Artículo publicado por el delegado de Medios de Comunicación de la Diócesis de Málaga, Rafael J. Pérez, en la sección de Opinión, El Alféizar, del Diario SUR.
Más de dos millones y medio de españoles sufren oficialmente depresión. Están diagnosticados. Aunque muchos no se atrevan a confesarlo. Según datos estimativos afecta ya a 322 millones de personas a nivel mundial. Va en aumento. Es una de las tres causas de discapacidad en el mundo. Y, previsiblemente, en 2030 será la primera.
La depresión puede afectarnos en cualquier momento de la vida. Por causas endógenas o exógenas. El sinónimo de depresión no es tristeza, sino falta de vitalidad. Por eso decirle a alguien con depresión que se alegre es como decirle a un cojo que corra. Hay que ser muy cuidadoso en cómo te haces cargo de alguien que sufre una depresión. No ayuda ser intrusivo. Tampoco imponer un régimen de falsa alegría. A veces la persona deprimida necesita privacidad, sentirse amado desde una distancia cuidadosa.
El otoño, con sus tiempos de luz, puede jugar malas pasadas a las personas con tendencia a la depresión. Cuando en la vida se instala la tristeza, pena o melancolía la cosa se pone chunga. Y en algún caso chunga, chunga. De médicos. Es, entonces, cuando emerge un verdadero conflicto vital: puede ser un problema químico; pero también pude latir un serio problema por no encontrar sentido a la vida. O las dos cosas juntas. O más. Hasta el punto de ser necesario que seamos tratados por un profesional. Que no asuste ir al médico siquiatra si se necesita. Pero que tampoco asuste buscar el sentido profundo a la vida. El ser humano no puede vivir sin la búsqueda de la verdad sobre sí mismo. Sin la dimensión espiritual. Los grandes interrogantes que llevamos dentro renacen siempre: ¿Quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿para qué vivimos? Evitemos respuestas parciales, aprendamos a leer en profundidad la vida, habremos encontrado un buen aliado contra la depresión.