Este relato del evangelista Marcos, a modo de catequesis, continúa ofreciéndonos una reflexión que culmina con una enseñanza sobre los valores del Reino de Dios y las actitudes que hemos de tener quienes nos consideramos discípulos de Jesús.
En la primitiva comunidad cristiana, como en todo grupo humano, hay tensiones en la convivencia y también luchas de poder por conseguir los puestos destacados, la autoridad y el dominio sobre los demás, algo que sigue sucediendo en la Iglesia de nuestro tiempo. Esta realidad también estaba presente en la comunidad formada por Jesús y sus primeros discípulos, algo que el evangelista no oculta.
Quienes tienen aires de grandeza, rechazan la humildad como el servicio, de ahí que Jesús, poniendo a un niño como referente, nos corrija e invite a no querer destacar y ambicionar los primeros puestos, sino a llevar una vida sencilla, de entrega a los demás y de entender nuestro trabajo desde el servicio.
Y, una vez más, anunciando Jesús su pasión y forma de muerte en cruz, los discípulos no podían comprender, porque en las pretensiones personales y meramente humanas de ellos no tenían cabida el dolor ni el sufrimiento, pues no podían aceptar, tampoco entender, que quien ellos identificaban con el Mesías prometido tuviera un final trágico y no de triunfo.
Jesús se nos muestra con una autoridad que se fundamenta en el servicio, y él es el ejemplo de quien lo vive día a día, en total entrega a la comunidad, teniendo en cuenta que en el Evangelio, el amor, el servicio y el sufrimiento suelen ir juntos.
Emilio J. Fernández, sacerdote