La oración de los pobres sube a Dios

“La oración de los pobres sube a Dios” (Sir 21,5)
VIII Jornada Mundial de los Pobres

Esta Jornada Mundial de los Pobres fue instituida por el Papa Francisco en 2017, para el
tercer domingo de noviembre. Estamos en su VIII edición. Año tras año viene a ser una
ocasión para caer en la cuenta de la importancia de los pobres en la vida de la Iglesia,
porque los pobres tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios, deben tenerlo
igualmente en el corazón de la Iglesia.
Este año se nos recuerda la oración del pobre. Es un año de preparación para el Año
Jubilar 2025, este año previo dedicado a la oración. Por eso, miremos la oración del
pobre como prototipo de la oración de todo cristiano. En la oración, todos somos pobres
y humildes ante Dios, como nos recuerda Madre Teresa de Calcuta, cuando habló ante
la ONU en octubre de 1985: “Yo sólo soy una pobre monja que reza. Rezando, Jesús
pone su amor en mi corazón y yo salgo a entregarlo a todos los pobres que encuentro en
mi camino. ¡Recen también ustedes! Recen y se darán cuenta de los pobres que tienen a
su lado. Quizá en la misma planta de sus casas. Quizá incluso en sus hogares hay
alguien que espera vuestro amor. Recen, y los ojos se les abrirán, y el corazón se les
llenará de amor”.
Los pobres en la Iglesia no son solamente receptores de la caridad de los demás. En este
tema de la oración y en tantos otros, ellos nos evangelizan. Ellos aportan sus actitudes
fundamentales de confianza en Dios, de necesidad de recurrir a su gracia, ellos tienen
menos peligros de soberbia, porque les falta incluso lo necesario. Acercándonos a los
pobres, ellos nos enseñan mucho en este campo de la confianza en Dios. Nuestra cultura
moderna confía en sus medios, y a veces se hace prepotente; los pobres, sin embargo,
nos enseñan a confiar en Dios por encima de todo. San Agustín nos recuerda: “El pobre
no tiene de qué enorgullecerse; el rico tiene contra qué luchar. Escúchame, pues: sé
verdadero pobre, sé piadoso, sé humilde” (Sermón 14,3.4).
Nos recuerda el Papa en su Menaje: “La Jornada Mundial de los Pobres es ya una cita
obligada para toda comunidad eclesial. Es una oportunidad pastoral que no hay que
subestimar, porque incita a todos los creyentes a escuchar la oración de los pobres,
tomando conciencia de su presencia y su necesidad. Es una ocasión propicia para llevar
a cabo iniciativas que ayuden concretamente a los pobres, y también para reconocer y
apoyar a tantos voluntarios que se dedican con pasión a los más necesitados. Debemos
agradecer al Señor por las personas que se ponen a disposición para escuchar y sostener
a los más pobres”.
En nuestras parroquias y comunidades no puede faltar este elemento esencial de la
Iglesia del Señor, la atención a los pobres. Quizá no podamos resolver sus problemas,
pero podemos escuchar, atender, compartir. Aunque uno viva una vida tranquila, se
encuentra sin quererlo con situaciones que nos desbordan.
Veamos estos días a todos los afectados por los temporales e inundaciones. Todo eso
nos debe sacar de nosotros mismos y nos debe llevar a tender la mano a los demás, por
si podemos ayudarles en algo. Es el testimonio que estamos viendo estos días en tantos
adultos y jóvenes, en sacerdotes, religiosos y laicos. El espectáculo más bonito es el de
la solidaridad, en medio del barro y la fealdad de la desgracia.

Acudamos en ayuda de los pobres, de las personas que están solas y no tienen a nadie,
de los sintecho, de los que no encuentran trabajo, de los que son explotados por la
injusticia de los demás, de los migrantes que llevan buscando una vida mejor. En
nuestra ciudad de Córdoba tenemos un cinturón de asentamientos, ni siquiera son
chabolas, que piden a gritos –silenciosamente- que los saquemos de las graves
injusticias que padecen ellos y sus hijos: sin agua, sin luz, sin higiene, y ante el temor de
ser erradicados del lugar furtivo que ocupan. No podemos mirar para otro lado.
Renuevo mi llamamiento a todas las instituciones de Iglesia y de la Administración
civil, que recauda los impuestos. Es inadmisible en una ciudad moderna como la nuestra
que haya tantas personas en esa situación. Pensemos juntos qué podemos hacer.
Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

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