
Homilía de Mons. Jesús Catalá en la Misa del Domingo de Ramos celebrada en la Catedral de Málaga
DOMINGO DE RAMOS
(Catedral-Málaga, 13 abril 2025)
Lecturas: Is 50, 4-7; Sal 21, 8-9.17-24; Flp 2, 6-11; Lc 22, 14 – 23, 56.
Vivir la esperanza cristiana
1.- El Domingo de Ramos es como el pórtico de entrada a la Semana Santa, en la que los cristianos celebramos el acontecimiento central de nuestra fe, el misterio pascual de Jesucristo. El relato de la cruel Pasión de Jesús nos envuelve en un mar de sufrimiento, pero también ilumina nuestra vida como un rayo de esperanza.
Los hijos de Israel aclamaban a Jesús, que llega a hombros de un pollino en su entrada en Jerusalén, tomando ramas de árboles y palmas; alfombrando el camino y gritando: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!» (Mt 21, 9; cf. Jn 12, 13). Así hemos cantado también nosotros en este Domingo de Ramos, viniendo desde la iglesia de san Agustín hasta la Catedral, acompañando a Jesús en su entrada triunfal en Jerusalén.
El ánimo de los discípulos y de los peregrinos se llenaba de entusiasmo y al proclamar a Jesús como «Hijo de David», la esperanza atraviesa sus corazones, pensando que el Mesías, el nuevo David, implantará su reino definitivo de amor, de misericordia y de perdón; no el reino que esperaban sus contemporáneos.
2.- La liturgia de hoy nos invita a acoger a Jesús, que viene como Rey y Salvador nuestro, aclamándolo como «Hijo de David» (Mc 10, 47). Acompañando a Jesús en su entrada en Jerusalén renace también la esperanza en nuestros corazones.
La mujer cananea (cf. Mt 15, 22), el ciego Bartimeo (cf. Mc 10, 47) y los dos ciegos del camino (cf. Mt 20, 29) imploraban su misericordia diciendo: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!». Jesús les cura de sus cegueras y sana sus males, que representan sus pecados.
Al igual que ellos, queridos hermanos, pidamos a Jesús, el Hijo de David e Hijo de Dios, que tenga compasión de nosotros; que perdone nuestros pecados y sane nuestras heridas, causadas por el pecado.
En la festividad de hoy cantamos himnos de bendición, de alabanza y de júbilo, porque Jesús, el Hijo de Dios y Mesías esperado, ha visitado su pueblo para redimirlo.
3.- Pocos días después de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, la muchedumbre, en vez de aclamar a Jesús y defenderlo, gritarán a Pilato: «¡Crucifícalo!», como hemos escuchado en el evangelio de la Pasión según san Lucas.
A pesar de haber visto los milagros de Jesús, escuchado sus enseñanzas y compartido su vida, los discípulos y otros fieles, huirán desconcertados y desilusionados, porque Jesús no había realizado lo que ellos esperaban.
¿Qué esperamos nosotros de Jesús? ¿Qué queremos que haga por nosotros? Hoy debemos preguntarnos ¿quién es para nosotros Jesús de Nazaret? ¿Es para nosotros el Hijo de Dios? ¿Esperamos tal vez un rey temporal? ¿Deseamos ostentar poder terrenal? ¿Le pedimos que sane solo nuestras enfermedades físicas? ¿O que nos dé felicidad terrena? ¿Dónde ponemos nuestra esperanza? O mejor, ¿en quién ponemos nuestra esperanza?
El trono de gloria de Jesús será la cruz. Nuestro Mesías, a quien queremos seguir, no nos ofrece una bienaventuranza terrena, sino una esperanza eterna. Nos invita a relegar la felicidad inmediata para obtenerla más verdadera en el más allá; en la otra vida.
El Domingo de Ramos nos anima a acoger al Señor, el Mesías Salvador, en toda su verdad, sin adornos ni paliativos; nos invita a seguirlo hasta la cruz. Pero sabemos que su Pascua de muerte es también de resurrección y de vida. ¡Ésta es la esperanza cristiana!
4.- Queridos fieles, el Domingo de Ramos de la Pasión del Señor es una fiesta de esperanza; no para esperar cosas terrenales, sino para celebrar la entrada triunfal Jesús de Nazaret en Jerusalén como Rey-Mesías, como Hijo de David e Hijo de Dios, que viene a liberar a la humanidad de su postración y de su pecado; y viene a redimirnos a cada uno de nosotros. Por eso hemos de reconocer nuestra debilidad pecadora, para ser perdonados.
Como hemos escuchado en el relato de la Pasión, el Señor, el Mesías esperado, ha soportado nuestras iniquidades; ha cargado con el pecado de toda la humanidad y ha ofrecido su vida para salvar la nuestra.
Hoy es un día de gran esperanza, porque hemos sido liberados de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna, que pesaba sobre nosotros; éramos esclavos de esa muerte y Cristo nos ha liberado.
Queridos hermanos, habiendo escuchado y meditado la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo según el evangelista Lucas (cf. Lc 22, 14 – 23, 56), demos gracias al Señor por haber sido redimidos y vivamos con la esperanza de gozar un día de la Pascua eterna.
Pidamos a la Santísima Virgen María que nos acompañe en el seguimiento de su Hijo Jesús y nos mantenga en la esperanza cristiana. Amén.