Homilía
1. El Adviento nos dice hoy que en Navidad se encuentran el camino de Dios y el de los hombres. Nos prepara a lo más decisivo y esencial de nuestra fe, al encuentro personal con Jesucristo. El Adviento es el tiempo de la paciencia de Dios, que no deja de venir a nosotros y prepara así una vida en paz, intachable e irreprochable; una vida bella y santa. ¡Que santa y piadosa debe ser vuestra conducta, mientras esperáis y apresuráis la llegada del Día de Dios!, nos acaba de decir el Apóstol Pedro. Esa recomendación, bien podría ser nuestra aportación cristiana en la convivencia en paz, dignidad, libertad y solidaridad que diseña nuestra Constitución Española, la que hoy recordamos todos como ciudadanos.
2. Pero volvamos al Adviento. A preparar el encuentro de Dios con nosotros nos han invitado dos voces proféticas, dos voces que gritan al unísono, a pesar de la distancia de cinco siglos: “¡El Señor viene! Decídselo al oído a toda criatura”, anuncia Isaías. Y Juan el Bautista proclama: “Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo,… el que os bautizará con el Espíritu Santo”. Como habéis podido escuchar, las dos voces hablan del venir de Dios, las dos nos dicen que Dios es el caminante incansable de los siglos, el viajero que no deja de llamar a la puerta de nuestra vida. Isaías incluso nos dice con qué actitud se nos acerca: “Como un pastor que apacienta el rebaño, reúne con su brazo los corderos y los lleva en el pecho, cuida el mismo a las ovejas que crían”.
3. Como hemos podido escuchar, los dos profetas usan el presente para anunciar la espera del camino de Dios: “Dios viene”. En el exilio lo anuncia Isaías, y en el desierto se oyó el anuncio de Juan el Bautista. También nosotros escuchamos ese anuncio para el presente de nuestra vida. El día de hoy es tiempo para reencontrarnos con el amor de Dios, que viene. ¡Cuántos exiliados hay que, habiéndose alejado de su fe, desearían volver a encontrarla! ¡Cuanto desierto hay en nuestras vidas llenas de los valles que han ido socavando las oportunidades perdidas de encontrar a Dios y de hacer el bien a nuestros hermanos! ¡Cuántas colinas de engreimiento, orgullo, soberbia y autosuficiencia, han ido desnivelando el terreno por el que caminamos! Pues bien, hoy es el día de escuchar “Dios viene”.
4. Para alentar nuestro corazón a la espera, las dos voces proféticas nos recomiendan: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos”. El Adviento es una oportunidad para descubrir quiénes somos, dónde estamos, qué nos está sucediendo y cómo hemos de encarar las dificultades de la vida. El Adviento nos invita a descubrir el exilio o el desierto como lugares de nuestra pobreza, de nuestra fragilidad, como los lugares en los que somos pequeños, débiles, y en los que descubrimos nuestros límites.
5. Desierto y exilio son el símbolo del hombre que camina buscando su casa, del que desea encontrar su meta. Ambos son un buen lugar para situarnos en lo más esencial y profundo de nuestra humanidad. Aprovechemos el Adviento para sacar a la superficie lo que ha sido sembrado en nosotros por el amor y la gracia de Dios, especialmente el don de la filiación divina que recibimos en el Bautismo.
6. Por eso hoy muchos le dicen a la Iglesia que sea la voz profética de nuestro tiempo, que nos despierte el deseo de Dios, en quien podemos encontrar una respuesta a todas las inquietudes que se van encontrando en los terrenos difíciles de su existencia. Hoy son muchos los que de un modo especial le piden a la Iglesia, en medio de este complejo y difícil desierto, que es la pandemia de la Covid, que nos diga como preparar el encuentro con el Señor, cómo encontrar, entre el miedo y el dolor, la esperanza, que es santo y seña de nuestro camino cristiano.
7. Así comienza Marcos su Evangelio: “Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios”. Jesucristo es “la buena noticia” desde la que hemos de recomenzar nuestro camino de fe. Hay que partir siempre de Jesucristo, sólo él nos dará luz, fuerza y vida en nuestros desiertos, esos en los que todos sufrimos sed, cansancio, miedo y desesperanza. Jesucristo nos llevará sobre sus hombros, porque nada humano le es extraño; Él sabe hablar al corazón del ser humano. “Consolad, consolad a mi pueblo; hablad al corazón de Jerusalén gritad que se ha cumplido su servicio y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados”.
8. La Iglesia de Jesucristo no tiene otra misión que no sea la de continuar el consuelo de Dios a su pueblo. Por eso, sus palabras son de consuelo; los sacramentos son consoladores; consuela su vida fraterna y la unidad de sus miembros; la caridad con los pobres no puede tener otro objetivo que no sea acercar a todos el consuelo de Dios. Se necesitan profetas que sean signo de la misericordia de Dios.
9. Precisamente hoy estamos evocando en la Iglesia en España a nuestros seminarios, cuyo día celebramos pasado mañana en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción. Lo hacemos manifestando que nuestros sacerdotes son Pastores Misioneros. Es un lema que pone al día una característica esencial de los pastores de la Iglesia, la de tener un corazón misionero y una conciencia clara de que han sido enviados para transmitir la alegría del Evangelio. Como se nos acaba de recordar en dos recientes documentos para la formación sacerdotal, en el seminario se ha de ir fraguando un pastor misionero; un pastor que tenga siempre su corazón “en salida” y que esté dispuesto a preparar los caminos que recorre el Señor entre su pueblo. Por eso, no tendrán casa propia, ni tampoco rebaño privado o preferido.
10. Será un pastor que, aunque se equivoque, atenderá y buscará a las ovejas más difíciles y débiles, a esas las ha de cuidar, como hizo Jesús, con amor preferente. No hay más que mirar a nuestro alrededor para descubrir que el ministerio sacerdotal no se puede vivir sin un desvelo compasivo y apasionado por todos, ni sin estar disponible a dar su vida en el servicio en favor de sus hermanos. Para eso, el sacerdote ha de plasmar en su corazón, desde el mismo día de su elección y llamada, la conversión y la caridad pastoral de una Iglesia, que siente en su misión el sueño misionero de llegar a todos.
11. Nuestros seminaristas se están formando para ser, en el futuro, nuestros sacerdotes. Os pido, por tanto, que os intereséis por ellos, no olvidéis que son vuestros, que son para vosotros. Las comunidades parroquiales se conforman en su seguimiento de Cristo a imagen del ministerio de sus presbíteros; pero también las comunidades configurarán a sus sacerdotes. La Iglesia llama a los laicos bautizados a sumarse a la itinerancia misionera de sus pastores. Ningún sacerdote realiza sólo su misión, lo hace en la comunión corresponsable de sus comunidades, formadas de bautizados y enviados, de discípulos misioneros.
12.Os sugiero, por tanto, que ofrezcáis a nuestros seminaristas lo mejor de vosotros mismos. Es responsabilidad de todos el cuidar del nacimiento, discernimiento y acompañamiento de las vocaciones. Sólo así tendremos los pastores que necesita la Iglesia que evangeliza en este tiempo y en esta cultura tan ajena en muchos a los deseos de Dios y a los valores del Evangelio.
13. Rezad por las vocaciones, rezad por el seminario; en el viven y se educan los jóvenes que se han dejado seducir y enamorar por el amor de Dios, para ser un día servidores de ese amor. Prestadle vuestra ayuda, también la económica, para sostener el día a día de su convivencia cotidiana, de su formación y de todas sus necesidades. Se les educa para que sepan vivir en austeridad y pobreza, pero necesitan lo esencial para su desarrollo humano, espiritual, intelectual y pastoral.
14. Desde Jaén, pongo nuestros seminarios bajo la protección especial de San Juan de Ávila, al que a lo largo de un Año Jubilar hemos presentado como Pregonero de la Gloria de Dios. A él le pedimos que su magisterio siga alumbrando la vida de los presbíteros del siglo XXI y que renueve la escuela sacerdotal avilista, esa que supo plasmar con la fundación de la Universidad de Baeza, en la que tantos sacerdotes santos se educaron.
Invocamos el patrocinio de San José Bendito y del Santo Cura de Ars. Nos ponemos bajo la protección de nuestra Madre la Virgen Inmaculada y de la Patrona de esta Diócesis, la Santísima Virgen de la Cabeza.
Jaén, 6 de diciembre, 2020
+ Amadeo Rodríguez Magro
Obispo de Jaén