«Santiago: de las pretensiones al testimonio», comentario al Evangelio de la Solemnidad de Santiago Apóstol en el XVII Domingo del Tiempo Ordinario − Ciclo B

Foto:  El Apóstol Santiago. Bartolomé Esteban Murillo (ca.1655). Museo del Prado, Madrid

La fiesta de Santiago interrumpe la lectura continua del Evangelio de Marcos que se viene haciendo este año. Por ser patrón de España, aun siendo domingo, se celebra la Misa en su honor, porque tiene rango de solemnidad. Fijémonos en este «amigo del Señor» y veamos qué podemos aprender de él para profundizar en nuestro seguimiento de Jesús. Fijémonos en la evolución, en el cambio, en el impacto que supuso el encuentro con Cristo y la experiencia de la Resurrección.

Las lecturas de la semana pasada pusieron de manifiesto la responsabilidad de los que son llamados a la guía del pueblo. En este domingo, curiosamente, no se trata de una vocación, sino de una petición. En el texto de Mateo (Mt 20,20-28) es la madre de los Zebedeos la que pide a Jesús: «Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda». Si esta pretensión es incomprensible en boca de los interesados, Juan y Santiago (cf. Mc 10,35-40), lo es mucho más en la de su madre. Ciertamente, Mateo hace que la responsabilidad recaiga sobre la madre, pero la respuesta de Jesús, con un plural indefinido («No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces…?»), abarca tanto a los hijos como a la madre; tanto al resto de discípulos que no materializan sus peticiones como a lectores del evangelio de cualquier época.

En la enseñanza de Jesús, siempre coherente y comprometida, se encuentra la extraña lógica del Evangelio. Aunque parezca imposible, el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; para ser primero, hay que ser último. Servir es ponerse en el lugar del otro, hacerle la vida más fácil o tratarlo como nos gustaría que nos tratasen. Se trata de continuar la misión del Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos.

El martirio («mártir» en griego significa «testigo»), como el de Santiago es un don, no buscado ni concedido a todos, siempre causado por la coherencia y fidelidad hasta el extremo. Herodes hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan y su martirio lo ha hecho pasar a la Historia de la Salvación. No todos los cristianos darán la vida físicamente por Jesús, y no por ello serán menos santos. Lo que sí que es común a todos es ser testigos, ser generosos hasta gastar y desgastar nuestra vida por el Evangelio.

La primera lectura (Hch 4,33; 5,12.27-33; 12,2), a modo de fotografías seleccionadas de los primeros momentos de la vida de los discípulos, pone de manifiesto el testimonio continuo, generoso y alegre ¿podría decirse lo mismo hoy de nuestra vida eclesial? Ellos no se avergonzaban de seguir a Jesús; no solo lo contaban, sino que lo anunciaban. No se trata de atosigar, de ser pesados e impertinentes o inoportunos, tampoco esto hace bien, sino de vivir con coherencia, de modo que nuestra propia vida interrogue al que tengo cerca. De esta manera, al cuestionar a la sociedad se está sembrando la semilla del Evangelio. Santiago y la sangre de los mártires junto con los sudores de los que anuncian la Palabra de Dios van regando, poco a poco, la semilla que el Sembrador sale cada día a sembrar.

En este domingo, que tiene tanto de XVII del Tiempo Ordinario como de Solemnidad de Santiago Apóstol, se propone un ejemplo de obediencia a Dios y servicio a los hombres; de entrega de la vida y testimonio de la fe. Santiago, como se refleja en el evangelio de hoy, no siempre acertó, ni siquiera tuvo siempre claro el lugar que le correspondía. En su caso, como en el de tantos, el encuentro personal con Jesús, la vida en la comunidad y la acción del Espíritu, hicieron que pasase de buscar su interés a ponerse al servicio del Evangelio; de ser un pretencioso a convertirse en un testigo.

Isaac Moreno Sanz,
Dr. en Teología Bíblica y rector del Seminario Diocesano de Huelva

 

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