
No cabe duda de que el retablo de santa Bárbara es el más valioso y mejor documentado de entre los que posee la Catedral. Pese a su antigüedad (de hecho recordemos que ya estuvo expuesto en la iglesia vieja, precursora de la actual Catedral), ha llegado hasta nuestros días en un aceptable estado de conservación ya que, salvo fragmentos de los doseletes, la copia que de la imagen titular hizo Fernando de Ortiz en el siglo XVIII y la sustitución del sagrario original por la tabla de san Gregorio donada por Enrique Rojas en el XIX, el conjunto mantiene toda su integridad.
Con todo, faltaba uno de los evangelistas que, junto a cuatro padres de la Iglesia, están dispuestos sobre el banco del retablo. La sustracción de esta imagencita debió de producirse hace muchísimo tiempo, dado que las primeras fotografías que existen de este altar muestra su hornacina vacía.
No sería hasta el deanato de Francisco García Mota, concretamente en 1996, cuando se encargó al escultor local Miguel García Navas la hechura de la obra perdida, en concreto san Juan Evangelista. Garciana, que ese era su seudónimo, lo realizó con impronta parecida a las de las efigies góticas con las que se codea, mostrando al de Patmos, sedente, con rostro infantil y ocupado en escribir su Evangelio mientras a sus pies se encuentra el águila que lo identifica iconográficamente. Se da la circunstancia de que el referido artista, fallecido en 2013, detentó el cargo de campanero de nuestra Catedral al sustituir al anterior Francisco de Gálvez, convirtiéndose en el último que detentó esta responsabilidad.