Curas: pocos y mayores

Artículo semanal del Obispo de Asidonia – Jerez, D. Juan del Río. Cuando llega el mes de marzo y cercanas las fechas de San José, la Iglesia en España celebra la campaña del “Día del Seminario”, que este año lleva por  lema: “Si escuchas hoy su voz”. El cartel anunciador de la CEE presenta a un joven de nuestro tiempo en actitud de oración y reflexión. Pues sí, aunque parezca lo contrario y abunden las voces de los agoreros que vaticinan el final de la Iglesia, en la actualidad hay en nuestro país más de 1.300 seminaristas que se preparan para ser curas el día de mañana.

No son los peores momentos vocacionales que hemos vivido, piensen por un instante lo que significó la Revolución Francesa para la Iglesia en Europa. Es verdad, que al inicio del nuevo milenio podemos repetir lo mismo que diría San Juan de Ávila en siglo XVI: “muchos son los frentes y muy gastada está la cristiandad”. Cada época tiene sus problemas y desafíos, pero también sus elementos positivos y renovadores que hacen imperecedera a la Esposa de Cristo: “Yo estaré con vosotros hasta el final de los siglos” (Mt 28,20). Hoy como ayer la comunidad cristiana está viva.

El tejido social en la Iglesia es fiel reflejo de la sociedad envejecida que padecemos. Ciertamente la edad media del clero en general es alta en las diversas diócesis españolas, pero la Iglesia es Universal  y no sucede así en otras partes. Además, no tenemos que quedarnos en los simples números de las estadísticas, deberíamos tener una mirada más amplia y admirar el ejemplo de la mayoría de los sacerdotes que a pesar de sus avanzados años, continúan al frente de las tareas parroquiales. Cuando en la sociedad, los mismos de su edad, gozan de una jubilación confortable, ellos siguen con alegría y fervor al “pie del cañón”. Parece que son de una madera que ya no se fabrica ¡Cuánto bien han hecho estos curas mayores en nuestras aldeas, pueblos y ciudades! Ellos son una “biblioteca” de experiencia y generosidad. Cuando enterramos a uno de ellos, es como si sepultáramos bajo tierra un grano de trigo de oro que dará en el futuro muchos frutos (cf. Jn 12,24).

También es verdad que los Seminarios actuales poco tienen que ver en número y en calidad de formación, con aquellos que se dieron en nuestro país hasta finales de los sesenta. Se han reducido los aspirantes al sacerdocio, entre otros motivos, porque en la sociedad hay menos niños y jóvenes debido a que las familias tienen pocos hijos, el ambiente cultural es muy adverso hacia lo católico, las nuevas generaciones tienen miedo a comprometerse de por vida, y la secularización  ha invadido las costumbres cristianas y a la  misma comunidad eclesial.
 
Sin embargo, Dios sigue regalando a su Iglesia vocaciones al sacerdocio que son como pequeñas “gotas de rocío”. Representa todo un milagro que ese puñado de jóvenes seminaristas hayan optado por ser ministros de Cristo Sacerdote, frente a tantas ofertas de bienestar y de triunfo profesional. Tener hoy un hijo cura no es una nota de prestigio social, ni un elemento de poder, ni resuelve el problema de la familia. Pero la valentía de la fe y la audacia por servir la Palabra y los Sacramentos del Señor Jesús tiene más fuerza que los tesoros del mundo.

A pesar de esta situación, se observan elementos muy positivos como puedan ser una mayor libertad de decisión, una respuesta más personal, madurez de vida y limpieza en las motivaciones. Los que llaman a nuestros Seminarios saben muy bien qué vida les espera, cuáles son sus verdaderos apoyos y como han de centrarse en lo esencial del ministerio que es: Jesucristo, la Iglesia y la evangelización.  

Pero, no todo el mundo vale para ser cura, la escasez vocacional  no es excusa para llenar los Seminarios, hace falta un cuidadoso juicio como dice Benedicto XVI: “un clero no suficientemente formado, admitido a la ordenación sin el debido discernimiento, difícilmente podrá ofrecer un testimonio adecuado para suscitar en otros el deseo de corresponder con generosidad a la llamada de Cristo” (Sacramentum Caritatis, 25).

+ D. Juan del Río Martín
Obispo de Jerez

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