“Hacer nuestras las palabras de María”

Homilía en la Misa del martes de la IV semana de Adviento, el 22 de diciembre de 2020.

Cuando ayer caía yo en la cuenta que la Lectura de hoy era el canto del Magnificat, en un primer momento se me pasó por la cabeza decir “bueno, esta oración a la Virgen (así sin pensar más) es la más importante después del Padrenuestro que nos ha enseñado Jesús”. Inmediatamente dije, pero si no es una oración a la Virgen, sino que es una oración que hace la Virgen y es una oración de acción de gracias. Pero sí que es la más repetida a lo largo de la historia de la Iglesia, después del Padrenuestro.

 

Porque la Iglesia la repite todas las tardes. Y entonces, son miles y miles de personas en la Iglesia quienes hacen verdad esa promesa que parecía absolutamente increíble cuando la hacía una muchacha de Nazaret, de quince o dieciséis años. (…) Y se atrevía a decir que “desde ahora me felicitarán todas las generaciones” y aquello no podía parecer sino una enorme locura. Y, sin embargo, es verdad.

 

Yo creo que os he contado alguna vez que tengo una aplicación en el móvil con la Liturgia de las horas que dice cuántas personas están rezando la Liturgia de las horas con esa aplicación en ese momento, en el mundo. Y sale una bolita del mundo con las lucecitas encendidas de donde están. Nunca hay menos de cien, pero (la aplicación es americana) a las horas en que en América se suelen estar rezando los Laudes o las Vísperas, o la oración del mediodía, suele haber seiscientos, setecientos. Con una aplicación de un país. A mí me da alegría el verlo de vez en cuando (cuando la rezo, no la rezo con esa aplicación todos los días ni mucho menos) me da alegría, porque en la Iglesia entera se cumple el consejo de San Pablo de “orad incesantemente al Señor”. Ninguno de nosotros puede orar incesantemente al Señor, aunque podemos amarLe incesantemente, eso sí; pero Le amamos haciendo las cosas que hacemos, Le amamos en nuestras relaciones humanas. El amar: se puede amar siempre porque no es algo… el amar no lleva tiempo, simplemente añade profundidad y espesor, y gusto, y gozo a lo que hacemos. Pero rezar necesita tiempo. Y rezar no podemos rezar todo el día y toda la noche. Y, sin embargo, la Iglesia lo hace, y nosotros lo hacemos, lo hacemos en la Iglesia. Recordad que no sólo somos miembros del Cuerpo de Cristo, sino que, como dice San Pablo, “somos los unos miembros de los otros”. Es decir, que estamos unidos por los mismos lazos por los que están unidos nuestro nervios y nuestros músculos, o nuestros huesos y nuestros nervios, y la sangre y el cerebro, y el corazón. O sea que somos…, no podemos entendernos como una suma de individuos aislados.

 

Eso el Papa Francisco lo dijo con mucha claridad, no somos simplemente… el todo es más que las partes. Y eso dice explícitamente algo que es lo contrario de lo que decía uno de los principios más principio que en el siglo XIV se formularon de la modernidad: que el todo no es más que la suma de las partes. Por lo tanto, que somos individuos y cuando nos juntamos, somos dos individuos, como una pera y otra pera se junta y hay dos peras; y si pones cinco, somos cinco peras. Bueno, pues, nosotros no somos cristianos más que como miembros del Cuerpo de Cristo y ese Cuerpo, que, además vale por Él, con Él y en Él, no vale por el valor de la oración de todos los que la hacemos. No valdría nada. Nunca llegaría a Dios. Pero con Él, por él y en Él, porque somos miembros del Cuerpo de Cristo y porque nosotros estamos unidos, la Iglesia, unida a Cristo, ora incesantemente, día y noche. Y luego, además, cuando aquí es de día, en Australia es de noche. Y cuando en Australia es de día, aquí es de noche. Y cuando no estamos rezando nosotros, están rezando los de Australia; y cuando no están rezando los de Australia, están rezando los de Ciudad del Cabo, o los de Inglaterra, los de Noruega o Suecia, otras partes del mundo. En Irán… me ha dado a mí mucha alegría a veces ver tres o cuatro lucecitas y digo “mira, ahora mismo hay alguien en Irán rezando los Laudes o las Completas”.

 

Si me admitís un consejo durante estas Navidades: releed el Magnificat. Haced vuestras las palabras de la Virgen, saboreándolas, porque las dice la Iglesia todas las tardes, pero las dice porque las puede decir. Porque lo mismo que ha sucedido en la Virgen nos ha sucedido a nosotros. Cristo viene a nosotros, está con nosotros. Y la oración de quien tiene a Cristo es ésta; es este canto de alabanza, de acción de gracias, que canta la fidelidad de Dios que es lo más bello que se puede cantar.

 

El otro consejo que va unido: ¿recordáis la Lectura Primera de ayer, la del Cantar de los Cantares? Buscadlo y durante las Navidades saboread la Lectura de ayer y el Magnificat de la Virgen, y que esa sea vuestra oración. Y empapaos de estos dos textos. Y el de ayer es para cogerlo, para que el Señor nos abra el corazón; y el de hoy también. Pero también es para hacer nuestras las palabras de María, porque podemos hacerlas nuestras, por gracia de Dios, por supuesto.

 

+ Javier Martínez

Arzobispo de Granada

 

22 de diciembre de 2020

Iglesia parroquial Sagrario Catedral

 

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