Todos los días hasta el fin del mundo

La fiesta de San Pedro y San Pablo nos hace recordar al Santo Padre y su ministerio, y orar especialmente por su persona. Como cada año, con motivo de esta fiesta, el 29 de junio se realiza una colecta a nivel mundial, denominada Óbolo de San Pedro, una ayuda económica que los fieles ofrecen al Santo Padre, como expresión de apoyo a la solicitud del Sucesor de Pedro para las múltiples necesidades de la Iglesia universal y las obras de caridad en favor de los más necesitados, familias en dificultad y las poblaciones afectadas por calamidades naturales y guerras, o de cuantos necesitan asistencia.

Lo más importante es, sin duda, valorar la misión que el Señor encomienda a Pedro y sus sucesores, y recordar las palabras de Jesús cuando aseguró al apóstol su protección sobre la iglesia, de modo que “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18). La Iglesia contará con la presencia de Cristo hasta el final de los tiempos para ejercer su ministerio de salvación. Pedro será la roca contra la que se estrellarán las asechanzas del enemigo, que, para llevar a los elegidos a la unidad, contará con unos poderes y facultades singulares para perdonar, regir, enseñar.

Hoy también la Iglesia se ve sacudida por olas turbulentas que pugnan por desbordar la barca de Pedro para hundirla. Son aguas de confusas ideologías costumbres modernas neopaganas. Estos vientos son, en el fondo, los mismos que soplaron contra los primeros cristianos, aunque lo hacen hoy con nuevos lenguajes y otros disfraces, porque el mal se esconde para seducir y engañar. Si volvemos la mirada a los primeros cristianos, su ejemplo nos animará a vivir como ellos lo esencial de la vida cristiana y seguir sus pasos.

Podemos aprender mucho de aquellos cristianos, pues estuvieron en medio del mundo permaneciendo en la vida, sin crear un gueto aparte, pero, eso sí, de modo coherente con la enseñanza de Cristo y su estilo, a pesar de ir contracorriente de los usos y costumbres del mundo pagano de su tiempo, muy opuestos, por cierto, en muchos casos, con la dignidad del hombre y el sentido de la caridad cristiana. Los apóstoles no dudaron en calificar aquellas costumbres como perversas y depravadas (cf. Fil 2,15), alentándoles a vivir conforme al Evangelio. Sin embargo, no todo fue la cuestión moral, ni mucho menos. Lo más importante era la convicción de vivir unidos a Cristo Resucitado, que les confortaba y llenaba de esperanza, consolándoles con su presencia en la comunidad y en los sacramentos. Su conducta ejemplar hacía referencia al crucificado por amor, que había resucitado. El admirable testimonio de fraternidad que cuenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, de escucha de la Palabra de Dios, de obediencia a los pastores, de compartir los bienes, hacía patente un modo de vivir envidiable y una sintonía con Dios admirable. Su palabra, además, era aún más explícita que su modo de vida, pues a nadie se ocultaba su vibrante amor a Cristo vivo. Este testimonio fue la evangelización primera, el primer anuncio, una llamada persuasiva a abrazar la fe. Les confortaba la promesa de Jesús, siempre presente: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20).

En la fiesta de los apóstoles San Pedro y San Pablo recordemos las palabras del Señor y vivamos confiadamente, con coherencia alegre y testimonial, y pidamos por el Santo Padre, y para que crezca nuestra fraternidad y la comunión en la fe, pues la Iglesia de Cristo, “gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él”, “está edificada sobre sólidos cimientos: «los doce apóstoles del Cordero»; es indestructible, porque, según las mismas promesas del Salvador, las puertas del infierno no han prevalecido jamás contra ella; se mantiene infaliblemente en la verdad: Cristo la gobierna por medio de Pedro y los demás apóstoles, presentes en sus sucesores, el Papa y el Colegio de los Obispos” (cf. CIC 834, 869-870).

 

+ Rafael Zornoza

Obispo de Cádiz y Ceuta

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