El domingo 17 de noviembre de 2019 se celebra, en toda la Iglesia, la III Jornada Mundial de los Pobres. Para esta ocasión, el Papa ha escrito un Mensaje que, a partir del Salmo 9, titula “La esperanza de los pobres nunca se frustrará”. Mi propósito en estos párrafos es invitar a leer este texto, orarlo, meditarlo, dialogarlo… y llevar a la práctica sus interpelaciones. Lo voy a hacer de un modo muy sencillo: recorreré los verbos que, en este documento, emplean el prefijo “re-“. De este modo, quiero subrayar que los cristianos debemos regresar una y otra vez a la realidad de los indigentes, que nunca podemos rehuir el escándalo que supone la miseria y que necesitamos reafirmar, insistentemente, nuestra opción preferencial por los desfavorecidos de la tierra.
Releer la Palabra
El salmista “describe con crudo realismo la actitud de los ricos que despojan a los pobres” (Mensaje, n. 3). En aquel tiempo, la gente arrogante “perseguía a los pobres para apoderarse incluso de lo poco que tenían y reducirlos a la esclavitud. Hoy no es muy diferente” (Mensaje, n. 2). En el texto resuena un grito que “se ha repetido a lo largo de los siglos hasta nuestros días: ¿cómo puede Dios tolerar esta disparidad? ¿Cómo puede permitir que el pobre sea humillado, sin intervenir para ayudarlo?” (Mensaje, n. 1). Ante esto, el salmista invoca el juicio de Dios para que se restablezca la justicia y se supere la iniquidad (Sal 10,14-15)”, empleando unas palabras que “no se refieren al pasado, sino a nuestro presente, expuesto al juicio de Dios” (Mensaje, n. 1). De hecho, describir “la acción de Dios en favor de los pobres es un estribillo permanente en la Sagrada Escritura”, donde el Señor aparece como el que “redime” al pobre. En definitiva, “el pobre nunca encontrará a Dios indiferente o silencioso ante su oración. Dios es aquel que hace justicia y no olvida” (Mensaje, n. 4).
Reconocer la realidad
Actualmente, en nuestros pueblos y ciudades, “con frecuencia vemos a los pobres en los vertederos recogiendo el producto del descarte y de lo superfluo, para encontrar algo que comer o con qué vestirse”. De hecho, “considerados generalmente como parásitos de la sociedad, a los pobres no se les perdona ni siquiera su pobreza”. Más aún, “se ha llegado hasta el punto de teorizar y realizar una arquitectura hostil para deshacerse de su presencia, incluso en las calles, últimos lugares de acogida”. Muchas veces, los pobres “se ven obligados a trabajar horas interminables bajo el sol abrasador para cosechar los frutos de la estación, pero se les recompensa con una paga irrisoria” y “vemos a menudo a una multitud de pobres tratados con retórica y soportados con fastidio” (Mensaje, n. 2). Ante este panorama, el Obispo de Roma nos anima a mirar esta realidad con otros ojos, más cercanos a los de Jesús y al talante del Evangelio: “Por un día dejemos de lado las estadísticas; los pobres no son números a los que se pueda recurrir para alardear con obras y proyectos” (Mensaje, n. 9). En realidad, “su condición de pobreza no les quita la dignidad que han recibido del Creador” (Mensaje, n. 10).
Reaccionar con responsabilidad
Situados de este modo, como creyentes y como ciudadanos, necesitamos vivir “asumiendo la responsabilidad de dar esperanza a los pobres. Es necesario, sobre todo en una época como la nuestra, reavivar la esperanza y restaurar la confianza” (Mensaje, n. 5). Concretamente, “la Iglesia, estando cercana a los pobres, se reconoce como un pueblo extendido entre tantas naciones cuya vocación es la de no permitir que nadie se sienta extraño o excluido, porque implica a todos en un camino común de salvación” (Mensaje, n. 6). Por eso mismo, “la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha es una opción prioritaria que los discípulos de Cristo están llamados a realizar para no traicionar la credibilidad de la Iglesia y dar esperanza efectiva a tantas personas indefensas” (Mensaje, n. 7).
Reavivar la esperanza
Como acicate, Francisco nos invita a recordar el ejemplo de“un gran apóstol de los pobres, Jean Vanier, quien […]recibió de Dios el don de dedicar toda su vida a los hermanos y hermanas con discapacidades graves, a quienes la sociedad a menudo tiende a excluir”. Su vida nos muestra que “el grito de los pobres ha sido escuchado y ha producido una esperanza inquebrantable, generando signos visibles y tangibles de un amor concreto que también hoy podemos reconocer” (Mensaje, n. 6). Su ejemplo, y el de tantos otros, muestra que “los pobres obtienen una esperanza verdadera no cuando nos ven complacidos por haberles dado un poco de nuestro tiempo, sino cuando reconocen en nuestro sacrificio un acto de amor gratuito que no busca recompensa” (Mensaje, n. 7).“Los pobres necesitan nuestras manos para reincorporarse, nuestros corazones para sentir de nuevo el calor del afecto, nuestra presencia para superar la soledad. Sencillamente, ellos necesitan amor” (Mensaje, n. 8). “A veces se requiere poco para devolver la esperanza: basta con detenerse, sonreír, escuchar” (Mensaje, n. 9).
Reenviar a la vida
Ante esta realidad, “es necesario un cambio de mentalidad para redescubrir lo esencial y darle cuerpo y efectividad al anuncio del Reino de Dios” (Mensaje, n. 7). Sabemos que “en el corazón del Pueblo de Dios que camina late esta fuerza salvífica, que no excluye a nadie y a todos congrega en una verdadera peregrinación de conversión para reconocer y amar a los pobres” (Mensaje, n. 9). Pero debemos hacerla nuestra con vigor y encarnarla con creatividad y sin vana retórica. En este sentido, la plegaria es fundamental. Si no descubrimos mientras oramos el rostro pobre de Cristo, si no acogemos su Palabra, no tendremos fuerzas para imitarlo saliendo al encuentro de los menesterosos. No nos cansemos, pues, de rezar con humildad y constancia, para que en nuestro interior crezca aquel amor que impulsó al Hijo de Dios a asumir nuestra frágil condición y de esta manera socorrer nuestro desvalimiento. “Que esta Jornada Mundial pueda reforzar en muchos la voluntad de colaborar activamente para que nadie se sienta privado de cercanía y solidaridad” (Mensaje, n. 10).
Fernando Chica Arellano
Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, el FIDA y el PMA