Carta Pastoral del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González.
Acabado el curso pastoral, viene la cosecha. Cinco (3+2) nuevos presbíteros para la Iglesia en la diócesis de Córdoba. Tres son ordenados en la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, y otros dos en fecha posterior, por razones de edad. Demos gracias a Dios por todos ellos. Su ordenación presbiteral atañe no sólo al Seminario, que ve coronados sus frutos en un día tan gozoso, sino a toda la diócesis, que se alegra de recibir el don de estos nuevos sacerdotes para que hagan presente a Cristo sacramentalmente.
La Iglesia no la componen solamente los pastores (obispos y presbíteros), sino que está llena de fieles laicos y muchos consagrados/as. Pero en la naturaleza de esta Iglesia santa, tal como la ha fundado Jesucristo, el ministerio apostólico es insustituible: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16,18). Es lo que llamamos la dimensión petrina de la Iglesia, es decir, el ministerio sacerdotal, sobre el que Cristo ha fundamentado su Iglesia. Aquella primera comunidad de los apóstoles, los Doce, se ha ido extendiendo y ampliando a lo largo de los siglos por toda la tierra con sus sucesores, los obispos, y sus colaboradores, los presbíteros.
Son necesarios los pastores para que la Iglesia exista y permanezca en el tiempo, y a ellos de manera especial se les confía la misión de: «Id y haced discípulos a todas las gentes…» (Mt 29,19). La Iglesia es misionera en su entraña más honda, y todos hemos de acoger este mandato de Cristo, cada uno en la vocación a la que ha sido llamado. Pero los pastores han de encabezar el cumplimiento de este mandato hasta los confines de la tierra y hasta el final de los tiempos.
Entre todas las funciones que se le encomiendan al sacerdote, destaca la de representar a Cristo en la celebración eucarística. Jesús cumple su promesa de estar entre nosotros hasta el final de los tiempos, de manera especial por el ministerio de los sacerdotes que lo traen al altar en la santa Misa. E igualmente, gracias al ministerio del sacerdote, Jesús puede perdonar nuestros pecados y devolvernos la gracia cuando la habíamos perdido, por medio del sacramento del perdón. La acción del sacerdote se extiende a otros muchos aspectos: predicación de la Palabra, atención y consuelo a los enfermos, instrucción a los niños, orientación a los jóvenes, acompañamiento a los esposos, etc. Ayuda a todos, particularmente a los más pobres, para que alcancen la dignidad de hijos de Dios.
La diócesis de Córdoba está de fiesta y exulta de gozo ante esta ordenación sacerdotal. Nuestra oración constante, pidiendo al Señor que «mande obreros a su mies», ha sido escuchada, y estamos alegres y agradecidos. Hemos de continuar orando para que no nos falten nunca sacerdotes que nos traigan a Cristo. Son un don de Dios para la Iglesia y para el mundo, y el Señor ha condicionado estos dones a nuestra oración de petición: «La mies es abundante y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que mande obreros a su mies» (Mt 9,37). En todas las parroquias, en todas las comunidades y grupos apostólicos, en todas las familias, oremos incesantemente para que Dios nos dé obreros en su viña, y oremos también por la perseverancia de los que han sido consagrados en el orden sacerdotal, para que sean fieles a tan altos dones recibidos para el servicio de la Iglesia. Que no busquen su interés, sino el de Cristo. Que estén dispuestos a gastar su vida por Él y por los hermanos. Que entreguen su vida diariamente para que otros tengan Vida eterna. «¡Señor, danos muchos y santos sacerdotes!». Sacerdotes según el Corazón de Cristo.
Recuerdo cómo lloraban aquellas gentes sencillas de Picota-Perú, cuando hace tres años llegaron dos sacerdotes misioneros de nuestra diócesis, a los que tuve la suerte de acompañar. Al terminar la Misa, pregunté sorprendido por qué lloraban, y me dijeron: «Padre, no sabemos cómo agradecer a Dios el bien que nos ha concedido. En nuestro pueblo (y en toda aquella zona) no ha habido nunca sacerdotes. Le hemos pedido a Dios un sacerdote, ¡y nos ha enviado dos!». ¿Veis? Los pobres son siempre agradecidos. Pues eso, Dios nos concede a la diócesis de Córdoba este año cinco nuevos sacerdotes. Cómo no vamos a darle gracias, llorando de gratitud. «El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres y contentos».
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba