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“Venid vosotros, benditos de mi Padre…”

Con la solemnidad de Jesucristo Rey del universo finaliza el Año Litúrgico de la Iglesia, celebrando y reviviendo los grandes misterios de nuestra fe.

Esta festividad es reciente en la historia, instaurada por el Papa Pio XI en 1925. Jesús habló mucho del Reino de Dios, o del Reino de los cielos, como dice san Mateo. Cristo reina, no en los consejos de las naciones sino en los corazones de los hombres. No luchó para crear un reino humano, sino para transformar, respetando la libertad, los corazones de aquellos que quisieron seguirle. En el evangelio de este año, el Señor nos ofrece las «preguntas y respuestas» del examen final de nuestra vida: Lo decisivo es la actitud de amor compasivo que se ha tenido o la indiferencia que se ha mostrado hacia el sufrimiento de los «hermanos» de Jesús, y especialmente de los «más pequeños», que se encuentran en estado de necesidad. La lista es impactante: «Hambrientos, desnudos, enfermos…».

«Hambrientos»: «La comunidad cristiana, nos dice el Papa Francisco, está llamada a involucrarse en esta experiencia de compartir, con la conciencia de que no le está permitido delegarla a otros. Y para apoyar a los pobres es fundamental vivir la pobreza evangélica en primera persona».

«Desnudos»: La pobreza material se mueve siempre en la hora de las urgencias. No puede esperar. «Estamos llamados a descubrir a Cristo en los «desnudos de sus derechos, desnudos de lo más necesario», porque, para la Iglesia, subraya también el Papa Francisco, «la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica».

«Enfermos»: La pandemia ha desenmascarado nuestra vulnerabilidad, dejando al descubierto falsas y superfluas seguridades. Todos necesitamos ser «curados». La fiesta de Cristo Rey nos interpela con fuerza, porque es ahora cuando estamos decidiendo nuestra vida. Es ahora cuando «damos de comer, cuando hospedamos, cuando vestimos y visitamos a Cristo vivo, entre nosotros». Y escuchamos su llamada rebosante de esperanza: «Venid vosotros, benditos de mi Padre…».

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