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Don Amadeo celebra, ante el Santísimo Sacramento, sus 50 años de sacerdocio

Solemnidad del Corpus Christi, día grande para la Iglesia, y de una manera particular para el Obispo de Jaén, Don Amadeo Rodríguez Magro, quien celebraba medio siglo de ministerio sacerdotal.

Con una celebración íntima y emotiva, así lo ha querido conmemorar el Prelado del Santo Reino. Con el rezo de las segundas vísperas ante el Santísimo Sacramento expuesto en el Sagrario de la Catedral y acompañado de sus más íntimos colaboradores, miembros del Cabildo, su hermana, seminaristas y algunos fieles.

La celebración fue retransmitida por los Youtube y Redes Sociales y a ella se unieron en oración muchas parroquias y fieles de toda la Diócesis.
Después de que por la mañana hubiera presidido la solemne Eucaristía, y bendecido con la Custodia al pueblo de Jaén, el Obispo quiso, en la tarde, encontrarse con Cristo Eucaristía para agradecer sus cincuenta años de entrega fiel al sacerdocio y la Iglesia.

Después de la lectura, tomó la palabra para comenzar explicando el sentido de su lema episcopal, Parare vias domine. «En mi ministerio sacerdotal, – explicó el Obispo- siempre tuvo una especial fuerza espiritual esta misión del Bautista. Él fue el último entre los muchos personajes bíblicos, mujeres y hombres que tuvieron un protagonismo y un significado en la historia de la Salvación, que no tenía otra intención pedagógica en Dios que procurar la mejor preparación posible para el caminar de su Hijo Jesucristo cuando viniera a la tierra a culminar su proyecto salvador en favor del hombre».

En recuerdo de sus años como seminarista, Don Amadeo afirmó «en mi oración joven, ya seminarista, pensaba en lo que me vendría encima cuando tuviera que caminar en el desierto del ministerio para cumplir mi misión. Supe siempre que sería una misión preciosa, que solo sería posible cumplir si llegaba a entender cómo es el caminar del Señor. Siempre entendí que para cumplir esta misión tenía que ir detrás de Él, observando cada paso, cada parada, cada mirada, cada gesto, cada sonrisa, cada silencio, cada lágrima, sus momentos de tristeza o de dolor…»

En ese recorrido por su ministerio sacerdotal, colmado de agradecimiento, quiso destacar la voluntad perpetua de servicio al Señor y su Iglesia en cada uno de los cargos que había desarrollado desde su primer nombramiento como coadjutor en una humilde parroquia de un barrio deprimido de Mérida: «No tengo otro interés que me haya movido en estos cincuenta años que no haya sido mi ministerio como servicio y donación a los demás». Y añadió, «durante 50 años le he pedido al Señor que me fuera poco a poco moldeando para que, en la medida de lo posible, mostrará su imagen y semejanza. Me he puesto en sus manos, para que él me dijera cómo quería presentarse y para que me señalara cómo tenía que actuar como precursor del que quería mostrarse al mundo a través de mi pobre y humilde persona».

Sus últimas palabras, dirigidas al pueblo de Jaén que, con tanto cariño lo acogió, hace ahora cuatro años. «Os quiero dar las gracias por haberme acogido con tanto afecto como Obispo y pastor a todos los giennenses; gracias por vuestras oraciones, gracias por vuestro testimonio, gracias por el sentido de iglesia que se respira en esta diócesis. Gracias por evangelizar conmigo, por mostraros como pueblo de Dios en salida, gracias porque estamos siendo juntos una Iglesia con el sueño misionero de llegar a todos. Gracias por compartir conmigo el amor a María, Madre sacerdotal, la Virgen de la Cabeza».

El rezo de las vísperas concluyó con el canto del Magníficat y la reserva del Santísimo. Después, los presentes participaron en una foto de familia.

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