Queridos fieles diocesanos:
Iniciamos un nuevo año litúrgico con el Adviento, donde se nos recuerda que los cristianos somos, en esencia, un pueblo en camino, un pueblo que vive en vigilante y gozosa espera. Este tiempo es mucho más que una simple cuenta regresiva hacia la Navidad; es un verdadero sacramento de esperanza porque nos ayuda a vivir con una mirada renovada el futuro, es una llamada a afianzar nuestra confianza en Dios que es fiel y cumple sus promesas. «La esperanza en el Señor no defrauda, porque no esperamos en las cosas del mundo, sino en Aquel que ha prometido llenar nuestros corazones con su luz» (San Basilio Magno, Reglas Monásticas 45).
Al iniciar este tiempo de gracia, en el que Cristo encarnado cumplió en el seno virginal de María los últimos días para su manifestación humilde y pobre, tierna y sencilla, naciendo en Belén, la Iglesia nos hace una clara y oportuna invitación: fijar la mirada en el cumplimiento de la promesa de salvación que inicia Cristo con su nacimiento.
Pero para participar de esta salvación prometida debemos buscar, esperar y recibir al Señor que llega, y nos dice: «Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20). Pensemos durante este tiempo litúrgico que el Señor desea hospedarse en nuestras casas y que llama a la puerta de nuestros corazones. Abrir la puerta a Jesús significa que nunca estaremos solos; él entra para caminar con nosotros, guiarnos y llenarnos de su paz. Jesús no solo quiere entrar en nuestra vida; Él desea establecer una relación cercana, personal y continua con nosotros. Quiere seguir naciendo en la humanidad a través de nuestras vidas, y busca una mirada en los pobres y sencillos de corazón, que le hacen sitio en su posada. De igual manera, hoy a nosotros nos pide que, como los pastores, salgamos con júbilo a anunciar su llegada. Siendo discípulos que contagien a otros la alegría del recién nacido, que salva, como este año nos invita nuestro plan de pastoral.
«Venid, subamos al monte del Señor. Él nos instruirá en sus caminos, y marcharemos por sus sendas» (Is 2, 3). El Adviento nos invita a levantarnos para luchar por un mundo mejor; levantarnos para ponernos en marcha hacia el futuro que ya está cercano; levantarnos para pedir luz, como el ciego Bartimeo al sentir el paso del Señor; levantarnos para acoger la curación y la salvación de nuestra vida, como hizo el leproso; levantarnos para descubrir el paso de Dios a nuestro lado, como Zaqueo que acogió al Señor en su casa y prometió su conversión.
Jesús mismo nos dice: «Levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación» (Lc 21,28). El Adviento nos llama a que alcemos la cabeza y no andemos cabizbajos, resignados y sin esperanza, mirando sólo la tierra y sin ánimo para mirar el cielo, sentados en actitud de derrota; alcemos la cabeza con orgullo de ser cristianos, hijos de un Dios que se hace hombre como nosotros; alcemos la cabeza para contemplar la aurora que anuncia ya el día.
«Ya es hora de despertaros del sueño, porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe» (Rm 13,11). El Adviento nos alienta a estar siempre despiertos, no con los ojos cargados de sueño como los apóstoles en el huerto de los olivos; estar despiertos como el siervo fiel que espera en vela la llegada de su Señor; estar despiertos como el centinela que espera el amanecer; estar despiertos para descubrir los signos de su presencia en nuestra vida y no dejarnos seducir por las cosas pasajeras. Jesús nos llama a estar despiertos para entender que no podemos quedarnos de brazos cruzados; sino que debemos mantenernos despiertos al compromiso para preparar el camino del Señor, como Juan el Bautista; despiertos a la luz de Cristo, para permitir que su Palabra ilumine nuestras sombras; despiertos para abrirle espacio en nuestro corazón, despojarnos de lo que nos aleja de Él y permitirle transformar nuestras vidas.
«Levántate y resplandece, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti» (Is 60,1). El Adviento nos empuja a ponernos de pie, como María se mantuvo al pie de la Cruz; en pie y valientes, como tantos mártires que entregan sus vidas a causa de su fe; en pie y con paso seguro, convencidos de que el bien siempre tiene la victoria; de pie en permanente búsqueda, como el de los pastores que acudieron al pesebre o los magos que siguieron la estrella; ponernos de pie implica movimiento, es un acto de perseverancia frente a la indiferencia y el desánimo.
A las puertas ya del gran Jubileo de la Encarnación de nuestro Señor, que será inaugurado esta Navidad, doy gracias al Padre que por medio de su Hijo Jesucristo y en el Espíritu Santo realiza su designio de salvación sobre toda la humanidad y en nuestra Iglesia giennense, «que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales» (Ef 1,3). El mundo y la historia son objeto de una inmensa bendición divina que se ha concentrado en la venida del Hijo de Dios encarnado «por nosotros los hombres y por nuestra salvación».
Celebrar el Jubileo ha sido siempre un acontecimiento de gran importancia espiritual, eclesial y social. Desde que Bonifacio VIII instituyó el primer Año Santo en 1300, los cristianos hemos vivido esta celebración como un don especial de gracia, marcado por el perdón de los pecados y, en particular, por la indulgencia, que es expresión plena de la misericordia de Dios.
Que en este Año Jubilar que iniciamos podamos buscar a Jesús en cada momento, esperar en sus promesas con fe y, así, al celebrar su nacimiento en Navidad, nuestros corazones rebosarán de alegría y estarán verdaderamente preparados para recibir al Emmanuel, el Dios-con-nosotros.
Sepamos esperar la venida del Señor, haciendo camino hacia Él.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Sebastián Chico Martínez
Obispo de Jaén
Jaén, 27 de noviembre de 2024
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