Nuestro Rey es el Siervo de Dios

Escrito del Obispo de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes, en la Solemnidad de Cristo Rey.

En el interior de cada templo, cuando nos reunamos esta semana para celebrar el domingo, en la Eucaristía se oirá un grito unánime: ¡Gloria! Gloria a Dios porque es nuestro Señor y Rey, nuestro Salvador. El Evangelio se centra en el juicio de Pilato a Jesús, donde el centurión romano le pregunta a bocajarro a Jesús si es rey. Conviene detenerse un momento en la respuesta de Jesús: «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad» (Jn 18, 37). La respuesta une la misión real y sacerdotal del Mesías con la característica esencial de la misión profética, dar testimonio de la Verdad. Esta es la misión del profeta, proclamar la verdad, hablar en nombre de Dios y esto es, antes que nada, un servicio grande y hermoso, aunque también encuentra resistencias, rechazos y persecuciones, porque la verdad proclamada es incómoda.

Conocemos de sobra la vida y ministerio de Jesús y lo que le quiere decir a Pilato cuando le confirma su realeza, le deja claro que esta no se debe tomar en sentido terreno o político. Jesús es Rey, pero de otro modo, porque el Señor se define como el Siervo de Dios, que trae la salvación a los hombres, los sana, los libra de su iniquidad, los quiere ganar para Sí no con la fuerza, sino con la bondad. Jesús se define más como un Siervo, aludiendo claramente al capítulo 53 del profeta Isaías, cuando dice: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos» (Mc 10, 45; Mt 20, 28) y expresa el mismo concepto cuando lava los pies a los Apóstoles (Jn 13, 3-4; 12-15)… El apóstol San Pablo le hace el mejor de los retratos en la Carta a los Filipenses, con este precioso himno a Cristo: «el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando la condición de siervo y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte» (Flp 2, 6-8).

¡Cuán distinta es la realeza de Jesús a las del mundo! El Señor nos ha dado ejemplo y ha marcado el camino, se distingue por la humildad, por la sencillez de vida. Su ejemplo es normativo, es para que lo aprendamos. El Papa, Juan Pablo II, el 2 de septiembre del 2001, decía que «el Reino de Dios ha sido preparado eficazmente por las personas que desempeñan seria y honestamente su actividad, que no aspiran a cosas demasiado elevadas, sino que se pliegan con fidelidad cotidiana en las humildes». Más adelante, seguía diciendo el Papa santo: «La mentalidad del mundo, de hecho, lleva a emerger, a abrirse camino quizá con picardía y sin escrúpulos, afirmándose a sí mismos y los propios intereses. Las consecuencias están ante los ojos de todos: rivalidades, abusos, frustraciones». Por el contrario, en el Reino de Dios se premia la modestia y la humildad. De nuevo recurro a San Pablo cuando les dice a los cristianos de Tesalónica que anoten en el cuaderno de vida lo que significa vivir en cristiano: «Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas» (1 Tes 2, 7-8).

Cantemos el Gloria por Nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

+ José Manuel Lorca Planes

Obispo de Cartagena

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