Santos Pedro y Pablo

Santos Pedro y Pablo

Hemos celebrado la Pascua, con la grandeza que encierran esos cincuenta días de disfrute de la Resurrección. En este tiempo, hemos sentido que la vida se regenera en todos los sentidos. Hemos despedido a Francisco y hemos dado la bienvenida a León XIV. El tiempo de Dios siempre es un tiempo de sorpresas.

Los dos últimos domingos hemos esponjado el alma con la celebración de la Trinidad y del Corpus Christi. Y ahora se nos presenta este domingo, con dos pilares de la Iglesia, para ponernos los pies en la tierra y seguir pensando en la Iglesia como signo de esperanza para el mundo, mirando a Pedro y Pablo como guías y columnas en las que apoyarnos.

Si la primera lectura nos narra grandes acontecimientos en momentos difíciles de los inicios de la Iglesia, también nos abre un camino para leer nuestra propia historia a la luz de ellos. Podemos seguir diciendo: ¡Qué grande es nuestro Dios!, que siempre responde ante nuestras necesidades. Con el salmo, bendecimos al Señor en todo momento. ¿Quién de nosotros no puede proclamar las maravillas que ha hecho en su vida? ¿Acaso nuestro Dios no se ha manifestado de tal manera en nosotros como para no dar gracias por lo que es y ha hecho? Gustad y ved qué bueno es el Señor. El domingo pasado celebrábamos que Él se nos hacía pan para el alma, para seguir gustando y compartiendo, y no quedarnos hambrientos, porque el hambre puede matar la vida de las personas.

Es en la segunda lectura donde vemos cómo Pablo nos invita a interiorizar nuestro camino: cómo vamos combatiendo y corriendo hacia la meta que cada uno tiene, cómo vamos manteniendo la fe. Porque la fe hay que cuidarla, no es algo que hayamos ganado para siempre; hay que conservarla y hacerla crecer, para que, cuando lleguemos a la meta, podamos decir lo mismo que Pablo expresa en el texto. Qué bueno sería si así fuera, porque también nos haría pensar que no lo merecemos todo por nuestros esfuerzos, sino que Dios es el motor y principio de nuestro ser, no sólo en las dificultades, sino en toda nuestra vida. Así llegamos a decir con Pedro: ¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo!

No sé cuán grande es para ti celebrar a los pilares de la Iglesia. Es importante no sabernos como islas; siempre es fundamental reconocer que Pedro va unas veces delante, otras detrás empujando, pero siempre acompañando. Seguimos trabajando como Iglesia en la sinodalidad; se nos da la oportunidad de descubrir cómo, tanto a nivel personal como diocesano, vamos creciendo y respondiendo a los acontecimientos de la vida.

Hoy celebramos a estas dos figuras centrales. Hoy celebramos la expansión y consolidación del cristianismo. Hoy seguimos recordando su testimonio de fe. Y aquí estamos, habiendo recogido el testigo que ellos dejaron con su sangre, sabiendo que a nosotros, aún, la fe no nos ha costado sangre. Sin embargo, tenemos presentes a tantos mártires actuales que sí la han dado, aunque de ellos apenas se hable.

Delegación Diocesana de Educación y Cultura

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