Conoce la historia de Ambrosio Arellano, un niño de la localidad que desapareció con poco más de dos años
La Cofradía de Ntra. Sra. de la Antigua de Hinojosa del Duque ha publicado relato del milagro que la patrona de la localidad hizo con Ambrosio Arellano en abril de 1921. Al cumplirse cien años se han servido de la narración del carmelita Juan Ruiz publicada en su libro “La ilustre y noble villa de Hinojosa del Duque” (1922).
Cuenta como un vecino de poco más de dos años desapareció una fría noche de abril cuando salió a pasear a su cordero. Éste volvió a casa pero el niño no. Tras una noche de intensa y desesperada búsqueda, al amanecer encontraron al niño sin ningún signo de haber pasado ni frío no hambre. Aseguró el pequeño que una mujer lo había acompañado, y al ver a la Virgen de la Antigua confirmó que la mujer que había estado con él era ella.
Testimonio del milagro de la Virgen de la Antigua con el nió Ambrosio Arellano
La narración de aquella noche misteriosa, que se dio en los campos de la Antigua a primeros del mes de abril de 1921, ha permanecido inalterable durante cien años, en gran medida, gracias al testimonio del padre Juan Ruiz, que escribió la historia sobre la marcha incluyéndola en La Ilustre y Noble Villa, publicada al año siguiente de los acontecimientos en cuestión.
Sin embargo, este testimonio no es, ni mucho menos, el único en torno a aquellos hechos de los que apenas nos separan un par de generaciones. Hubo muchos testigos de aquella noche extraña y difícil que terminó bien, como podría haber terminado mal. Que terminó bien cuando, clareando ya el alba, todos daban por hecho que terminaría mal.
Petra Moreno nació en 1915. Contaba con cinco años y medio de edad cuando pasaba la primavera en uno de los cortijos del hervidero que rodeaba la ermita de la Virgen de la Antigua. Muy cerca de su casa, vivían sus tíos y sus dos primos hermanos: Ángel, que siempre sería muy devoto de la Virgen y Ambrosio, de dos años y medio, que resultaría ser protagonista involuntario de esta extraña historia colmada de inesperados caminos coincidentes.
Antonia Tamaral Moreno, hija de Petra, recuerda lo que tantas veces escuchó de labios de su madre y que no es más que la primera parte de este prodigio. La segunda parte, no tuvieron que contársela. La vivió ella misma, como veremos más adelante.
“Una oveja tuvo un borreguillo y el muchacho estaba allí con el pastor y fue a jugar con el borrego. El borrego se adentró en la sementera, la sementera estaría alta. Y el borrego volvió, pero el niño, no”.
“Los padres empezaron a buscarlo por los alrededores, pensando que lo iban a encontrar, pero el niño no aparecía. Mi madre se acordaba estupendamente de todo aquello, porque salieron a buscarlo con faroles y ella estaba también fuera de la casa. Estuvieron buscándolo toda la noche. Y pasaron cuarenta veces por el sitio donde el niño aparecería después. No lo oyeron llorar, ni responder a las llamadas. El misterio de aquello… no lo sabemos. Mi tío siempre nos decía que no se acordaba de aquella noche”.
“Decía mi madre que ponían los vellos de punta los gritos atronadores retumbando en las sierras de alrededor. Por un lado: ¡Ambrosio…!, por otro: ¡Ambrosio…! De todos aquellos cortijos salieron a buscarlo con faroles o lo que entonces tuvieran para alumbrarse. El campo estaba plagado de luces. Pero nada, el niño no apareció en toda la noche”.
“Y por la mañana -a mí, mi madre me lo contaba así-, pasaron unos cargueros con sus mulas cargadas, que iban a vender a Peñarroya, y se encontraron al niño. Enseguida se lo dieron a la guardia civil y la guardia civil se lo llevó a sus padres. Rápidamente corrió la noticia por todos aquellos cortijos”.
Sin duda, cada hora transcurrida aquella noche de pena y desasosiego fue un afilado cuchillo de impotencia que iba penetrando los ánimos de los que buscaban al tierno niño. Sin duda, la escarcha que dicen que blanqueaba el campo al amanecer supuso el fin de sus esperanzas de encontrar sano y salvo al pequeño. Seguro que aquella búsqueda unió más aún a aquellas familias que, en torno a la ermita de la Virgen, vivían en buena vecindad. Cuánto no se alegrarían ante la noticia de que el niño había por fin aparecido ileso y estaba ya en casa con sus padres.
“Al llevarle el niño a su madre, ella empezó a decir: ¡Ay mi niño, que habrá tenido mucho frío! El niño respondió: No, no, ha estado conmigo una señora y me arropaba, yo no tenía frío”.
“La madre y la familia tomaron esa respuesta como algo que a lo mejor el niño habría soñado, no le dieron mayor importancia”.
“Pero claro, cuando llegó, no sé si fue el Cerco de Cera o el día de la Virgen -porque los patueros no venían al pueblo en Semana Santa, hacían el Cerco de Cera y comulgaban allí y ya no me acuerdo si fue ese día o el día de la Virgen de la Antigua-, entonces le ofrecieron a la Virgen un borrego y se lo llevaron en agradecimiento porque el niño había aparecido”.
“Pero al entrar en la iglesia, contaba mi madre que el niño dijo mirando a la Virgen: Esa mujer fue la que estuvo conmigo y me calentaba. Me daba de comer y me calentaba. Y entonces, te puedes imaginar, decía mi madre que todos los patueros gritaban: ¡Viva la Virgen!, dando aplausos… Mi madre, cuando me lo contaba lloraba todavía y fíjate si era chica cuando vivió aquello. Ese día estaba ella, toda la familia, ellos vivían allí, iba con ellos y todos los que habían vivido aquello decían: ¡Milagro! ¡milagro!¡que esto ha sido un milagro! ¡que la Virgen ha estado con el niño!”.
Esto ocurrió en la romería de la Virgen de la Antigua del año 1921. Ese año, entre vítores y aplausos, al grito de ¡milagro! bajó la Virgen a la Fuensanta, bajo la misma consigna fue llevada al pueblo la Pastora y al compás del gozo de los que habían vivido el milagro, como Reina entró en la iglesia de San Juan.
Que los que vivieron aquellos hechos misteriosos tenían la certeza de que habían visto un milagro de la Virgen fue tan evidente que de ello dejó constancia el padre Juan Ruiz, como ya se ha dicho y todos sabemos. Pero este milagro tiene una segunda parte, que sirvió de confirmación a la primera. Y esta segunda parte, sí la vivió Antonia Tamaral.
Me contaba ella que, cuando volvió la Virgen después de la guerra, una vez restaurada la ermita y refundada la cofradía, hubo una fiesta grande en la Antigua. Que aquella noche apenas se durmió en los cortijos porque en todos había baile al son de los acordeones y las armónicas y que, a pesar de que fue una noche lluviosa, como corresponde a la Virgen de las Aguas, brotaba la alegría por todo aquel campo porque la Virgen había vuelto a su casa. Todos aquellos labradores habían trabajado dura y desinteresadamente dando jornales en las obras de la ermita. Y por fin, podía entrar Ella, cuya presencia no había faltado nunca de aquella tierra y de aquellas casas cristianas.
Un cuñado de Ambrosio, muy devoto de la Virgen, se empeñó en ser Hermano Mayor aquel año. Se hizo el sorteo y -casualidad- salió de Hermano Mayor Ambrosio Arellano Moreno. Como su tío insistió en tener gran ilusión por serlo él, los hermanos accedieron a repetir el sorteo y -¿casualidad?- salió Ambrosio Arellano Moreno, que aún así, cedió el cargo a su tío.
Al año siguiente, cuando se hizo el sorteo para elegir Hermano Mayor, salió Ambrosio Arellano Moreno y así consta en los libros de la Cofradía.
Si tenemos en cuenta que este es el niño que a primeros de abril de 1921 estuvo toda una fría noche desaparecido con una Señora por los cerros de la Antigua, a esto hay que ponerle otro nombre, el de casualidad no vale porque ya es mucha casualidad.
Estos tres sorteos apuntando siempre a la misma persona, sirvieron de confirmación de que la Virgen había manifestado en Ambrosio su maternal protección y de la continuidad de su señorío desde su santuario de la Antigua. Que en los momentos difíciles todos podamos mirarla y decir como aquel niño: “Esa es la mujer que estuvo conmigo”.
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