Emaús

Carta del obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández

Emáus es un lugar geográfico. Se encuentra a 11 kms. al noroeste de Jerusalén. Y hacia este lugar iban caminando dos discípulos –uno se llamaba Cleofás- desanimados después del “fracaso” del Maestro muerto en cruz. Jesús se puso a caminar con ellos, aunque ellos no lo reconocieron durante la larga caminata. Dialogaron, se desahogaron, escucharon, se sintieron muy a gusto con aquel caminante anónimo, que fue dando sentido a su vida, les explicó las Escrituras y se detuvo con ellos para cenar. Al partir el pan se dio a conocer, y desapareció. Nos lo cuenta el evangelio de este domingo 3º de Pascua (Lc 24,13-35).

Emaús es una experiencia de encuentro con Jesús resucitado. Ellos no le reconocen. Jesús entra suavemente en sus vidas, agobiadas por la tristeza y el sinsentido. Y ahora qué hacemos, se preguntaban. No vale la pena ilusionarse con nada, porque luego te deprimes cuando todo termina. Jesús pacientemente les escucha, los acoge, se hace cargo de sus preguntas, comprende su situación. Jesús nos hace entender que en esos momentos de agobio, cuando no hay ninguna esperanza, él está ahí discretamente, sosteniendo, acompañando, ayudando, dando sentido a la vida.

Emaús es una pedagogía. Es una manera de entrar en diálogo, saliendo al encuentro de quienes sufren, de quienes no tienen esperanza, para ponerse a su altura, sin pretensiones de superioridad y mostrarles las razones de nuestra fe, de nuestra experiencia, sin presionar nunca la libertad del otro. Es una pedagogía que va respondiendo a las necesidades del otro y que presenta con sencillez y humildad las propias convicciones por si pueden iluminar la oscuridad del otro. Es una pedagogía opuesta totalmente al proselitismo, no tiene prisa, no impone nada. Sólo propone con vigor y verdad, con esperanza.

Emaús es un encuentro. Jesús resucitado ha tenido distintas apariciones, distintos encuentros con sus apóstoles y discípulos, pero este tiene algo especial. Ellos le reconocen cuando Jesús se da a conocer, no antes. Jesús lleva el reloj y la agenda de nuestra historia, no nosotros. Con todo, “¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32). No basta leer la Escritura, es preciso entenderla. Para ello, es preciso leerla con fe y tener quien nos la explique. La Escritura debe ser leída en la Iglesia, en la comunidad, en la comunión con quienes tienen la misión y la autoridad de interpretarla: los pastores. Los grandes herejes de la historia siempre han tenido un texto bíblico en el que apoyarse para sus desvaríos. No. Es preciso entender lo que entiende la Iglesia a lo largo de sus veinte siglos de Tradición. Si no, leo la Escritura a mi manera, a mi gusto, a mi medida. Y no me lleva al encuentro con Jesús.

Emaús concluye en la Eucaristía. Cuando llegaron a la posada, Jesús hizo ademán de seguir adelante y ellos le invitaron: “Quédate con nosotros, porque atardece. Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando”. El mismo gesto que en la última Cena, cuando instituyó la Eucaristía. Al repetir aquellas palabras y aquellos gestos, se les abrieron los ojos de la fe y lo reconocieron, pero él desapareció de su vista. Jesús está en la Eucaristía vivo y resucitado, presente hasta el final de los tiempos, aunque nuestros ojos no lo vean.

Emaús es toda una catequesis eucarística. Cuántas veces acudimos al Misterio de la fe, a la Santa Misa con los ojos vendados y con el corazón frio. La Eucaristía es la celebración de este encuentro con Jesús. Él nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan. Tú, escucha, acoge la Palabra, deja que el Señor caliente tu corazón y encienda tu fe, y lo reconocerás en la Eucaristía, y tu vida encontrará sentido cuando parece que ya no lo tenía, y tendrás nuevos motivos para esperar, porque entenderás una y otra vez que “era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar así en su gloria”. Cuando las cosas van bien, es muy fácil creer, es muy fácil seguir a Jesús. Pero cuando las cosas se tuercen, cuando llega la dificultad y la Cruz, no es fácil descubrir allí presente a Jesús. Por eso, es la Eucaristía el momento del reencuentro con quien nos acompaña en el camino de la vida, para dar sentido a nuestro peregrinar.

Que en esta Pascua te encuentres con Jesús que se ha hecho caminante contigo. Y que, animado por su Espíritu, salgas al encuentro de tantos contemporáneos tuyos que están esperando quien les acompañe y les explique el sentido de la vida. Sólo en Jesús podrán encontrarlo.

Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández González,

Obispo de Córdoba

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