La Campaña de Manos Unidas dura todo el año, porque todo el año están alzadas las manos que piden ayuda para salir de sus pobrezas extremas. Durante todo el año trabaja la sede central y las sedes diocesanas de Manos Unidas en España, coordinando proyectos, recibiendo y enviando ayudas al mundo entero. Se trata de una organización seria cuyo impulso más profundo es la acción del Espíritu Santo, que mueve el corazón de la Iglesia a la solidaridad cristiana. Y el Espíritu no se detiene.
En el cruce de caminos y objetivos del Tercer Milenio, de la Agenda 2030, de los Planes para el Desarrollo Mundial, que proponen las instancias mundiales, Manos Unidas busca en España tender puentes y colaborar con todo lo que hay de bueno en el corazón de los hombres de nuestro tiempo, que es mucho. Pero lo hace con una clara identidad católica, es decir, poniendo en el centro de sus intereses la persona humana como imagen de Dios para respetar y promover su dignidad humana, que es la dignidad de los hijos de Dios, buscando siempre el bien integral de la persona, no sólo un aspecto; abiertos -nunca cerrados- a la dimensión transcendente de la persona y su destino eterno, que se fragua en el día a día de su vida en la tierra.
Las ayudas buscan el bien de los destinatarios, no el bien de los donantes. No se trata de destinar una partida económica para lograr un objetivo egoísta en los donantes, se trata de ser generosos dando de lo propio, y dándolo a fondo perdido. Los donativos cristianos brotan de la generosidad de un corazón solidario y fraterno, que se compadece de las necesidades de sus hermanos, aunque no los conozca, y da a los demás no sólo de lo que le sobra, sino incluso de lo necesario. Y lo hace ayunando, privándose de algo.
La desigualdad a la que se refiere el lema de este año 2023 comprende las grandes diferencias en la renta, en la producción, en el trabajo, en los medios de producción, en el bienestar. Grandísimas diferencias en el campo de la educación, de la sanidad, de los derechos más elementales, atropellados en muchos lugares y en muchas personas. La distancia entre ricos y pobres es una brecha creciente, porque creciente es el egoísmo que gobierna los destinos de este mundo. Esa desigualdad puede frenarse con una mayor generosidad, una mayor solidaridad por nuestra parte. Salgamos al encuentro de esas personas que sufren tales desigualdades y viven en la más absoluta pobreza, esa pobreza forzosa, que esclaviza y que mata.
Manos Unidas trabaja normalmente a base de proyectos, que concretan y canalizan los recursos. De esa manera, las donaciones no son partidas anónimas, sino que tienen rostro concreto, proyectos concretos, personas concretas. Se nos invita al ayuno voluntario, porque si la limosna no lleva consigo alguna privación, apenas tiene valor. De esa manera, al valor bruto del euro que entregamos se añade el valor espiritual del sacrificio que ofrecemos. Sin sacrificio no hay redención. La solidaridad que se establece no es fruto solamente de un equilibrio económico y de cifras, sino de un amor ofrecido en el donante y de un amor agradecido en el destinatario.
Aprovecho para agradecer a todas las personas que trabajan en los servicios de Manos Unidas, en nuestra diócesis casi todos voluntarios. El dinero que entregamos no se queda por el camino, sino que llega en su integridad al destino, a las manos de los pobres. Me ha llamado siempre la atención que en cada parroquia hay delegada de Manos Unidas, y en algunos lugares me sorprende la creatividad y las iniciativas para recabar dinero para los más pobres de la tierra. Pongamos todas esas limosnas a los pies de los apóstoles y de sus sucesores para que esta campaña sea una acción eclesial, sinodal, que, al estilo de Jesucristo, se vuelca sobre los más necesitados de la tierra.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández
Obispo de Córdoba.