Cuando participamos en la liturgia, recibimos la impronta del Espíritu Santo que, con la forma de Cristo, nos sitúa en el mundo para vivir una liturgia santa, encarnada en lo concreto de nuestra vida
¿Cómo? Las oraciones, especialmente la oración de postcomunión, apuntan en esa dirección así como muchas preces en Laudes. O dicho de otra forma, la participación interior de los fieles nos conduce a un modo de vivir santo en el mundo.
Lo vivido y celebrado en la liturgia, da forma a nuestra vida. Lo celebrado no es un paréntesis ritual, sino una transformación: “te suplicamos, Señor, que se haga realidad en nuestra vida lo que hemos recibido en este sacramento”, prolongando eucarísticamente en lo cotidiano lo vivido: “concede… manifestar fielmente en nuestras vidas lo que celebramos en la eucaristía”.
La vida litúrgica es fuente de santidad: “te rogamos, Señor, que esta eucaristía nos ayude a vivir más santamente”, “la participación en los santos misterios aumente, Señor, nuestra santidad”.
La liturgia es escuela del más puro espíritu cristiano, robusteciendo lo que somos por el bautismo. Orienta para la unidad de vida, la coherencia entre lo celebrado y lo que luego se vive, entre las palabras y las obras.
La unión con Cristo en la Eucaristía nos hace partícipes de su obra redentora, asumiendo y completando en nosotros lo que falta a la Pasión de Cristo en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (cf. Col 1,24): “haz que, por el trabajo del hombre que ahora te ofrecemos, merezcamos asociarnos a la obra redentora de Cristo”.
Esa unión con Cristo permite que demos frutos verdaderos. Sin Él no podemos hacer nada; pero con Él todo lo podemos: “Oh Cristo, vid verdadera de la que nosotros somos sarmientos, haz que permanezcamos en ti y demos fruto abundante, para que con ello reciba gloria Dios Padre”.
Esos frutos se entregan y se ofrecen a los demás, buscando su salvación, la salvación del mundo: “concédenos vivir tan unidos en Cristo, que fructifiquemos con gozo para la salvación del mundo”, “concédenos, ahora, fortalecidos por este sacrificio, permanecer siempre unidos a Cristo por la fe y trabajar en la Iglesia por la salvación de todos los hombres”. Cuanto hacemos y vivimos, lo que trabajamos y las obras santas, pero también la oración personal y comunitaria, la plegaria, se ensanchan con corazón católico deseando que la salvación sea eficaz en todos los hombres.
Al participar así en la liturgia, vamos siendo transformados.
¿Sabías que la lamparilla del Sagrario tiene una doble finalidad?
El Misal, en su número 316, habla del uso obligatorio de la lamparilla con la doble finalidad de indicar y honrar la presencia de Cristo: «Según una costumbre tradicional, junto al sagrario permanezca siempre encendida una lámpara especial, alimentada con aceite o con cera, con la que se indica y se honra la presencia de Cristo».
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