Ante la solemnidad de Todos los Santos

Carta pastoral de Mons. Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla

ANTE LA SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

Domingo, 28 de octubre de 2012

Queridos hermanos y hermanas: El próximo jueves, 1 de noviembre, celebraremos la solemnidad de Todos los Santos. Ya en los primeros siglos del cristianismo se celebraba una fiesta en honor de los mártires anónimos, cuyos nombres no figuraban en las actas martiriales.

Esta celebración adquiere mayor relevancia a principios del siglo VII, cuando el Papa Bonifacio IV traslada las reliquias de los mártires desde las Catacumbas a la basílica de Santa María de los Mártires, en el célebre Panteón romano. Por fin, en el año 835, el Papa Gregorio IV extiende esta conmemoración a todos los Santos y fija como fecha de su celebración el día 1 de noviembre.

El próximo día 1, celebraremos en una misma fiesta los méritos de todos los Santos. Honraremos a aquellos hermanos nuestros cuya santidad heroica ha sido reconocida oficialmente por la Iglesia y tienen un puesto en el calendario litúrgico. Pero honraremos especialmente a quienes no tienen ese privilegio, aquellos que de forma anónima, desde la sencillez de una vida poco significativa a los ojos del mundo, en la familia, el trabajo, la vida sacerdotal o religiosa han hecho de su vida una hermosa sinfonía de fidelidad al Señor y entrega a los hermanos, viviendo el ideal de las Bienaventuranzas. Todos ellos constituyen una «muchedumbre inmensa que nadie puede contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas», que está «en pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos» (Apoc 7,9). Entre ellos, es seguro que todos contamos con nuestros padres, , hermanos, familiares y amigos. Por ello, la solemnidad de Todos los Santos es una fiesta familiar.

En ella estamos invitados a dar gracias a Dios por «los frutos de santidad madurados en la vida de tantos hombres y mujeres que en cada generación y en cada época histórica han sabido acoger sin reservas el don de la Redención» (TMA 32). Damos gracias a Dios porque es Él en definitiva el origen y causa de su santidad, fruto de su misericordia y fidelidad, de su amor sin medida. Este es el caso también de tantos cristianos sencillos y anónimos, cuyos nombres sólo constan en el corazón de Dios y en cuyas vidas se manifiesta el triunfo de la gracia sobre la fragilidad humana. Por ello, en esta solemnidad damos honra y gloria a Cristo, «corona de los mártires, de las vírgenes y de los confesores» y, por Él, al Padre que es «admirable siempre en sus santos».

La solemnidad de Todos los Santos es también una invitación a la alegría desbordante al contemplar la ciudad santa, la nueva Jerusalén, en la que eternamente alaba a Dios la asamblea festiva de todos los Santos nuestros hermanos. Unidos a ellos por los vínculos de una comunión invisible pero real, la llamada con toda propiedad comunión de los santos, su triunfo es nuestro triunfo y su victoria es ya en esperanza nuestra victoria. Ellos nos muestran el espléndido destino que nos aguarda y al que nos encaminamos alegres, guiados por la fe y gozosos por la gloria de los mejores hijos de la Iglesia, como cantaremos en el prefacio de esta solemnidad.

La solemnidad de Todos los Santos nos invita también a dar gracias a Dios por ser sus hijos, por tener una familia grande y magnífica, la Iglesia, a la que en su dimensión real y definitiva pertenecen también los santos y las benditas ánimas del Purgatorio, de las que haremos memoria el día 2 de noviembre ofreciéndoles nuestros sufragios. Damos también gracias a Dios, por tener un hogar en el que vivimos comunitariamente nuestra fe, apoyados y sostenidos por una auténtica comunidad de hermanos, iluminados por el testimonio de los santos que nos estimulan con su ejemplo y nos ayudan con su intercesión y cuyo triunfo nos hace experimentar anticipadamente el gozo de la posesión de Dios, cuya plenitud llegará cuando lo veamos «tal cual es».

La celebración de la solemnidad de Todos los Santos nos sitúa en el corazón de la Iglesia. La santidad pertenece a su esencia más íntima. Por ello, todos estamos llamado a la santidad. «La Iglesia necesita hoy -escribió el Papa Pablo VI- el paso de los santos; pero santos de lo cotidiano», hombres y mujeres, jóvenes y adultos, padres y madres de familia, santos de lo sencillo, que encuentran su camino de santificación en la oración y la escucha de la Palabra de Dios, en la participación en los sacramentos, en el trabajo, la educación de sus hijos, la identificación de la propia voluntad con el querer de Dios, y en la ofrenda de la propia vida, abierta a las necesidades de los que sufren y comprometida en el apostolado y en la construcción de la nueva civilización del amor. A todo ello nos invitan los Santos, nuestros hermanos, en la hermosa fiesta que celebraremos el próximo jueves.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

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