Con la llegada del último domingo del mes de octubre, ha terminado en Oria la ancestral tradición del Rosario de la Aurora, una antigua costumbre que congrega a los vecinos de este pueblo del norte de la provincia en el alba de todos los domingos de octubre. . Siguiendo la tradición, el último Rosario llegó a la Ermita del patrón, San Gregorio, a quien se rezó, se cantó su himno y se imploró la protección del pueblo. Salvo este último domingo, la climatología ha acompañado este año al Rosario, que no ha dejado de celebrarse un solo domingo, y como es habitual ha discurrido por los itinerarios de costumbre, incluido el cementerio.
Antes de que lleguen las primeras claras del día, las campanas convocan a feligreses y vecinos que acuden a la Basílica de Nuestra Señora de las Mercedes, de donde parte la comitiva con la imagen de la Virgen de Fátima que alumbrada con la luz de las velas recorre las calles de la localidad en diferentes trayectos.
Las Ave Marías y las letanías se suceden entre los misterios que desgrana el párroco, padre Theodore Lejeune, quien dirige el rezo y canto de este madrugador Rosario que a pocos deja indiferentes y que forma parte del gran acervo religioso de Oria conservado durante siglos. Cada misterio se intercala con coplillas, algunas de ancestrales orígenes: “El demonio a la oreja te está diciendo/ no vayas al rosario sigue durmiendo/ viva María, viva el rosario/ viva santo Domingo que lo ha fundado”. Cantan al amanecer las mujeres y hombres que conforman la comitiva del Rosario de la Aurora que, como todos los octubres, despierta al día las calles de Oria en una sucesión interminable de heredados hábitos cristiano. Estas coplas, que tienen mucho que ver con las auroras murcianas y levantinas, antes siempre se acompañaban con música de cuerda y de percusión y sobre todo con una campanilla de bronce.
Estas piadosas manifestaciones se remontan a tiempos inmemoriales de este municipio del Almanzora, en donde los vecinos no han querido privar sus vidas de usos y tradiciones, asumidos con un compromiso cristiano de transmisión generacional más allá de los años.