Los seres humanos somos los únicos seres del mundo que preguntamos a los demás y nos preguntamos a nosotros mismos. Lo curioso del caso es que antes de que tomemos conciencia de esta capacidad humana ya somos una pregunta ambulante, desde que nacemos hasta que morimos. Levantarnos cada mañana nos parece lo más natural del mundo, pero sabemos que un día ya no nos levantaremos más. Tal vez nos consolamos diciendo que -según acuña el refrán popular- es suficiente «plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo». Pero en el fondo todos sabemos que nada de esto evitará que surja la pregunta sobre el sentido de la vida.
Hay diversos caminos de búsqueda del origen y sentido de la vida. En primer lugar, está el camino de la ciencia, que investiga la constitución de la materia desde la diminuta dimensión de los átomos hasta la magnitud de los astros. Otro camino de búsqueda es el de las ciencias humanas y de la filosofía, cuyas disciplinas investigan el misterio de la persona. Así, las ciencias de la naturaleza, las ciencias humanas y la filosofía son esenciales para la humanidad porque ayudan a vivir y sirven para explicar el mundo y la vida.
Sin embargo, hay una pregunta última del ser humano que no puede encontrar una respuesta plena en la ciencia o a la luz de la razón. Esta pregunta última solamente puede encontrar una respuesta adecuada cuando descubrimos que el misterio de la persona está enraizado en el misterio de Dios, pues la búsqueda de respuesta a la pregunta sobre el sentido de la vida es el objetivo de la teología. Por esto podemos decir que al lado de la tarea del científico y del filósofo, la tarea del teólogo no es un oficio arcaico en la sociedad posmoderna, sino el testigo de una cuestión muy antigua pero siempre nueva: la cuestión de Dios.
Estas tres disciplinas -ciencia, filosofía y teología- se necesitan mutuamente para no acabar encerradas en un pequeño mundo sin salida. Cuando sumamos las tres vías de investigación todos ganamos, pues es una extraordinaria oportunidad para explorar el misterio gozoso de la vida. La teología propone a la ciencia y a la filosofía un pacto de confianza. Y esta confianza nace de la convicción de que no estamos solos, de que nuestro pequeño misterio no es una hoja que se lleva el viento sino una planta enraizada en el misterio de Dios.
La ciencia, la filosofía y la teología tienen la misión de ayudar a las personas a vivir, disfrutando de una casa, un paisaje y un horizonte. Una casa donde cada uno pueda vivir con autonomía y libertad. Un paisaje en el que nos podamos encontrar en el diálogo y la cooperación. Un horizonte en el que, a lo largo de la vida, vayamos descubriendo que los pequeños hechos cotidianos no acaban en un vacío sin sentido, sino en la serenidad y la esperanza.
Jesús García Aiz