La alegría y la esperanza (y IV)

Artículo de D. Juan dle Río Martín, Obispo de Asidonia – Jerez.

Para una gran mayoría de occidentales la Navidad se está  convirtiendo en una fiesta consumista, repleta de alegrías y jolgorios que nada tienen que ver con el sentido cristiano de este tiempo litúrgico. Felicitaciones y regalos convertidos en puro formalismo, reuniones profesionales y comidas familiares celebradas por la inercia de las fechas. Parece como si la alegría de estos días fuera por “decreto ley”. ¡Hay que divertirse y pasarlo bien porque sí, porque para eso estamos en Navidad! Todo este regocijo popular refleja una alegría superficial que es mero producto  de la sociedad materialista en que vivimos.
 Sin embargo, la fuente de la alegría cristiana está basada en la celebración del hecho histórico del nacimiento de Jesús como Salvador del mundo. Ese acontecimiento fue vivido por aquellos pastores cercanos a Belén, como una gran “alegría para todo el pueblo” (Lc 2,10), ya que el “esperado de las naciones” había nacido. Su presencia es  garantía de que no estamos solos en el mundo y de que nuestras vidas están aseguradas en ese Dios Humanado. Este es el porque del regocijo cristiano en estos días, los intercambios de parabienes y presentes entre nosotros toma su significado en ese gran Regalo de Dios a la humanidad que ha sido la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, su Hijo. Con razón dirá san Agustín: “no es poca la alegría de la esperanza que nos ha venido, que ha de convertirse luego en posesión”.   
San Pablo exhortará a los cristianos a “vivid alegres por la esperanza” (Rom 12,12), que es consuelo, paz, abandono, resignación, gozo…. como consecuencia de la revelación del Misterio que se nos ha dado gratuitamente. Habiendo sido “agraciado” experimentamos una alegría constante que nos permite soportar con paciencia los sufrimientos que se ven transformado mediante la fuerza de la esperanza que proviene de la fe. Acerca de cómo el cristiano conserva la perfecta alegría en medio de las amarguras de cada día, Benedicto XVI nos dice: “lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (Spe Salvi, 37). Ejemplos vivos son los santos y mártires de cada época. Ellos son “cartas abiertas” de aquello que dijo en su día Paul Claudel: “el principio y final del Evangelio es la alegría”.
La liturgia de Adviento-Navidad nos invita a buscar la alegría perenne que brota desde dentro y es un don de Dios. Todo bautizado es un mensajero de la alegría y la esperanza. Esta tarea está al alcance de cualquiera: basta una leve sonrisa en nuestros labios para levantar el corazón, mantener el buen humor, conservar la paz del alma, despertar buenos sentimientos, inspirar obras generosas. Con ello, se hace más creíble nuestra fe, más habitable la Iglesia, se lleva la esperanza a los agobiados, a los deprimidos y desesperados. Además, es fuente de salud de alma y cuerpo. Por eso, exclamamos con fuerza: ¡No apaguéis esta alegría que nace de la fe en el Dios que se encarnó en el seno virginal de María! ¡Testimoniad vuestra alegría! ¡Habituaos a gozar de esta alegría!
 
 A todos os deseo Paz y Salud en la Natividad del Señor. 

+Juan del Río Martín
Obispo de Asidonia-Jerez

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