
Querida Comunidad,
Cuando salía el féretro del Papa de la Basílica de San Pedro creí que me iba a echar a llorar, pero me acordé las veces que he estado con él en su apartamento y nos reíamos de los golpes de gracia que tenía. Yo también intentaba que se riese pues me suponía que ya tenía bastantes preocupaciones.
Un día le pregunté que cómo aguantaba tantas críticas e insultos. El humor nos salva, me dijo. La gente que va como vendiendo vinagre por el mundo no nos puede ni debe amargar la vida. Las personas de fe reparten alegría, porque tienen esperanza. Los que se piensan ilustrados porque creen saberlo todo, pero son incapaces de misericordia y empatía están perdiendo la vida.
Escucharle era una experiencia de paz intensa. A lo largo de la conversación iba como desbrozando de malas hierbas, espinas y piedras las páginas del Evangelio. Sonaba todo a nuevo. Porque la tradición es viva, crece y se complementa con novedades necesarias. Su sencillez era profunda, de verdades eternas. Se gozaba en su presencia.
Sabía que estábamos en un mundo convulso, de enfrentamientos, en un profundo cambio, quizás más intenso y rápido que el de la Edad Media, el del Renacimiento o el de la Revolución Industrial. Y la iglesia no podía mirar a otro lado, ni estar en la retaguardia esperando a que sucedieran los acontecimientos, debía de ser ese hospital de campaña que diese respuestas, sobre todo, a los más pobres y necesitados. Aquellos que no tienen donde agarrarse. Son nuestros hermanos. La Iglesia ha de estar en la vanguardia, en primera línea de fuego. Y no replegada sobre sí misma, enquistada, en huida. La Iglesia está en salida, por los caminos del mundo, samaritana, acogiendo al desvalido. El buen samaritano no le preguntó quién era, qué religión profesaba, cómo vivía… le miró y se conmovió.
No olvides nunca a los pobres. Las tentaciones de poder, de gloria, de soberbia, de enriquecimiento… son las mismas que ya Cristo rechazó en el desierto. El boato, la vanidad, no sirven para nada, aleja a los pobres y engaña a los sencillos. Los pobres nos hacen volver al buen camino, a Cristo que no tenía donde reclinar la cabeza. Pero esto se nos olvida muchas veces.
Por eso el discernimiento no es una invención de última hora, es la necesidad de preguntar, escuchar y dialogar, y estos verbos en plural, porque, si no, nos engañamos a nosotros mismos. Peregrinamos juntos, juntos hacemos el camino. No es tiempo de descartes sino de acoger a todos, sin miedo, porque la Iglesia sale ganando. Incluso después de un profundo y diverso diálogo me puedo equivocar o que las cosas no han salido como estaban previstas. Pero no ha sido una decisión individualista, sino que el diálogo en el Espíritu no puede equivocarse. Seguro que son las trabas, tan humanas, que ponemos todos, las que hace que fracasen.
Claro, que después, vendrán los profetas de malos augurios que se creen en la verdad, con mayúsculas, pero que sus vidas no corresponden con lo que predican, y se les conoce muy pronto, pues su soberbia manifiesta lo que son. Hay demasiadas palabras y muy pocos hechos. Son como los doctores de la ley que nos cargan con pesados fardos, pero ellos no viven.
Sabemos que el Papa Francisco dedicaba a la oración dos horas diarias. Un día le dije que yo me aburriría, a veces me cuesta tan solo media hora, porque me despisto pensando en las cosas que tengo que hacer. Se echó a reír de nuevo. Me miró con ternura (como diciendo, pobrecillo) y me dijo: no es cuestión de decir palabras. Es cuestión de escuchar. Prueba una hora diaria y olvídate de todo, saldrás ganando.
Nos ha quedado en los oídos su grito: en la Iglesia cabemos todos, todos, todos. Una reiteración como cuando decimos por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Como cuando aclamamos a Dios santo, santo, santo. es la plenitud. Pero algunos dirán: a mí este o estas personas no me gustan son pecadoras, son herejes, son impuras, o simplemente me caen mal, cómo van a estar a mi lado. Luego viene la soberbia: yo que soy un servidor fiel, escrupuloso en la verdad, que no te he fallado en nada y viene ese hijo tuyo y le haces una fiesta. Y las críticas, miradle, se rodea de prostitutas y come con pecadores.
En fin. La historia se repite. ¡Qué pena! Cuándo aprenderemos.
Cuando terminó la celebración y regresaron el féretro a San Pedro, para llevarle desde allí a su sepultura, hubo un movimiento del grupo de los obispos para acercarnos, logré adelantar por un lateral y ponerme en primera fila y al verle pasar a hombros de los gentilhombres, entonces le susurré el nombre de algunas personas que me pidieron le dijera, cuando estuviera cerca de él, ¡cuánto le querían!… y ya, con las lágrimas en los ojos, le dije: mi querido Papa Francisco, gracias por todo lo que has querido a nuestra Iglesia de Almería. ¡Ánimo y adelante!
Almería, martes 29 de abril de 2025, Catedral 20:00 horas.
+ Antonio Gómez Cantero