Domingo I de Adviento – Ciclo B

Domingo I de Adviento – Ciclo B

El evangelio de este domingo nos invita a vivir en una actitud de vigilancia y de espera activa de la venida del Señor. No se trata de una espera pasiva o de un miedo paralizante, sino de una esperanza confiada y de una fidelidad creativa. Jesús nos advierte que no sabemos el día ni la hora en que él volverá, y que por eso debemos estar siempre preparados, haciendo lo que él nos ha encomendado.

El ejemplo que pone Jesús es el de un hombre que se va de viaje y deja su casa al cuidado de sus siervos, a cada uno con su tarea y al portero con la orden de velar. El señor puede volver en cualquier momento, y espera encontrar a sus siervos cumpliendo con su deber y al portero atento a su llegada. Si se duermen o se descuidan, corren el riesgo de perder la gracia de su presencia y de su recompensa.

La casa que el señor nos ha confiado es nuestra vida, nuestra familia, nuestra comunidad, nuestro mundo. Cada uno tenemos una misión que realizar, un servicio que prestar, un don que compartir. No podemos caer en la rutina, en la pereza, en la indiferencia, en el egoísmo. Debemos estar siempre despiertos, atentos, responsables, generosos. Debemos velar con el corazón, con la fe, con la caridad, con las buenas obras.

Velar significa también estar abiertos a la novedad de Dios, a sus sorpresas, a sus signos. Dios viene a nosotros de muchas maneras, a veces inesperadas o desconcertantes. Viene en su Palabra, en los sacramentos, en la oración, en la Iglesia, en los pobres, en los acontecimientos, en la naturaleza, en la historia. Debemos saber reconocerlo, acogerlo, seguirlo, amarlo. Debemos estar siempre dispuestos a cambiar, a crecer, a convertirnos.

El tiempo de Adviento es una oportunidad para renovar nuestra vigilancia cristiana, para avivar nuestra esperanza, para intensificar nuestro amor. Es un tiempo para preparar el camino al Señor que viene, para hacerle un lugar en nuestro corazón, en nuestra casa, en nuestro mundo. Es un tiempo para pedirle que nos ayude a estar siempre alertas, a no dejarnos llevar por la distracción o la superficialidad, a vivir de modo pleno y consciente, con una preocupación dirigida en primer lugar a los demás.

Que el Señor nos conceda la gracia de vivir este Adviento con alegría y con fidelidad, y que nos encuentre vigilantes cuando venga a visitarnos. Que podamos decirle con el salmista: “Señor, tú eres mi Dios, yo te busco, mi alma tiene sed de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua. ¡Qué admirable es tu misericordia, oh Dios! Por eso los hijos de Adán se acogen a la sombra de tus alas. Mi alma está unida a ti, tu diestra me sostiene” (Sal 63,2.4.9). Amén.

Delegación Diocesana de Medios de Comunicación Sociales

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