El día de Nochebuena, cuando toda la Iglesia se está preparando para el nacimiento del santo de los santos, Jesús, el Señor, el martirologio romano señala la «conmemoración de todos los santos antepasados de Jesucristo,…
… hijo de David, hijo de Abrahán, hijo de Adán, es decir, los padres que agradaron a Dios y fueron hallados justos, los cuales murieron en la fe sin haber recibido las promesas, pero percibiéndolas y saludándolas, y de los que nació Cristo según la carne, que es Dios bendito sobre todas las cosas y por todos los siglos».
Celebramos la salvación de Adán y Eva junto al resto de patriarcas y matriarcas del Antiguo Testamento, algunos de los cuales tienen, aparte, fecha propia de celebración, como es el caso de Abraham (9 de octubre) o David (29 de diciembre).
Las genealogías de Jesús que recogen los evangelios y que se proclaman hoy, como la de cada uno de nosotros, nos hablan de una historia llena de personas a quienes debemos la vida. Unos habrán tenido muchas virtudes, y otros quizá sean más recordados por sus faltas. En cualquier caso, unos y otros fueron necesarios para que Jesús naciera y para que cada uno de nosotros viniéramos al mundo. Dios no nos ha creado como seres individuales, sino dentro de un pueblo, de una comunidad de pecadores.
Jesús nace hoy en el seno de una gran familia, la familia de los santos a la que todos estamos llamados a pertenecer.
Santos por la gracia de Dios
En la forma de representar el descenso a los infiernos que tiene el arte bizantino, como en la imagen que ilustra esta página, se nos ofrece un detalle catequético que puede pasar desapercibido a muchos: tras morir en la cruz, Jesús rescata a Adán y a Eva de sus sepulcros, pero no los toma de la mano, sino de las muñecas. Quiere significar el autor que son los méritos de Cristo, y no los nuestros, los que nos salvan.
Es Navidad, es tiempo de renovar, junto al portal, nuestro deseo de ser santos; de que ese Niño que viene a formar parte de nuestra familia nos haga santos con su gracia, a pesar de nuestros pecados. Los santos antepasados de Jesús nos invitan a dejar que Él nazca en nuestro corazón.