Domingo IV Tiempo Ordinario – B

Domingo IV Tiempo Ordinario – B

En un mundo donde la palabra ha ido perdiendo el sabor, como sucedía con quienes predicaban la Palabra en aquel momento en la vida contemporánea de Jesús, vemos cómo las mismas palabras las vaciamos de contenido porque es a veces complicado escuchar personas que estén realmente convencidas de lo que dicen. Son aburridos, pesados y siempre hablan de lo mismo, hasta el punto que uno desconecta a los dos minutos. 

Tiempos en los que se buscan las palabras que el otro quiere escuchar, aunque no nos las creamos en el fondo, pero se dicen, casi de carrerilla y sin ningún espíritu que las cuide y les dé fuerza, porque eso no es tan importante. La palabra es importante tanto en cuanto dice lo que quiero escuchar. Y la palabra es importante tanto en cuanto sé expresar lo que los demás quieren escuchar.

Y Jesús, sin andarse con tantos rodeos, habla de lo que piensa, de lo que vive y de lo que dicta su corazón, con auténtico convencimiento.
Su modo de “estar con” no es común a lo que la gente estaba, parece ser, acostumbrada, Y por eso salta el revuelo en los testigos de su predicación, “porque habla con autoridad”.

Pero entonces (uno se puede preguntar) ¿con qué autoridad hablaban quienes tenían la posibilidad de dirigirse a un pueblo que escuchaba con sed de aprender y de caminar según la ley? Prácticamente ninguna.

Sólo Jesús levantaba pasiones porque realmente sentía como propio lo que decía y cumplía su palabra. La palabra cobra vida y no resta vacía.

Es cuando tiene delante de sí al hombre endemoniado que desvela su identidad y  lo manda callar y salir de él. Y así fue.

La Palabra se hace vida y se realiza cambiando el corazón del que está presente.

Nos tendríamos que preguntar el valor, el sentido y la profundidad que le damos a la Palabra cuando nos dirigimos a los demás. Si nos andamos por las ramas, durmiendo a la gente, o si realmente sentimos lo que decimos porque creemos en ello a pies juntillas. Con un mensaje que arrastra, que convence no ya sólo por la palabra en sí, sino porque nuestra vida personal (que no deja de ser pública), concuerda con la palabra que decimos. A eso se le llama coherencia y tal vez en nuestras parroquias y grupos, nuestro lenguaje, lejano de las personas porque es elevado o abstracto, no encaja con la realidad que ni siquiera pudiéramos pensar, convencidos que estamos llegando al público que tenemos delante.

Ay si la Palabra la hiciéramos Palabra en el vivir, porque al hablar simplemente dejaríamos que el Espíritu que vive en nosotros fluya todo aquello que llevamos dentro y de lo que estamos realmente convencidos y que nos ha cambiado la vida.

Vivir la Palabra siendo Palabra. Eso es tener la autoridad de Jesús en medio de su pueblo. Creo que deberíamos hacer todos un poco de ejercicio de autocrítica y hacernos la foto real de dónde estamos y cómo estamos. A partir de ahí muchas cosas podrían cambiar. Y habría valido la pena la predicación de hoy de Jesús en la Sinagoga de nuestras vidas y comunidades.

P. Juanma Arija García,
Secretario CONFER HUELVA

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