Felicitación de Navidad del Obispo de Jaén a la Curia diocesana

Diócesis de Jaén
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La diócesis de Jaén es una iglesia particular española sufragánea de la archidiócesis de Granada. Sus sedes son la Catedral de la Asunción de Jaén y Catedral de la Natividad de Nuestra Señora de Baeza.

¡¡Feliz Navidad!!

Nos reunimos hoy en el Seminario, como es tradición, para celebrar, con gozo, el nacimiento del Mesías.

Ésta, mi primera Navidad entre vosotros, está cargada de agradecimiento al Señor. En primer lugar, por la acogida que me estáis brindando en mis primeras semanas como Obispo de esta tierra; y de agradecimiento también a Dios por haberme enviado a una Iglesia, la de Jaén que camina unida, que lo hace en sinodalidad, y en la que se está trabajando desde todas las comunidades parroquiales, pequeñas y grandes, desde la capital hasta el último pueblo, con verdadero entusiasmo, para aportar ideas, para suscitar opiniones, para presentar conclusiones en esta llamada del Santo Padre Francisco que nos pide hoy a todos los cristianos del mundo, con vistas al próximo Sínodo de los Obispos,para que caminemos juntos como Iglesia respondiendo siempre a la voluntad de Dios, en este momento de la historia que vivimos, y con vistas a un futuro que siempre para nosotros cristianos es esperanzador, para seguir haciendo comunidad, para seguir siendo más Iglesia y haciendo crecer a la Iglesia, el Pueblo de Dios, para seguir abriendo las puertas al mundo y que todos conozca el mensaje de amor y de salvación de Jesucristo.

Hoy, os pido que juntos miremos el gran misterio del nacimiento de Jesús, el Niño Dios, y en él contemplemos, a aquellos que caminaron juntos antes que nosotros, y a todos, los que nos precedieron y ahora nosotros, con un único fin: ser fieles al plan de Dios con el mundo, con su Iglesia, con el hombre.

Los primeros que caminaron juntos fueron María y José, que emprendieron, a pocos días antes del nacimiento del Niño Dios, el camino a Belén. Un viaje inesperado y poco oportuno por el avanzado estado de María, pero que también en sí mismo entrañaba parte del plan salvador de Dios. Si el emperador Augusto no hubiera mandado empadronarse a cada cual en su ciudad de origen, María y José no habrían partido hacia Belén y no se habría cumplido la palabra de los profetas: «Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel» (Mt 2, 6).

En la noche del nacimiento del Mesías fueron otros los que caminaron juntos: los pastores. “Había en la misma comarca algunos pastores que dormían al raso y vigilaban por turnos durante la noche su rebaño. Se les presentó el ángel del Señor y la gloria del Señor los envolvió en su luz, y se llenaron de temor; el ángel les dijo: – No teman, pues les anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo: les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor: esto les servirá de señal: encontrarán un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Lc 2, 8).Dios ama lo sencillo, lo pequeño, lo insignificante. Por eso, el rey del mundo, no nació en un palacio, en una gran casa, sino en la humildad de un pesebre. Los primeros que lo visitaron no fueron embajadores, ni grandes personalidades, fueron aquellos pastores que dormían al raso y por turnos vigilaban el ganado. Ante el anuncio del ángel, emprendieron el camino y lo hicieron juntos. Todos, en aquel sencillo pesebre, contemplaron a un bebé recién nacido que encerraba en su pequeñez un mensaje de salvación.

Llegados de lugares dispares, también caminaron juntos los Magos de Oriente. Seguían una estrella, que hablaba de una gran esperanza, y cuando los tres se encontraron, sabían que su destino era acudir juntos hasta el lugar donde marcaba el cometa. Y se pusieron en camino salvando obstáculos, evitando a Herodes, reconociendo en el Niño al “rey de los judíos”. Le entregaron preciosos presentes, que profetizaban la vida del Mesías recién nacido, y juntos se encaminaron hacia sus lugares de origen, pero ahora por un camino diferente.

En esta Navidad también contemplamos cómo los planes de Dios no siempre son nuestros planes, y nos podemos encontrar con dificultades y con obstáculos. La Sagrada Familia también emprendió un camino juntos lejos de su tierra, de su hogar, de su familia, de sus vecinos… Ese camino que los llevaría a Egipto y que los alejaba de los suyos, pero los salvaba de una muerte segura por la persecución del celoso Herodes.

Ahora, que el sucesor de Pedro, el Papa Francisco, nos llama y nos invita a ponernos en camino «Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión», dejémonos transformar por este proceso, que nos invita a toda la Iglesia a interrogarnos sobre un tema decisivo para nuestra vida y nuestra misión: «Precisamente el camino de la sinodalidad es el camino que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio» : caminando juntos, y juntos reflexionando sobre el camino recorrido, la Iglesia podrá aprender, a partir de lo que irá experimentando, cuáles son los procesos que pueden ayudarla a vivir la comunión, a realizar la participación y a abrirse a la misión.

Recordemos a los que nos han precedido en el camino, a los que antes que nosotros ya caminaron juntos en otro tiempo, en otras situaciones, ante otras circunstancias y realidades. Y no olvidemos que todos y cada uno de esos caminos, como los que contemplamos en el misterio del nacimiento del Señor, están inspirados por el Espíritu, responde a los planes de Dios sobre la humanidad, sobre su plan salvífico.

Miremos al Niño nacido en Belén, que desea nacer en nuestro corazón, en nuestra vida. Dejemos acariciarnos por su mirada, por su ternura, por su amor y pongámonos en camino. Mejor dicho, sigamos caminando juntos en ese camino que emprendimos en octubre y que nos llevará desde lo particular de nuestra Iglesia a la universalidad del Pueblo de Dios.

Vivamos estos días con la mirada puesta en el pesebre, que ineludiblemente, nos acerca a los más necesitados, a los que sufren, a los enfermos, a los ancianos, a los que carecen de hogar, a los migrantes, a los temporeros, en definitiva, a los últimos. Disfrutemos de las pequeñas cosas que nos dejan estas fechas: momentos con la familia, tiempo de compartir, de forjar recuerdos, de recordar a los que no están. Que cada uno de estos días, sean fuente de alegría al sabernos amados por Dios que se hace hombre para seguir naciendo en cada uno de nuestros corazones.

Que su luz entre en nuestros corazones, que Él nos salve de todos nuestros males y nos haga mensajeros entusiastas de esta gran noticia entre nuestros hermanos. Que la Virgen María, cuna viviente de Jesús, nos ayude a llegar hasta Él y nos enseñe también a mostrarlo y ofrecerlo a los demás como la gran esperanza que se nos ha dado a toda la humanidad.

 

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