El Domingo de la Misericordia es una celebración alegre, con la recién estrenada resurrección
Estamos estrenando la Pascua de Resurrección y nos disponemos a celebrar el Domingo de la Misericordia, ¿qué mejor fecha para hablar de la alegría? La alegría es un fruto de la paz. Esa paz interior que nos trae como regalo Cristo resucitado, esa que nada ni nadie nos puede quitar, porque sabemos que estamos en buenas manos y que su amor no nos deja.
“Es más fácil que pase por sabio el taciturno que el hombre alegre… Existe, de hecho, un error muy común que lleva a considerar la jovialidad como una característica espontánea del carácter que nada le debe a la madurez. Cuando en realidad experimentamos justo lo contrario, ya que el pesimismo es, muy a menudo, la respuesta más fácil a la presión del tiempo”.
“Se habla poco de la alegría, y entre las cosas que asumimos como un deber, como una tarea cotidiana, raramente está la alegría”. Quizás pensemos que la alegría se debe a que las cosas nos vayan siempre bien, a que las circunstancias nos sean favorables, a que la suerte nos acompañe. Y, por eso, pensamos que es algo pasajero, marginal. “La alegría no se reduce a una forma de bienestar o a un consuelo emocional, aunque se puede traducir también de ese modo. La alegría, fundamentalmente, es una expresión profunda del ser: en bondad, en verdad, en belleza. Constituye una expansión personalísima de sí mismo”. Podemos decir que la alegría también se aprende, que es un signo de madurez y que acompaña a la virtud. Pertenece a los que no han perdido la capacidad de asombrarse y de gozarse cuando contemplan la vida y se detienen ante la realidad.
“Un rasgo que caracteriza la alegría es el hecho de que no nos pertenece. Simplemente irrumpe y nos atraviesa cuando aceptamos construir la existencia como práctica de hospitalidad. Si insonorizamos nuestro espacio vital, si impermeabilizamos nuestra atención, la alegría no nos visita”.
“Para acceder a la alegría, la vida tiene que hacerse porosa. Aun cuando el precio incluya el dolor. Con frecuencia el sufrimiento debe excavar primero en nosotros la profundidad que después vendrá a llenar la alegría”.
Abramos el corazón al gozo de la Pascua, que está fundamentado en la verdadera esperanza, y esforcémonos por mantener viva la alegría. Es una riqueza que más crece cuanto más se reparte.
Tomado de José Tolentino Mendonça
“Pequeña Teología de la lentitud” (Fragmenta Editorial)
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