Entrevista a Mons. González Montes con motivo del 75º Aniversario de la Hermandad del “Silencio”

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

El 13 de noviembre de 1946, la bella Salamanca vio nacer a Mons. Adolfo González Montes. Castilla y Andalucía, dos autonomías dispares en su manera de entender la vida pero unidas por una misma fe, máximo exponente de sus respectivas idiosincrasias y, por estas azules latitudes mediterráneas, elemento de trabazón entre ambas tierras en la figura de un hijo que aquí es padre. Corre en el calendario el día 15 de abril del año 2002 cuando Almería recibe la noticia del nombramiento de Mons. Adolfo González Montes como Obispo de la Diócesis, tras la renuncia de Mons. Rosendo Álvarez Gastón por motivos de edad. Se abría una nueva etapa que ahora, analizada desde la perspectiva del tiempo, toma la consistencia e importancia propias de los grandes hechos. Afable y cercano, Mons. González Montes ha tenido a bien atender a la Hermandad de “El Silencio” para compartir con hermanos y allegados sus profundas reflexiones en un gesto de sensibilidad que desde estas líneas agradecemos de forma sincera. La primera pregunta, conocido el telón que “decora” el escenario social, es obligada…

¿Cómo está viviendo usted esta terrible situación que, ni en los vaticinios más oscuros, pudiera haberse imaginado?

Con honda preocupación por los miles de personas, más de cien mil los muertos si nos atenemos al INE y a las funerarias, y los más de tres millones de contagiados. Es desolador el sufrimiento inmenso de tanta gente. Mi preocupación es grande por la extensión de la pandemia en las naciones más pobladas y más pobres.

La pérdida de vidas humanas es siempre irreparable, pero esta pandemia nos ha ayudado tomar conciencia de la fragilidad de la vida humana, que es un don de Dios, pero lo ponemos entre paréntesis… y ahora estamos legislando sobre cómo provocar la muerte para quien se quiere desapuntar de la vida.

¿Piensa que el inmovilismo o la desidia de las hermandades pueda traer consigo un grave perjuicio para la Iglesia en un horizonte próximo?

Bien, lo que hace el aislamiento social es protegernos contra el contagio, pero no tiene mayor seguridad para la vida. Siempre estamos en las manos de Dios. Volveremos a celebrar con gozo la Semana Santa con las manifestaciones de fe de la piedad popular, pero nunca dejaremos de celebrar los misterios de la muerte y resurrección del Señor en el Triduo pascual, porque son la razón de ser de la Semana Santa. Ahora, con los aforos controlados, la situación es mejor que la del año pasado.  Tened la seguridad de que volverán las sagradas imágenes del Señor y de la Virgen a la veneración pública que les tributamos. Ahora, aunque sea en tono menor, podemos hacerlo también siguiendo las normas sanitarias; y volverán a desfilar procesionalmente por nuestras calles, contempladas por miles de personas. La Semana Santa es un tesoro de fe cristiana en la redención de Cristo, y de belleza patrimonial para expresar este gran misterio de la fe.

Volveremos a celebrar con gozo la Semana Santa con las manifestaciones de fe de la piedad popular, pero nunca dejaremos de celebrar los misterios de la muerte y resurrección del Señor en el Triduo pascual, porque son la razón de ser de la Semana Santa.

¿Y si pensamos en las nuevas vocaciones que han de surgir?

Siempre que haya familias cristianas que transmitan la fe habrá un futuro cristiano para las nuevas generaciones. La transmisión de la fe comienza en la familia y con ella colaboramos la parroquia y la escuela.

Casi 20 años de episcopado en la diócesis almeriense, ¿recuerda cuándo se lo comunicaron y cómo fue su llegada a un lugar tan distinto a las tierras de Castilla?

Sí, ¿cómo no? Me lo comunicó el Nuncio Apostólico en marzo de 2002. El nombramiento salió el 15 de abril. Vine a conocer la situación diocesana el 10 de mayo siguiente. No me imaginaba que me enviaran tan lejos. Bueno, la cultura en España está fuertemente impregnada por la fe cristiana, y hace que los españoles seamos más homogéneos de lo que pensamos acentuando nuestras diferencias. La diferencia es parte de nuestra riqueza, pero la obsesión por la diferencia nos hace olvidar que somos una nación cristiana que tiene una historia común. Olvidarlo nos debilita y también nos empobrece aislándonos en nuestro territorio, es algo así como un confinamiento.

¿Ha respondido Almería a sus expectativas?

Naturalmente que sí.  Han sido años apasionantes de entrega sin descanso al servicio de la diócesis.

¿Cuál sigue siendo la tarea pendiente en nuestra diócesis?

La Iglesia de Almería necesita más vocaciones sacerdotales, aunque no nos faltan. Siempre tuvo menos sacerdotes de los que necesita. Sólo la floración de vocaciones a que dio lugar la inmolación de los mártires constituye un momento privilegiado de su historia reciente, hoy ya lejano. Su memoria es un estímulo alentador. La vida de consagración religiosa está muy mermada y envejecida y falta una militancia cristiana laical verdaderamente comprometida con los retos de nuestra sociedad.

¿Cómo valora usted el rol que está desempeñando la Iglesia en Almería en esta drástica situación que atraviesa la sociedad?

La acción social y caritativa de la Iglesia de Almería se canaliza mediante Caritas Diocesana y las delegaciones parroquiales. Se está trabajando muy bien, tenemos unos talleres para promocionar el empleo y mediante formación profesional, y venimos poniendo en práctica proyectos y programas en favor de las personas marginadas, la mujer y los inmigrantes.  Luego se atiende a necesidades básicas y a los transeúntes.

¿Y desde las vocalías de caridad de las hermandades?

También se trabaja bastante, sobre todo en la provisión de alimentos y ropero. No olvidemos que el programa de “Koopera”, que transforma los tejidos en hilatura y los recicla, ha sido un acierto, pero mucha de esa ropa viene de la que se recoge en parroquias y en las hermandades.

Siguen presentes en la sociedad prejuicios antirreligiosos incomprensibles, de los que no se libera el pensamiento de las élites que se llaman a sí mismas “progresistas”. Sabemos por las duras experiencias del siglo XX qué dan de sí los totalitarismos ateos y anticristianos, pero hay hoy una tendencia al pensamiento único

¿Cree que el mensaje de la Iglesia se ha alejado de la sociedad a la que aspiran los jóvenes?

Los jóvenes tienen hoy un condicionante muy potente para mantenerse como cristianos. Me refiero a la cultura ambiente, agnóstica, hedonista y también anticristiana en muchas de sus propuestas y postulados. Los partidos laicistas en la medida que llegan al poder combaten con mil obstáculos la presencia de la Religión en la escuela, las familias tienen una fuerte desestructuración de vida y no transmiten la fe. Muchos padres jóvenes no enseñan a rezar a sus hijos, porque tampoco ellos lo hacen. Siguen presentes en la sociedad prejuicios antirreligiosos incomprensibles, de los que no se libera el pensamiento de las élites que se llaman a sí mismas “progresistas”. Sabemos por las duras experiencias del siglo XX qué dan de sí los totalitarismos ateos y anticristianos, pero hay hoy una tendencia al pensamiento único, “política y culturalmente correcto” fuertemente influido por las ideologías derrotadas el pasado siglo, y es inquietante la pretensión política de que este pensamiento único domine la escuela. La banalización de la sexualidad, concebida como un bien a disfrutar sin responsabilidad y normas, salvo evitar el embarazo, y el pensamiento transgénero tienen influencia muy fuerte en los jóvenes. Tratar de reorientar éticamente esta opresiva influencia que ejerce la cultura hedonista sobre los jóvenes es algo que las élites laicistas, también muy presentes en el mundo de la educación, consideran contrario el progresismo como ideología globalizadora del “pensamiento correcto”. El Papa Francisco habla de este pensamiento como de una verdadera “colonización del cerebro”. Si pensamos que la escuela católica está asediada, acosada por una legislación injusta, y que muchos educadores católicos sucumben con frecuencia la ideología imperante, pues ¿qué cabe esperar?. Sin embargo, este es el reto que hemos de afrontar sin complejos. Yo he apostado siempre por transmitir en la educación católica una cultura inspirada por la fe sin complejos. No podemos menos de proponer un pensamiento verdaderamente católico sobre el amor, el matrimonio y la familia, si queremos nuevas generaciones abiertas a la fe.

¿Pueden las hermandades, en el radio de acción de este mensaje, hacer algo más?

Las hermandades pueden contribuir a la evangelización de la juventud mediante un apostolado de juventud bien planteado, coordinado con el plan pastoral de la diócesis. Pertenecer a una hermandad o cofradía es compatible con la pertenencia a los movimientos apostólicos de juventud; pero también las hermandades pueden desarrollar un apostolado específico proponiendo a los jóvenes su entrada en ellas, presentando un buen plan de formación para jóvenes cofrades y comprometiéndolos con algunas de las acciones propias de las hermandades en el campo de la caridad. Antes me he referido a la preocupación por los necesitados, y pienso que las hermandades podían proponer a los jóvenes acciones propias de la Caritas parroquial; y también en la catequesis, teniendo en cuenta que hay pocos jóvenes catequistas y muchas personas mayores, fundamentalmente mujeres. Lo mismo hay que decir del protagonismo, muy necesario, de los jóvenes de las hermandades en el apostolado diocesano de la infancia, y de su presencia en los grupos parroquiales. Sin olvidar, claro está, los grupos de reflexión bíblica y oración, culto al Santísimo Sacramento; por ejemplo, en la adoración eucarística parroquial. Como acabo de manifestar, es muy importante el cultivo de vocaciones sacerdotales y a la vida consagrada en las hermandades, porque dado el volumen de jóvenes que entran en juego en las hermandades cabría esperar más vocaciones al ministerio sacerdotal en el caso de los jóvenes varones, y a la vida consagrada femenina, tan importante parta la vida de la Iglesia.

Las hermandades pueden contribuir a la evangelización de la juventud mediante un apostolado de juventud bien planteado, coordinado con el plan pastoral de la diócesis.

En apenas unos meses, la hermandad de “El Silencio” comenzará la celebración de un aniversario muy especial. En este 2021 se cumplen 75 años desde que, el por aquel entonces Obispo de la Diócesis, D. Enrique Delgado Gómez, ratificara las reglas de una corporación que veía cómo se materializaba el anhelo de un grupo de altos cargos de la Organización Sindical almeriense de crear una hermandad que evidenciara la religiosidad del mundo del trabajo. Además, desde ese mismo año, la cara más inmaculada de Almería es el “Consuelo” de vecinos y cofrades, ¿qué espera de este acontecimiento tan importante en nuestra ciudad?

Una celebración gozosa y hondamente religiosa de los acontecimientos que forman parte de la historia cristiana de Almería, expresión del alma religiosa de la ciudad y de las gentes de esta tierra. Los cofrades tienen que tomar más en serio su fe cristiana, que ha de marcar toda su vida e inspirar la comunión de la familia, el trabajo, y las relaciones de vecindad y ciudadanía; una fe que alimente el testimonio de Jesucristo que todos los bautizados hemos de dar.

¿Qué recuerdos le trae su todavía reciente visita pastoral a nuestra parroquia donde tuvo ocasión de bendecir la imagen titular de la parroquia que realizara D. Enrique Salvo y hacer lo propio con la casa de hermandad?

Tenía ilusión ver la imagen de san Agustín y cuando la bendije me convencí de su valía. Me traje una valoración muy positiva de la asamblea parroquial que celebramos y de los grupos parroquiales, de su labor apostólica, devocional y caritativa. Creo que es una parroquia bien cohesionada, que está afianzando su identidad diocesana. Las mejoras del templo necesitan también la consolidación de espacios. Todo se conseguirá.

El pasado viernes 8 de enero, Almería conocía la noticia de la incorporación de Don Antonio Gómez Cantero como Obispo coadjutor de nuestra Diócesis. Desde la atalaya que ofrece la dilatada experiencia, ¿cuál es el consejo de D. Adolfo al nuevo hermano en el ministerio pastoral con respecto a su labor con las hermandades y cofradías?

Más que un consejo quiero expresar un deseo. Que las tenga muy en estima, porque son fruto de la fe viva de nuestra Iglesia y de la historia cristiana de Almería, y son una magnífica plataforma de evangelización. Hay que seguir trabajando por la formación cristiana de todos los miembros de las hermandades y cofradías y potenciar su identidad eclesial.

Daniel Valverde Miranda

Hermandad de “El Silencio”

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