Jesús bajó a nuestra condición para tomarnos consigo e introducirnos en la vida del Cielo

Homilía en la Eucaristía celebrada tras la colocación de la primera piedra del nuevo templo en Brácana, que llevará el nombre de Nuestra Señora de las Mercedes.

Dos palabras en esta fiesta del Bautismo del Señor, que es una fiesta muy bella (…) y con la limpieza siempre del domingo inmediatamente después del tiempo de Navidad.

Jesús bajó a las aguas del río Jordán a bautizarse. Originalmente, en griego, que era la lengua en la que están escritos los evangelios, significa sumergirse, hundirse, también bañarse. De hecho, los primeros bautismos no se hacían en una pila, en los primeros siglos de la Iglesia, sino que se hacían en una piscina donde el que se bautizaba bajaba a la piscina y se sumergía con las escaleras que había al otro lado (a veces eran tres escalones, a veces eran siete…).

Jesús baja, y en el mundo antiguo hay que acordarse de que no tenían la imagen del mundo que tenemos nosotros hoy: ya sabemos que el agua forma parte de las nubes, cae, empapa la tierra, luego sale en forma de ríos, y dividían el mundo…. El agua estaba por encima de los cielos, como se cuenta en el relato del Génesis, y luego estaba la tierra, y las tierras estaban apoyadas sobre las aguas, y las aguas se juntaban. Sobre todo para el mundo judío el agua es un símbolo muy rico, aquello que sacia la sed, es aquello que lava nuestras caras, y que lava nuestro cuerpo y nos purifica, pero también es el abismo que asusta; sobre todo, por ejemplo, a los fenicios no les asustaba mucho porque sus costas no eran costas muy de montaña ni de esquí, entonces tenían muchas playas y muchos puertos. (…) Y entonces el agua para ellos era el sitio donde se ahogaban, cuando venían los enemigos (…). Entonces, a ellos les ahogaba el abismo. «Tus torrentes y tus olas me han arroyado». También tenían la experiencia de los pueblos de alrededor del desierto: a lo mejor no llueve nada más que una vez al año, pero, normalmente, cada vez que llueve pasa lo que pasó en La Rábita hace treinta o cuarenta años, que cae en tres horas tal cantidad de agua, (…) pero las aguas es un sitio peligroso en general, ¿no?

Jesús explico esto para caer en la cuenta un poco del significado del Bautismo del Señor. Cuando el Señor baja al río Jordán empalma con la Navidad en el sentido de que también es una bajada. El Señor ha bajado de ser igual a Dios, de tener la dignidad de Dios, de ser el Señor del universo, a ser un niño que nace llorando, que nace de una mujer y que empieza el camino de una vida humana para sembrar en nuestra historia y en nuestra humanidad una semilla de vida divina que nos abra a nosotros el camino del Cielo; (…) todo lo que Jesús ha hecho -fundamentalmente en la Encarnación, y lo próximo a la Encarnación será su Pasión y su muerte- es por nosotros y por nuestra salvación.

Entonces, Jesús baja del cielo a nuestra tierra (el Paraíso, si queréis), al lugar de los abrojos y de las espinas, al lugar donde las pasiones humanas nos provocan tantas desazones, tantos sufrimientos, tantos dolores y, luego, el hecho de nuestra condición mortal y nuestra condición pecadora, que nos hace sufrir de tantas maneras.

Jesús ha bajado, Él, inocente, hasta esa condición nuestra pero no para hacer ninguna hazaña que le aplaudamos, sino para tomarnos a nosotros consigo como el día de la Ascensión: subió a lo alto llevando cautivo, al arrancarnos a nosotros de nuestra condición pecadora y mortal, e introducirnos en la vida del Cielo, introducirnos en la vida de Dios.

Y eso es lo que celebramos en el Bautismo del Señor, es decir, la bajada del Señor continúa y bajó a los infiernos, bajó al lugar de los muertos. (…) bajó al abismo, al lugar más profundo de la tierra y de la Creación para que nadie pueda sentir ‘Dios a mí no me comprende, mi sentimiento es único, Dios no sabe por lo que estoy pasando’. (…)

+ Mons. Javier Martínez
Arzobispo de Granada

11 de enero de 2015
Brácana

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