VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, por Manuel Pozo Oller

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

Escribe san Agustín que las bienaventuranzas evangélicas son «un método perfecto de vida cristiana» (De serm. Dom. In mon. I,1,1). El Papa Francisco, en nuestros días, añade que las bienaventuranzas son «la carta de identidad de cristiano» (Audiencia 29 enero 2020). Muchos, a lo largo del tiempo, han llamado a estas páginas la «carta magna del Evangelio». En todo caso, es doctrina aceptada unánimemente, que los evangelistas agrupan este género literario de bienaventuranzas con la intencionalidad de presentar un programa-síntesis del mensaje y la actividad de Jesús y, al tiempo, invitar a los lectores a buscar la felicidad plena por este camino.  No todos los dichos y enseñanzas sobre la felicidad se compendian en los resúmenes de los textos que denominamos como “bienaventuranzas”. Incluso, si se amplía nuestra reflexión, podemos decir que todo el Evangelio, que se traduce del griego como buena nueva, buena noticia, es una oferta al oyente y, más tarde al lector, para que encuentre la felicidad en Dios. San Lucas, en el texto que proclamaremos este domingo en la liturgia (6,17.20-26), añade las llamadas malaventuranzas que son un compendio de “ayes” de advertencia, dirigidos, como traduce el profesor Juan Mateos, para aquellos que «tienen el corazón apegado al dinero y a las cosas» y, en consecuencia, provocan sufrimiento sin misericordia a los más débiles e indefensos a costa de la acumulación de dinero, el estado de juerga y despilfarro permanente y la búsqueda de reconocimiento público y homenajes.

Llama la atención en el texto la atracción que ejerce Jesús sobre las muchedumbres que acuden “de todas partes” para “escucharle” y a que les “cure” de sus enfermedades en contraposición a los ricos en el amplio sentido del vocablo que no necesitan ni a Dios ni a nadie.

El primer paso para encontrar la paz y la felicidad, es ponerse en camino para buscar a Dios. El filósofo francés Blaise Pascal en sus Pensamientos nos deja caer una perla para caminantes que buscan a Dios, a pesar de las dificultades y noches de la existencia: «si le buscas, es porque ya le tienes».

La persona que se pone en camino para buscar a Dios, en un segundo paso, tiene que tener alma de pobre para escuchar. Cuanto bien hizo y hace el libro que lleva por título Sabiduría de un pobre del P. Eloi Leclerc y las meditaciones de los ejercicios espirituales que el P. Jacques Loew predicó, en la cuaresma del año 1970, al Papa Pablo VI y la Curia romana. Al tratar la bienaventuranza de la pobreza evangélica se preguntaba quién es en verdad el pobre. Él conocía la pobreza material porque participaba en la Misión obrera trabajando como estibador en el puerto de Marsella. También conoció la pobreza espiritual pues por mucho tiempo se confesó ateo, antes de decidir entrar en el Seminario para ser sacerdote. Desde su experiencia humana y espiritual llegaba a la conclusión de que «el pobre es aquél escucha siempre y no es jamás escuchado».

Un tercer paso para vivir las bienaventuranzas es confiar en Dios que es el defensor de los pobres, de los que nada tienen, de los que nada cuentan. Las florecillas sobre san Francisco de Asís nos enseñan que, después de una jornada de predicación sin éxito, la felicidad plena consiste en «hacer todo en nombre del Señor y no pedir nada a cambio». En el sano desapego se encuentra paradójicamente la felicidad. La vanidad, la soberbia, la envidia, en fin, los pecados capitales, son el mayor impedimento para la verdadera alegría.

La enseñanza en la llanura dirigida a los discípulos y a las gentes «provenientes de Judea, de Jerusalén, y de la costa de Tiro y Sidón» (vv. 20-49) es anuncio de la llegada de la salvación y la salud a los que escuchan y se deciden a seguir a Jesús por el camino. Jesucristo, en verdad, es la fuente de la verdadera alegría.

Manuel Pozo Oller

Párroco de Montserrat

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