Siglos atrás la indefensión ante las enfermedades, por lo rudimentaria de la ciencia médica de entonces, incentivó la veneración a los santos buscando en sus historias alguna conexión que los relacionase con la curación de las dolencias.
En el retablo gótico de santa Bárbara, el más antiguo de la Catedral, podemos contemplar a santa Apolonia martirizada en Alejandría en el siglo II por no renegar de Cristo y a la que, entre otros tormentos, sus verdugos le sacaron todos los dientes, como muestra las amenazadoras tenacillas que blande la imagen en su mano izquierda. Este dato bastó para que fuese escogida como especial abogada en las dolencias bucales, llegando a ser una santa popularísima y la mayor competencia que tuvieron los temidos barberos y sacamuelas, antecesores de nuestros dentistas y odontólogos que la siguen teniendo como patrona.
En el capítulo VII de la segunda parte del Quijote, se menciona la pseudo-oración de la santa que todos los españoles de los siglos XVI y XVII se sabían tan de corrido como el padrenuestro o el avemaría y a la que, con fe sencilla y sincera, atribuían el inmediato alivio a cualquier sufrimiento que tuvieran en la boca: A las puertas del Cielo/ Apolonia estaba,/ y la Virgen María por allí pasaba./-Oye, Apolonia ¿qué haces?/¿Duermes o velas?/-¡Señora, ni duermo ni velo,/que de un dolor de muelas me estoy muriendo!/-Por la estrella de Venus y el sol poniente/ por el Santísimo Sacramento/ que tuve en mi vientre/que no te duela más ni muela ni diente.