Homilía pronunciada por el Obispo de Málaga, D. Jesús Catalá, en la Eucaristía de XXV aniversario de su ordenación episcopal, celebrada en la Catedral de Málaga el 3 de julio de 2021.
XXV ANIVERSARIO DE ORDENACIÓN EPISCOPAL
DE MONS. JESÚS CATALÁ IBÁÑEZ
(Catedral-Málaga, 3 julio 2021)
Lecturas: Ef 2, 19-22; Sal 116, 1.2; Hb 5, 1-10; Jn 20, 24-29.
(Santo Tomás Apóstol)
1.- Ordenación sacerdotal
Celebramos hoy la acción de gracias por el veinticinco Aniversario de mi Ordenación episcopal y por el cuarenta y cinco de mi Ordenación sacerdotal.
A todos los que participáis en esta celebración, de manera presencial o a través de los medios, os pido, queridos sacerdotes y fieles, que os unáis a mi acción de gracias por el don del sacerdocio ministerial, que el Señor ha tenido a bien regalarme para bien de su Iglesia. Proclamemos con el Salmo: «Cantaré eternamente las misericordias del Señor» (88, 2).
Me viene a la memoria el recuerdo de mi ordenación sacerdotal hace 45 años en mi pueblo natal, Vilamarxant, presidida por el entonces arzobispo de Valencia, Mons. José-María García, hoy venerable. En su homilía me animaba a ser como Jesús; y jugaba con este nombre: unas veces se refería a Jesús, el Señor, y otras aludía a mi nombre, Jesús. El mensaje era que mi vida debía parecerse a la de Jesús, Sacerdote y Pastor. Al terminar aquella celebración se acercó una señora mayor y me dijo: “No me he enterado cuándo el Sr. Arzobispo se refería a ti y cuándo al Señor”. Entonces pensé: “Ojalá me pareciera tanto al Señor que pudiera confundirme con Él”.
2.- Ordenación episcopal
La ordenación episcopal tuvo lugar en la Catedral de Valencia por el entonces Arzobispo Mons. Agustín García Gasco, el 11 de mayo hace 25 años.
En los saludos y felicitaciones posteriores se acercó un obispo para darme un consejo: “Mira, Jesús, procura estorbar lo menos posible al Espíritu Santo”; y he procurado tenerlo muy en cuenta. Por eso no he usado el báculo para amonestar o imponer normas y criterios como algunos sacerdotes hubieran deseado.
Respetar la acción del Espíritu es ponernos a su escucha y dejar que él actúe sin imponer nuestros deseos, planes o “quimeras”, por muy buenas que nos parezcan.
3.- La vocación sacerdotal como “misterio” y “don”
Toda vocación sacerdotal es un gran misterio y un don, que supera infinitamente al hombre; y así lo experimentamos los sacerdotes en nuestra vida (cf. Juan Pablo II, Don y misterio, I [1996]). Es una realidad que nos sobrepasa. Y como hemos escuchado en la carta a los Hebreos, los sacerdotes estamos envueltos en debilidad, somos pecadores, como todo el mundo; por eso podemos entender las debilidades de los demás (cf. Hb 5, 2).
La vocación es el misterio de la elección divina. Como dice Jesús: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn 15, 16).
Esta elección la hace el Señor desde el seno materno: «Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones» (Jer 1, 5; cf. Gal 1, 15).
4.- La misión del sacerdote
Ser sacerdote, según san Pablo, significa ser administrador de los misterios de Dios (cf. 1 Co 4, 1-2). El término «administrador» está radicado profundamente en el evangelio (cf. Lc 12, 41-48). El administrador no es el propietario, sino aquel a quien le confían la gestión de los bienes, para ejercerla con justicia y responsabilidad.
El sacerdote recibe de Cristo los bienes de la salvación, para distribuirlos a sus destinatarios. El sacerdote es el hombre de la palabra de Dios, del sacramento, del misterio de la fe. Nadie puede arrogarse ser el «propietario» de estos bienes; porque todos somos destinatarios (cf. Juan Pablo II, Don y misterio, VIII [1996]).
San Juan de Ávila define la misión sacerdotal de esta manera: “Esto, padres, es ser sacerdotes: que amansen a Dios cuando estuviere, ¡ay!, enojado con su pueblo; que tengan experiencia que Dios oye sus oraciones y les da lo que piden, y tengan tanta familiaridad con él; que tengan virtudes más que de hombres y pongan admiración a los que los vieren: hombres celestiales o ángeles terrenales; y aun, si pudiere ser, mejor que ellos, pues tienen oficio más alto que ellos” (Juan de Ávila, Plática enviada al padre Francisco Gómez, s.j., para ser predicada en el Sínodo diocesano de Córdoba del año 1563). Es una meta muy alta, que no está en nuestras manos alcanzarla, pero es Dios quien nos regala la posibilidad de caminar en ese sentido.
5.- Maravilloso intercambio
La vocación sacerdotal es el misterio de un «maravilloso intercambio» entre Dios y el hombre. Éste presta a Cristo su humanidad, para que Él pueda servirse como instrumento de salvación (Ibid.).
Cada día, queridos hermanos, doy gracias a Dios, que me ha elegido como instrumento en el ministerio sacerdotal para representar a Cristo, Sacerdote, Pastor y Maestro; y pido al Señor que sea Él quien actúe a través de mi pobre persona; que vaya modelando mi frágil barro, mediante su Espíritu, para configurarme cada día más a Cristo, cuya imagen fue impresa en mi alma en el bautismo.
Y para ello pido vuestra oración, queridos sacerdotes y fieles, y también vuestra colaboración. El amigo hace de espejo al amigo para que se
conozca mejor y para hacerlo crecer; el amor transforma al amado. Si vivimos la fraternidad sacerdotal, la amistad en el Señor y el amor de Cristo nos ayudaremos a crecer como personas, como cristianos, como sacerdotes.
6.- Reconocer al Señor por sus llagas
La escena de la incredulidad de Tomás, que nos narra el evangelio de hoy, tuvo lugar ocho días después de la Pascua (cf. Jn 20, 26). Él no había creído que Jesús resucitado se había aparecido el primer día de la semana a los discípulos; por eso había dicho: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo» (Jn 20, 25).
Estas palabras manifiestan la convicción de que Jesús resucitado ya no es reconocible por su rostro, sino por sus llagas, que expresan la identidad de Cristo y el infinito amor que nos tiene (cf. Benedicto XVI, Audiencia general. Vaticano, 27.09.2006).
El papa Francisco ha repetido muchas veces que acercarse al enfermo y al necesitado es tocar las llagas de Cristo; es tocar al mismo Cristo. A esto estamos todos llamados. Santo Tomás nos anima a reconocer al Señor en las llagas de los necesitados y de los despreciados de la sociedad.
7.- Mirada agradecida al pasado
Deseo poner ante la mirada de Dios, para que las bendiga, a todas las personas que, a lo largo de mi vida, han sido instrumento y ayuda en el proceso de mi vocación sacerdotal. En primer lugar, a mi familia, donde crecí en la fe. Mi parroquia y pueblo natal, donde recibí los sacramentos de iniciación cristiana. El Seminario y la Diócesis de Valencia, que me ofrecieron la formación para el ministerio sacerdotal.
Las primeras parroquias de Rotglá-Corberá y La Granja; el colegio y el instituto con las clases de religión. El servicio en la delegación diocesana de pastoral vocacional; y la parroquia de Albal.
Después el Señor me llamó a un servicio eclesial en Roma, junto al papa san Juan Pablo II, del que aprendí su gran amor a la Iglesia y su entrega al ministerio sacerdotal. Cuando él celebró sus Bodas de Oro sacerdotales insistió en que su vocación estaba fundamentada en el sacerdocio; la base fue el bautismo, pero su misión fue la sacerdotal.
Los cargos que uno pueda ocupar en diversas parroquias o en distintas diócesis son modos concretos de ejercer el ministerio; pero lo más importante es ser sacerdote de Jesucristo.
Por eso deseo hoy recoger los nombres de todas las personas, de las comunidades cristianas que he encontrado y todos vuestros nombres, y ponerlos sobre el altar para que el Señor os bendiga y haga fecundos vuestra fe, vuestro amor a la Iglesia y vuestra cercanía y afecto hacia mi persona. ¡Gracias!
8.- Ministerio episcopal
El Señor me hizo regresar años después a Valencia, para ejercer el ministerio episcopal como obispo auxiliar; posteriormente me llevó a la Diócesis de Alcalá de Henares, de la que hay una representación de algunos sacerdotes a quienes agradezco su presencia. Y, finalmente, fui destinado a esta muy querida Diócesis de Málaga, donde sigo ejerciendo el ministerio con alegría y actitud agradecida.
A todos vosotros, queridos sacerdotes y fieles, os agradezco vuestra acogida, comprensión, colaboración y entrega a la Iglesia, como familia de hijos de Dios. Al iniciar la procesión he dicho a los sacerdotes: “Os llevo en el corazón”; y os le repito ahora con todo cariño.
Perdonad mis deficiencias, errores y limitaciones. Me alegra que solicitéis mi presencia en tantos sitios y celebraciones, pero no puedo estar en varios lugares a la vez; menos mal que Dios no me ha dado el don de la “bilocación” y espero que no me le conceda. Solo deseo ser buen instrumento en manos de Dios y os ruego que se lo pidáis al Él.
Pido al Señor que os bendiga; y a la Santísima Virgen, Santa María de la Victoria, nuestra Patrona, que nos siga acompañando y cuidando a todos con su maternal solicitud amorosa. Amén.