Querida familia diocesana:
Con inmensa alegría quiero anunciar a los hombres y mujeres que peregrinan en la fe en nuestras islas la celebración del Jubileo de la Esperanza. Un tiempo especial de gracia y perdón que nos invita a experimentar de manera más profunda el amor infinito de Dios, capaz de derribar los muros de nuestra tristeza y nuestro desánimo. Al igual que el papa Francisco, también nosotros queremos abrir de par en par las puertas de la misericordia para que todos puedan encontrar en Cristo la luz y el aliento que necesitan para no decaer mientras se prolonga la espera. Así, puestos los ojos en Él, se nos llama a convertirnos en instrumentos de su amor en el mundo.
En su bula de convocatoria, Francisco nos recuerda que la esperanza no es simple optimismo, sino un regalo que Dios nos hace capaz de renovar nuestros corazones y comunidades. Hoy, como Diócesis Nivariense, nos unimos a esta invitación, conscientes de los grandes retos que enfrentamos como Pueblo de Dios. Miremos, pues, hacia dentro, a nuestras comunidades, a nuestras familias y a nuestro propio corazón. Nos encontramos a menudo paralizados por los problemas personales, el desánimo que se extiende en nuestra sociedad y la sensación de que el futuro está lleno de incertidumbres. Por todo ello, este Jubileo es una llamada a romper esas cadenas internas y dejar que la esperanza encienda nuestra propia vida y nos impulse a caminar nuevamente con confianza.
Sucede a menudo que, con una mirada miope, estamos tentados de perder la confianza en este mundo hermoso que Dios nos ha regalado. No caigamos en esa tentación. Nuestro primer reto como creyentes es el de rearmar nuestra confianza en que Dios sigue haciendo su obra en medio de nosotros. Juntos podemos desarmar desde nuestra experiencia de fe, imitando las entrañas de misericordia de nuestro Dios, a quienes siembran división en la sociedad, a los agoreros de malos presagios y a quienes atentan contra la sagrada dignidad de cada hermano y hermana. Así devolveremos la esperanza a un mundo herido, respondiendo con el bien a quienes practican el mal. Si escogemos vivir en el lado tierno de la vida, que hunde sus raíces en el corazón de Dios, mantendremos viva la hoguera que da calor a quienes ya no esperan nada. Y esa luz servirá de guía a los que transitan por el desierto del desaliento y la falta de fe.
Este es un año, también, para reforzar nuestra solidaridad ante el drama que viven miles de hermanos nuestros. Casi a diario, en nuestras costas resuenan los ecos de una tragedia que no podemos ignorar, la de tantas personas migrantes que, impulsados por la esperanza de un futuro mejor, cruzan mares llenos de incertidumbre y recalan en nuestras hermosas costas. Sus vidas, marcadas por el dolor y el anhelo, y la muerte de muchos de ellos debieran interpelarnos profundamente. ¿Cómo no reconocer en ellos el rostro de Cristo, que peregrina junto a los más vulnerables?
Quisiera que este Año Santo sea, por tanto, un tiempo para contemplar la misericordia de Dios, renovar nuestra fe y comprometernos en gestos concretos de solidaridad, especialmente con quienes más lo necesitan. Desde nuestras parroquias, comunidades y movimientos hagamos que la esperanza se convierta en acción, que la oración se traduzca en acogida y que nuestras manos sean instrumentos de paz y justicia.
Y será también un tiempo para alegrarnos juntos. Compartamos nuestra alegría. No olvidemos que hemos recorrido mucho camino. A menudo pienso en las personas que nos han precedido en la fe en estas islas. Estoy convencido de que ellos pidieron a Dios por el futuro de nuestra Diócesis. Y en que nosotros, los que hemos tomado el relevo, somos hoy su esperanza cumplida. Hemos mantenido encendida la antorcha de la fe que nos legaron. Del mismo modo que antes hicieron ellos, nosotros miramos ahora hacia el futuro invocando tiempos de comunión, de fe sincera y transformadora. Estamos plantando la semilla de lo que otros recogerán. Es un motivo de esperanza incalculable saber que estamos escribiendo la historia de nuestra Iglesia más cercana, a la que no le es ajeno ningún rincón de Tenerife, La Palma, La Gomera y El Hierro. Por quienes vendrán, tenemos el encargo hermoso de cuidar la esperanza, de alimentarla con nuestro compromiso, de anunciarla sin complejos. Y esa esperanza tiene un nombre y un rostro: Jesucristo.
Hagámoslo juntos: les invito a participar en las celebraciones, peregrinaciones y actividades que como Diócesis organizaremos para este Jubileo. Que María de Candelaria, nuestra Señora de las Nieves, nuestra Madre Guadalupe y la Virgen de los Reyes… María, Estrella de la Esperanza, nos guíe en este camino de conversión y alegría.
Querida familia diocesana, hagamos de este Jubileo un tiempo inolvidable. Que nuestras comunidades sean auténticos «hospitales de campaña» donde nadie se sienta rechazado y todos experimenten el amor misericordioso de Dios. Donde la esperanza se convierta en la mejor medicina. Para ello, pido a Dios por cada uno. Pidamos juntos a Dios por nuestra Diócesis.
¡Feliz Jubileo!
Antonio M. Pérez Morales
Administrador diocesano