El domingo pasado el texto del Evangelio nos mostraba a Jesús como el Buen Pastor y en el de hoy se nos muestra a Jesús como la vid. La figura de la vid o de la viña, tan presentes en nuestra geografía mediterránea, está también muy presente en el Antiguo Testamento y con ella se identifica Israel, como pueblo elegido y cuidado con la ternura de Dios.
Al presentarse Jesús como la vid verdadera está presentado unos tiempos nuevos en los que el nuevo pueblo de Dios es el que surge y nace con Jesucristo y que tiene un sentido universal: la Iglesia.
La Iglesia, por tanto, no se entiende sin Jesucristo porque no es una mera institución más. Y la Iglesia, sin Jesucristo, ni tiene vida como para perdurar en el tiempo ni puede dar buenos frutos en abundancia. Porque el sarmiento no tiene vida propia sino está unido a la vid como la Iglesia si no está unida a Jesús. Por eso la Iglesia y cada uno de los cristianos, sino estamos unidos a la vid que es Cristo, no recibimos la vida que nos viene a través de la savia, que es el Espíritu Santo, y, entonces, el final es la muerte, la desaparición y la esterilidad. Para dar fruto es condición indispensable la de “permanecer”, verbo que se repite varias veces para insistir en la importancia de la perseverancia, de la fidelidad y de la unión que no se rompe.
Este relato se refiere a la comunidad y a cada uno de nosotros, y así hemos de leerlo y meditarlo: en clave comunitaria y en clave personal, ambas son inseparables en la vida de un cristiano.
El Padre tiene la tarea de realizar la poda como dueño de la viña y buen labrador. El Padre nos poda, nos limpia, para que demos más fruto. Poda a los que ama y quiere eliminado en ellos los brotes de la soberbia, del orgullo, del egoísmo, de la envidia, de la comodidad…, de todo lo que nos impide dar fruto. La poda duele, deja una herida, pero abre paso a la madurez, al crecimiento, a la nueva vida. Dios se vale de la comunidad, de los amigos, de los pobres, de los que nos fastidian… para podarnos y así dar más fruto. La mayoría de las veces la poda viene de forma inesperada y sin buscarlas, más bien las trae la vida, las experiencias, los cambios. Pero cuanto tú también más te exiges por el Evangelio, más podas experimentas. La poda es una acción necesaria en las plantas, en las personas, en los grupos y en las comunidades cristianas. La poda genera vida, crecimiento y nuevos frutos. Cuantas más podas se han realizado en ti, más fortalecido has ido creciendo y madurando en el tiempo.
Hemos nacido para dar fruto, y en abundancia. Cuanto más unidos estamos a Jesús mejor y más abundante es el fruto que damos. Y el que da fruto engrandece la gloria divina y honra al Padre.
A los sarmientos que no dan fruto simplemente los corta. La fe que no da frutos y que no se cuida se termina secando. La falta de unión a Cristo resucitado y la falta de alimento espiritual y de amor a los demás a través de las buenas obras, termina llevando al sarmiento a la falta de fruto y de vida. Y entonces se experimenta la desilusión, la desesperanza, la falta de solidaridad y entrega a los demás y la falta de ganas por trabajar en bien de la Iglesia y del reino de Dios. Tú mismo te vas muriendo espiritualmente sin que lo notes. Algunos viven la fe y la religión como algo tan individual que a veces ni siquiera se comunican ni tienen trato ni contacto con el Resucitado, y esa fe se muestra estéril y la vida se nos llena de vacíos.
Siéntete planta amada por el Padre, llena de vida por el Hijo y destinada a dar fruto por el Espíritu Santo. Siente y recuerda que sin Dios no eres nada, no tiene sentido nada y no llegas a ningún parte, sea lo que seas y hagas lo que hagas.
Emilio José Fernández, sacerdote
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