Carta semanal del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González.
El domingo pasado, en la fiesta de San Pedro y san Pablo, recibían el orden sacerdotal dos nuevos presbíteros y un diácono. La historia de cada uno es diferente: llamados en edad adulta o en la niñez, su vocación ha ido madurando en el Seminario hasta dar este paso definitivo de la ordenación. Dios hace su historia con cada uno, pero en todas ellas se encuentran elementos comunes que nos permiten concluir cómo actúa Dios.
A lo largo de toda esta semana, cuarenta muchachos conviven en el Seminario Menor para las colonias vocacionales, durante las cuales conocen a los seminaristas, juegan, rezan, tienen catequesis, etc. y se plantean su posible vocación sacerdotal. A lo largo de todo el año hay distintas actividades «vocacionales» con el fin de proponer esta posible llamada del Señor a tantos niños, adolescentes y jóvenes.
Partimos de una certeza: Dios quiere dar pastores a su pueblo. Le interesa a él más que a ninguno que haya hombres disponibles para perpetuar en su Iglesia la misión de Cristo y del Espíritu, porque Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios quiere hacer felices a todos los hombres y mujeres que habitan nuestro planeta, y el plan de redención que Cristo ha cumplido con su muerte y resurrección se continúa en la Iglesia a lo largo de la historia con la colaboración de todos, y muy especialmente la de los sacerdotes.
La vocación sacerdotal se produce en el encuentro de dos libertades: la libertad de Dios, que llama a quien quiere, y la libertad del hombre que responde sí o no a esa llamada de Dios. La vocación sacerdotal –como toda vocación cristiana- es siempre un misterio, es decir, pertenece al mundo de lo divino y Dios nos lo da a conocer, dejándonos a nosotros la tarea de escudriñar su voluntad y sus planes para nosotros.
En la práctica, está demostrado que Dios llama a muchos jóvenes a ser sacerdotes, a algunos desde la niñez (como es mi caso), a otros en la juventud, a otros en la adultez. En todos los casos, debe llegarse a la certeza de tal vocación, para seguirla decididamente. Pero a muchos les llega esa llamada a través de otros sacerdotes o de amigos seminaristas, o a través de acontecimientos y experiencias personales que les plantea este interrogante. Y está demostrado también que muchos jóvenes, al sentir esa llamada, experimentan temor. Muchos se asustan y lo dejan para otro momento. Otros, ante la grandeza del don, lo rechazan para siempre. Si Dios llama, él ayuda a seguir su llamada.
Por eso, un elemento primero y fundamental de la pastoral vocacional es la oración por esta intención, el ofrecimiento de nuestros trabajos y sufrimientos por las vocaciones, la cooperación y el acompañamiento a los que son llamados. Un segundo elemento es la propuesta directa a niños y jóvenes de esta preciosa vocación. Muchos sacerdotes recuerdan que la pregunta les vino suscitada por el cura de su parroquia o por otro seminarista. Por eso, la importancia de estas colonias vocacionales. Dato importante es el acompañamiento espiritual a quien manifiesta esta vocación: no se trata de agobiar con exigencias imposibles ni de desentenderse de esta llamada. Acompañar significa tomar en serio, hacerse cargo de las dificultades (como en toda otra vocación) y ayudar a superarlas.
Un papel importante tienen los padres y la familia. Una persona que va creciendo necesita el apoyo de aquellos que le quieren. Sin el apoyo de la familia, muchas vocaciones se perderían. Y muchas vocaciones se pierden porque los padres se oponen o prefieren otro camino más «rentable» para su hijo. Un papel fundamental tienen los sacerdotes, párrocos, profesores. Los primeros agentes de pastoral vocacional son los sacerdotes. Todo sacerdote debe tener la sana preocupación de que haya sacerdotes en la Iglesia, continuadores de la obra de Cristo para bien de los hombres.
Seguimos pidiendo al Señor que envíe trabajadores a su viña. Es una necesidad de su Iglesia.
Con mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández, obispo de Córdoba