En la solemnidad de san Pedro y san Pablo

El día 29 celebramos la solemnidad de los Apóstoles san Pedro y san Pablo, el día llamado del Papa. El ministerio del Santo Padre tiene su fundamento en la confesión de fe de Pedro en Jesús, el Hijo de Dios vivo, en virtud de una gracia recibida de lo alto. Este ministerio consiste en confirmar en la fe a sus hermanos, apacentar corderos y ovejas, presidir en la caridad la Iglesia universal, ser principio y fundamento perpetuo y visible de unidad de la Iglesia, tanto de los obispos como de los fieles. Pedro es la piedra sobre la que se edifica la Iglesia, el instrumento para congregar en la unidad a la Iglesia de Cristo. El sucesor de Pedro, hoy como ayer, es principio y fundamento de la unidad en la fe y de la comunión en el amor de Cristo.

En el marco del ejercicio del ministerio petrino, el papa Francisco recibió en audiencia el pasado 13 de junio a los participantes en el encuentro anual con los moderadores de las asociaciones de fieles, de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades promovidas por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. Los animó a “valorizar sus respectivos carismas desde una perspectiva eclesial, para dar su generosa y preciosa contribución a la evangelización”, y les propuso tres “virtudes sinodales” para una conversión interior: “Pensar según Dios, superar toda cerrazón y cultivar la humildad”.

Pensar según Dios significa pasar de un «pensamiento sólo humano» al «pensamiento de Dios». Recordamos la escena evangélica donde Pedro critica a Jesús después del primer anuncio de la Pasión y se opone al plan de Dios. Jesús le responde: «Tú no piensas según Dios, sino según los hombres» (Mc 8,32).  Por eso en la Iglesia, antes de tomar decisiones, iniciar programas, antes de cada apostolado y cada misión, debemos preguntarnos qué quiere Dios de nosotros, y buscar siempre la voluntad de Dios. Porque el protagonista de la misión es el Espíritu Santo, y Dios es siempre más grande que nuestras ideas, nuestras «modas eclesiásticas», y los carismas particulares de nuestros grupos o movimientos. Siempre nos hemos de elevar por encima de nosotros mismos para pensar según Dios y no según los hombres.

La segunda virtud sinodal que el Santo Padre señaló fue la de superar toda cerrazón. Comentó la escena en la que Juan se opone a un hombre que practicaba un exorcismo en nombre de Jesús, pero no era del círculo de los discípulos.  El Papa advirtió que estemos atentos a la tentación del «círculo cerrado». Los apóstoles habían sido elegidos para ser fundamento del nuevo pueblo de Dios, abierto a todas las naciones de la tierra, pero no perciben este gran horizonte, y parecen defender los dones recibidos del Maestro como si fueran privilegios. También nosotros corremos el riesgo de permanecer prisioneros de los “cercos”. Por eso, no hay que bloquearse por el miedo a perder la identidad o el sentido de pertenencia; hay que reconocer la diversidad como una oportunidad, y no como una amenaza.

La humildad fue la tercera virtud que propuso el Santo Padre. La conversión espiritual debe partir de la humildad, ya que es la puerta de entrada a todas las virtudes. Y comentando la escena en la que Santiago y Juan piden lugares de honor junto a Jesús, recuerda que la verdadera grandeza no es ser servido, sino servir, ser servidor de todos. No es posible hacer camino juntos sin humildad, no es posible llevar a cabo la misión sin humildad. Por eso recomendó a todos los presentes que valoren sus carismas, pero en perspectiva eclesial y con una gran humildad. Esto es fundamental para la construcción de una Iglesia sinodal. Sólo la persona humilde valora a los demás y es capaz de pasar del propio «yo», al «nosotros» de la comunidad. La persona humilde defiende la comunión, evita divisiones, supera tensiones, es capaz de prescindir de las propias iniciativas para contribuir a proyectos compartidos, y de esta forma encuentra alegría en el servicio.

+José Ángel Saiz Meneses

Arzobispo de Sevilla

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