Celebramos hoy el Domingo Mundial de las Misiones, con el lema “Id e invitad a todos al banquete”. El Papa Francisco ha elegido este año el tema de la parábola evangélica del banquete de bodas (cf. Mt 22,1-14), en la que el rey, después de que los primeros invitados se niegan a participar, envía a sus siervos a invitar a muchas otras personas, a todos los que encuentren. El rechazo de los primeros invitados tiene como efecto la extensión de la invitación a todos, también a los más pobres, abandonados y desheredados. Los siervos reúnen a todos los que encuentran, y la sala se llena. La bondad del rey no tiene límites, y a todos se les da la posibilidad de responder a su llamada. Dios quiere la felicidad de sus hijos, la vida, la alegría. Cuando Jesús describe el Reino de los cielos lo compara con un banquete que Dios prepara. El banquete es una imagen que todos entendemos para expresar todo lo que hay de bueno y de celebrativo, de alegre y festivo, tanto en relación con Dios como con los demás. El banquete es signo de comunión entre los comensales y con el que invita, y aquí es Dios quien invita.
“Id e invitad a todos al banquete”. La razón de la actividad misionera se fundamenta en la voluntad de Dios, que quiere que todos los hombres se conviertan a Cristo y se incorporen a Él formando la Iglesia. El Señor puede conducir a la fe a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa por parte suya, pero la Iglesia tiene el deber y el derecho de evangelizar. La evangelización es un proceso que abarca toda la realidad humana. Consiste en llevar la buena nueva a todos los ambientes, transformar la humanidad a través de la transformación del ser humano. Su finalidad es la conversión del hombre y de la humanidad. Transformar por la fuerza del evangelio los criterios, valores, centros de interés, líneas de pensamiento, fuentes de inspiración, modelos de vida, en definitiva, la cultura del hombre.
La evangelización es el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada persona y a la humanidad entera en el momento presente, en el que conoce grandes conquistas técnicas y científicas, pero tiene el peligro de perder el sentido último de la vida. Sólo desde Cristo el ser humano podrá comprenderse a sí mismo y encontrar el sentido de la vida. La misión es responsabilidad y compromiso de toda la Iglesia, cada miembro según su función y según los carismas recibidos. Todocristiano está llamado a participar en esta misión universal con su propio testimonio evangélico en todos los ambientes, de modo que toda la Iglesia salga continuamente con su Señor y Maestro a los “cruces de los caminos” del mundo de hoy.
Nos unimos al Papa Francisco en el agradecimiento a los misioneros y misioneras que, respondiendo a la llamada de Cristo, han dejado todo para ir lejos de su patria y llevar la Buena Noticia allí donde la gente todavía no la ha recibido o la ha acogido recientemente; su generosa entrega es la expresión palpable del compromiso de la misión ad gentes que Jesús confió a sus discípulos: «Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). Por eso continuemos rezando y dando gracias a Dios por nuevas y numerosas vocaciones misioneras dedicadas a la obra de evangelización hasta los confines de la tierra.
Nos encomendamos a la intercesión de María santísima, que obtuvo de Jesús el primer milagro, precisamente en una fiesta de bodas, en Caná de Galilea (cf. Jn 2,1-12). El Señor ofreció a los esposos y a todos los invitados la abundancia del vino nuevo, signo anticipado del banquete nupcial que Dios prepara para todos, al final de los tiempos. Ella es la Reina de los Apóstoles y la Estrella de la evangelización que nos guía en la misión.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla