla de un proyecto de sociedad que tanto necesitamos.
Muchas veces este proyecto de Dios no se entiende bien. Es lo que aparece en la parábola de Jesús del Evangelio de hoy. Ese fariseo presumiendo de lo bien que hace las cosas, de lo bueno que es, que pareciera que va a la oración para que Dios le aplauda por sus buenos gestos y su bien estar; incluso se permite el lujo de despreciar a los demás porque los demás no son como él. En el otro extremo del templo está el publicano que no se atreve a levantar la cabeza, porque es consciente de su pequeñez delante de Dios y de sus pecados, y lo único que sabe balbucear es “Señor ten piedad de mí”. Dice Jesús en el evangelio que este último salió justificado.
Cuántas veces tenemos que ponernos delante de Dios no para presumir de lo bien que hacemos las cosas sino para presentarle nuestro corazón con todas esas carencias por las que necesitamos que Él nos dé ese poquito de esperanza que necesitamos. Que él nos toque el corazón y nos envíe a presentar el Evangelio a toda la creación, porque solo descubriendo la necesidad que tenemos de Dios seremos capaces de salir de nosotros mismos, ponernos en camino, ponernos en las manos de Dios, y anunciar el Evangelio.
Delegación Diocesana de Misiones
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