Elaborado por la Pastoral Bíblica.
Comenzamos el nuevo año litúrgico y nuestros primeros pasos en él nos sitúan en el tiempo del Adviento. El Adviento es tiempo de preparación y de espera confiada. Cuando esperamos algo realmente importante, la espera nos mantiene despiertos, deseosos y atentos a cuanto acontece. Por ello, se abre el tiempo de Adviento con la presencia de numerosas interpelaciones en forma de imperativos. El imperativo es el modo verbal que se emplea para dar órdenes, hacer peticiones o propuestas. Así pues, escuchemos las peticiones y consejos que nos invitan a entrar despiertos y confiados en este tiempo.
CONTEMPLAR EL ACTUAR DE DIOS
El profeta Jeremías recibe una palabra de consolación del Señor que, ante la realidad que le asola, resulta difícil de creer. “Ya llegan días —oráculo del Señor— en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá”. La atención se pone en una realidad que, por el momento, es solo palabra; ni se ve y, por la circunstancias, tampoco se la espera. Jeremías consuela al pueblo anunciándole el cumplimiento de la promesa acerca de la llegada de un vástago y, con él, los ansiados días de justicia y derecho, días de salvación y paz.
Para captar la profecía es preciso mirar más allá de lo que dicta la realidad. El profeta, servidor de la palabra de Dios, invita a esperar, aun cuando todo parece abocado a su final. Jeremías propone una mirada de la historia y de la realidad que escapa a nuestro mirar, a veces, superficial; es preciso mirar desde Dios; es decir, confiar en que él realiza su promesa.
LA SANA TENSIÓN DE QUIEN ESPERA
Esta mirada contemplativa del actuar salvífico de Dios -que se realiza en la historia y que alcanza su plenitud en los tiempos finales- demanda de nosotros un compromiso tenso y dinámico. Jesús anuncia a sus discípulos su venida final (Lc 21,25-28). En espera del cumplimiento de cuanto promete, los discípulos reciben una invitación a vivir sobriamente, con un sana tensión entre lo que afrontan cotidianamente y lo que esperan. Cuando lo cotidiano nos embota, emborracha, adormece o agobia dejamos de esperar y nos incapacitamos para ver más allá de nosotros mismos, de nuestro pequeño mundo y de nuestros intereses. Nos importa salir hoy del atolladero, pero esperamos poco del mañana.
La esperanza en el Señor que viene es una esperanza activa. Esta motiva nuestro día a día y llena de sentido cada situación que hemos de vivir porque las afrontamos fortalecidos en quien creemos y esto genera esperanza. A ello se refiere san Pablo cuando invita a los tesalonicenses a vivir “fortalecidos internamente”. No ha de extrañarnos entonces que Jesús indique en su advertencia final que es imprescindible “vigilad”. Palabra clave de este primer domingo. Este último imperativo es una llamada de atención. El que no vigila no percibe la novedad que se avecina, da por supuesto cuanto acontece, y es sorprendido cuando llega lo que ha dejado de esperar.
LA PALABRA HOY
¡Ya está aquí el Adviento! Con sorpresa y con cierta extrañeza llega el tiempo de Adviento sin haberlo esperado. Paradojas cristianas. El tiempo de la esperanza nos sorprende, llega inesperadamente. La vida cristiana es Adviento continuo quizá por ello consideramos que es un tiempo litúrgico menor o pensamos que son los previos de Navidad. La condición cristiana es Adviento, espera del Señor que viene, esperanza en la cotidianidad de que Dios cumple su palabra. El Adviento llega a nuestras comunidades y también a nuestras ciudades. ¿Cómo nos ha sorprendido este año?: ¿despiertos o dormidos?, ¿esperanzados o desesperanzados?, ¿vigilantes o negligentes?
Ignacio Rojas Gálvez, osst
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