¿LEGAL O MORAL? DIOS NO SE SIENTA EN EL CONGRESO, por Jesús Martín Gómez

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

Uno de los fenómenos más curiosos que podemos comprobar en las últimas décadas es cómo se ha venido desdibujando la barrera entre la legalidad y la moralidad. Por así decirlo, hoy en día decir que algo es legal es como aseverar que verdaderamente esto puede ser aceptado por cualquier conciencia. Así es para la mayoría de nuestros contemporáneos. Si algo está permitido por la ley es que en sí es algo bueno o, al menos, algo que no me afecta de manera negativa ni perjudica a mi integridad.

Ciertamente vivimos una época confusa en la que la ley civil decide qué es la vida o qué la muerte, a qué llamamos matrimonio y hasta qué debe considerarse un ser humano. Esta sustitución de la conciencia moral por la legalidad, nos ayuda a entender que Dios no se sienta en el congreso y, que las decisiones que se toman en la Carrera de san Jerónimo, con mucha frecuencia, están a menudo influenciadas por ideologías, intereses económicos o presiones sociales

Hemos de reconocer que la ley es primordial para el orden social, pero lo legal no siempre es justo o moral. Si echamos la vista atrás descubrimos que se permitía la esclavitud, que la pena de muerte era considerada algo deseable, que tener determinadas tendencias políticas, religiosas o sexuales te exponía a recibir castigos o multas. Todo ello con la ley debajo del brazo y para el cumplimiento de la misma. Hoy, con un barniz de progreso, se legalizan prácticas que hieren profundamente la dignidad humana.

La Iglesia defiende que la ley humana debería estar en armonía con la ley natural, que no es la ley de la naturaleza como muchos incultos se empeñan en aseverar, sino esa brújula interior que nos señala el bien incluso antes de que nos lo diga la autoridad externa. Se trata de volver a la madurez en la que también formar y sanar las conciencias en favor del bien, no solo para evitar el castigo del peso de la ley. En una sociedad inmadura solamente podemos esperar que las personas actúen para evitar el castigo, pero no porque verdaderamente se dejen llevar por el peso de su conciencia.

No se trata de imponer la fe, sino de recordar que hay verdades que trascienden las modas culturales o los consensos momentáneos. La fe, ya lo sabemos, no se impone, se propone, y cuando la ley civil contradice la ley moral, el cristiano tiene una sola opción: obedecer a Dios antes que a los hombres (Hechos 5,29). La objeción de conciencia no es desobediencia caprichosa, es fidelidad a una verdad más alta que cualquier mayoría parlamentaria.

Jesús Martín Gómez

Párroco de Vera

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