“Yo soy del buen Pastor”
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones
Jornada de Vocaciones Nativas
La figura del buen Pastor aparece radiante en este IV domingo de Pascua, empapando
toda la semana de la ternura del pastor, que ha salido a buscar la oveja perdida, y
cuando la encuentra no la apalea ni la riñe, sino que la toma sobre sus hombros, la
acaricia, cura sus heridas y la lleva al redil con las demás.
La imagen del buen pastor proviene del mismo Jesús, que se autoproclama “Yo soy el
buen Pastor”. Tiene raíces bíblicas muy antiguas, cuando Dios se dirige a su pueblo por
medio del profeta Ezequiel para recriminar a los malos pastores, que se aprovechan de
la leche y de la lana de las ovejas, pero no las cuidan (cf Ez 34).
En contraste con aquella mala imagen del pastor, Jesús se presenta como el “buen
pastor”, el pastor bello y fascinante, capaz de enamorar por su belleza. La belleza de
Cristo no reside tanto en su físico, cuanto en su corazón manso y humilde, capaz de
atraer con lazos de amor a aquellos a los que se dirige. Sentirse amado por este buen
pastor enamora.
Este buen pastor, que es Jesucristo, conoce a sus ovejas y sus ovejas le conocen a él.
Conocer no es sólo saber, significa una profunda experiencia de comunión en el amor.
Él nos ama, nos perdona, nos llena de dignidad, incluso cuando la hemos perdido. Es un
amor que regenera. Y nosotros le amamos a él, al sentirnos amados de esta manera. La
figura del buen pastor sugiere un amor de ternura, un amor de lujo, un amor más allá de
lo que uno necesita. Jesucristo buen pastor me conoce, me ama, me acaricia, sana mis
heridas, me lleva a la comunión con los demás en su Iglesia. Qué bonito es el amor de
este buen pastor.
Este buen pastor da la vida por sus ovejas. Dar la vida no es sólo dar vida de la que uno
tiene, comunicándola a los demás. Dar la vida es entregar la vida, es gastar la vida, es
perder la vida para que otros tengan vida, y vida en abundancia. En esta imagen del
buen pastor se encierra todo el misterio de la redención. Jesucristo no sólo ha venido al
mundo para darnos de lo suyo, sino que ha venido para perder la vida por los suyos. El
amor de Jesucristo supone para él perder la vida, morir por nosotros. Y desde su
resurrección nos comunica su nueva vida.
Y en este “dar la vida” se insertan las vocaciones por las que hoy rezamos en la Jornada
Mundial de Oración por las Vocaciones y Jornada de las Vocaciones Nativas, con el
lema “Hágase tu voluntad. Todos discípulos, todos misioneros”. Nos recuerda el Papa
Francisco con motivo de esta Jornada que se trata de implicarse, arriesgando la propia
vida, gastándola en el servicio misionero a los demás.
La vida ha de entenderse como una vocación, una llamada de Dios, para una misión.
Cada uno de nosotros tenemos una vocación para una misión, encomendada por Dios.
Si la vida se plantea poniéndonos a nosotros mismos en el centro de todo, buscaremos
nuestros intereses y no los de Dios. Si entendemos nuestra vida como una vocación para
una misión, abriremos el corazón con la actitud que Cristo nos ha enseñado: “Hágase tu
voluntad”, haciendo coincidir nuestra voluntad con la voluntad del Señor.
Ante este buen pastor, Jesucristo, que nos ama y nos enamora, pidamos al Señor que
haya muchas personas, jóvenes sobre todo, dispuestas a dar su vida para que otros
tengan vida en las distintas vocaciones de Dios en su Iglesia, poniendo especial interés
en las vocaciones que van surgiendo allí donde la Iglesia va implantándose
progresivamente. Son necesarias las vocaciones en todo el mundo, pero especialmente
donde la Iglesia está creciendo y necesita muchos brazos y muchos corazones para
implantar el Reino de Cristo en la historia humana.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba