Este domingo primero de febrero celebramos la fiesta de la Presentación del Señor. La liturgia nos recuerda el episodio de la subida de la Sagrada Familia a Jerusalén para cumplir lo prevenido en la ley mosaica con motivo del parto de María y nacimiento del primogénito (Lc 2, 22-40).
El relato evangélico que cuenta el hecho de la subida al templo, de acuerdo con la tradición, nos muestra la purificación de María a los cuarenta días del parto (vv. 22ª y 24) y el rescate de su primogénito (vv. 22b y 23). Es la primera vez que Jesús niño entra en el templo acompañado de sus padres como un simple y pobre miembro del pueblo de la alianza. María cumple con las normas legales y rituales, y la madre purísima del Señor, se somete a las prescripciones de la ley, que como impura durante cuarenta días desde el parto la mantenían alejada del templo. El día cuarenta, como estaba mandado, debía pereginar al templo y, en el atrio de las mujeres, en la puerta de Nicanor, era declarada pura por un sacerdote. Para la ceremonia de la liberación de la impureza se exigía el sacrificio de un cordero o dos palomas. Para los pobres, para los cuales el cordero era un lujo excesivo, se ofrecían dos palomas. Este fue el caso de la Sagrada Familia.
En la escena del templo sobresalen dos personajes, Simeón y Ana. Los dos ancianos reconocen en Jesús a la luz esperada por los siglos. Ambos no son gente importante ni principal, sino dos personas pobres que aguardan desde la fe, la esperanza y la oración, la salvación del pueblo de Israel. Eran, justos y temerosos de Dios y, por su ejemplaridad, son prototipo del pueblo fiel que espera la llegada del Mesías.
La fiesta de la Presentación, en consecuencia, es fiesta del Encuentro de Jesús con el pueblo que espera al Salvador. Simeón en su Cántico de alabanza (Nunc dimittis) expresa el convencimiento de que la salvación se hace universal en Cristo, “luz de las naciones”. Incluso la salvación se ofrece en situaciones donde el anuncio es difícil o imposible y la luz es rechazada. A este respecto conviene recordar al teólogo protestante D. Bonhoeffer que escribía sobre el modo de proceder: “En vez de hablar de Dios a tu hermano, ¿por qué no hablas a Dios de tu hermano?” Hemos de confiar y ofrecer al hermano la luz, que es para todos sin excepción, esperando que Dios ponga lo demás.
Simeón pronuncia en su discurso un doble oráculo (vv. 34-35) donde presenta las múltiples dificultades que encontrará el Mesías en la historia. Con demasiada frecuencia nos sentimos tentados a neutralizar el escándalo desconcertante de la cruz. En este contexto en el que vaticinan las dificultades el anciano profeta dirige a María un oscuro oráculo: “Y a ti una espada te atravesará”. María en la aceptación de la voluntad del Padre, con corazón de madre, es modelo perfecto de discípula.
El profesor de Sagrada Escritura Ch. Perrot comenta que “después de la tenebrosa profecía de Simeón, el personaje de Ana se presenta como una sonrisa”. Y así lo es. Era hija de Fanuel que en hebreo significa “rostro de Dios”. Pertenecía a la tribu de Aser cuyo significado es “felicidad, bienaventuranza”. Ana fue bendecida con una vejez larga y tranquila. Es el relato de una vejez feliz, bendecida por Dios.
El pasaje se cierra con la figura de Cristo con los rasgos de lo cotidiano (“volvió a Nazaret, su ciudad” ) y de la sabiduría (“crecía, se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba en él”). ¡No hay programa de vida más completo ni más discreto!
Este domingo las familias cristianas llevan al templo a los niños recién nacidos para presentarlos a Dios, dar gracias por el regalo de sus vidas y pedir la bendición para sus familias. También en este domingo celebramos la XXIX Jornada Mundial de la Vida Consagrada que este año 2025 se presenta con el lema de Peregrinos y sembradores de esperanza. Es una Jornada para pedir por los religiosos/as para que sean con Cristo, luz para el mundo.
Manuel Pozo Oller
Párroco de Montserrat