Hoy estarás conmigo en el paraíso

Carta Pastoral del Obispo de Córdoba, Mons. Demetrio Fernández González.

Así le respondió Jesús al buen ladrón que, crucificado como él, pedía perdón arrepentido de sus pecados en el último minuto de su vida. Y Jesús le perdonó y le prometió el paraíso para ese mismo día: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23,43). 

Llegamos hoy al último domingo del año litúrgico, en el que celebramos la fiesta de Cristo Rey del universo. Jesucristo es el centro de la historia humana, es el centro del cosmos, de todo el universo. Porque es el Hijo de Dios, Dios como su Padre, que se ha hecho hombre como nosotros. Dios verdadero y hombre verdadero, consustancial al Padre en la divinidad, consustancial a nosotros en la humanidad. Una sola y única persona, eterno en su naturaleza divina y criatura humana al nacer de María virgen. 

A lo largo del año vamos celebrando litúrgicamente los misterios de la vida de Cristo. Desde su venida a la tierra, anunciada desde antiguo por los profetas, y acontecida en la noche santa de la primera Navidad, pasando por su vida de familia, sometido a sus padres José y María, hasta su ministerio público, cuando predicó el Reino e hizo milagros. Su vida en la tierra llegó al momento culminante cuando Jesús se entregó voluntariamente a la muerte, como Cordero que quita el pecado del mundo, y expió nuestros pecados desde la Cruz, alcanzando el perdón de Dios para todos los hombres. Murió libremente y resucitó al tercer día, venciendo la muerte. Nos ha abierto así de par en par las puertas del cielo, para todo aquel que, como el buen ladrón, pide perdón arrepentido de sus pecados. 

Jesucristo es rey, no al estilo de los reyes de este mundo, sino porque Dios Padre ha puesto en sus manos el Reino de Dios. El Reino de Dios es un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y de paz. Un reino que comienza en este mundo, pero llega a su plenitud en el cielo. Un reino que se fragua en el corazón de cada hombre que lo acoge como se acoge una semilla pequeña, y en su día da un fruto hermoso y abundante. Un reino que se extiende a la convivencia de los hombres hasta instaurar la civilización del amor, no por el camino de la violencia o de la fuerza, sino por el de la persuasión y la belleza del bien, que fascina y compromete al  hombre completo. Es el Reino que pedimos en el Padrenuestro: “Venga a nosotros tu Reino”. 

Es el Reino que trae la salvación para todos los hombres. ¿De qué nos salva? –Del pecado y de la muerte eterna. Y ¿qué nos aporta? –La vida nueva de hijos de Dios, que es eterna y no se acabará nunca, la felicidad y la paz con Dios y con los hombres, ahora y para toda la eternidad, “su reino no tendrá fin”. Jesucristo no nos quita nada de lo bueno que hay en la vida. Jesucristo nos lo da todo. Él nos lleva a la plenitud de la santidad, haciéndonos parecidos a Él y a su Padre Dios, que es nuestro Padre. 

El momento culminante de su reinado, Jesús lo ejerce desde la cruz, donde ha sido plenamente humillado por los poderes de este mundo. Desde esa suprema debilidad y desde esa pobreza, Él nos ha enriquecido dándonos la vida de Dios y enseñándonos que el camino de la realización no es la prepotencia y la soberbia, sino la humildad y el servicio. Cuando el buen ladrón, crucificado junto a Jesús en la cruz, constata cómo este hombre muere alabando a Dios y perdonando a sus enemigos, se le abren los ojos al descubrir un hombre nuevo, que no busca su interés egoísta ni reniega de su destino. ¿Será este hombre el Hijo de Dios? Así lo confiesa con esa súplica humilde: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Jesús le responde: –“Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso”. 

Con mi afecto y bendición: 

+ Demetrio Fernández

Obispo de Córdoba

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