«Pastores misioneros»

Carta a los obispo con motivo del «Día del Seminario 2020».

Queridos diocesanos:

Como cada año nos disponemos a celebrar el Día del Seminario Diocesano. En esta ocasión, a consecuencia de la Pandemia del COVID-19, se ha trasladado al 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción. Ese día, ponemos nuestro Seminario en manos de la Virgen María, pidiendo por los seminaristas y las vocaciones al sacerdocio, así como por todos los que, con su trabajo, hacen posible la vida y misión del Seminario. Como ya sabemos, la colecta se realizó en la Fiesta de Cristo Rey, lo que no impide que en cualquier momento contribuyamos con nuestras donaciones a la formación de los futuros sacerdotes.

Estamos celebrando los 200 Años de nuestra Iglesia Diocesana. En la Bula de Constitución de la Diócesis, firmada por el Papa Pío VII en 1819, podemos leer: “A honra y gloria de Dios Todopoderoso, y para el acrecentamiento de la Religión Católica […], y con la asignación de dichas cuatro Islas de Tenerife, de La Palma, de Gomera y de Ferro, para todo un territorio Diocesano, exigimos y construimos así mismo a perpetuidad la mencionada Ciudad por Capital del Obispado que ha de llamarse de San Cristóbal de La Laguna, con su Seminario Eclesiástico que deberá fundarse cuanto antes fuere posible”.

“Cuanto antes fuere posible”, decía Pío VII. Sólo fue posible 58 años después. Nuestro Seminario Diocesano de Tenerife inició su andadura en 1877. Han pasado 143 años y no podemos menos que dar gracias a Dios por todos los beneficios que ha concedido a nuestra Diócesis desde su fundación hasta hoy. En su gran mayoría, los sacerdotes que hemos tenido, y los que hoy tenemos, se han formado en el Seminario. Yo mismo me siento orgulloso de haber sido uno de sus alumnos. Estoy muy agradecido a los formadores, profesores y compañeros que me ayudaron a prepararme y llegar al sacerdocio. En nuestro Seminario aprendí que -por Cristo, con Él y Él- el sacerdocio consiste en entregar la vida para que todos conozcan y experimenten la salvación que Dios le ofrece.
Nunca debemos olvidar los beneficios que, para la Iglesia y la sociedad, se derivan del Seminario y, en consecuencia, trabajar para que esta institución diocesana pueda realizar eficazmente su misión formativa. El Seminario es un “bien común”, pues, de allí salen aquellos que han servir al Pueblo de Dios en las parroquias, la Iglesia Catedral y otros ámbitos de la misión de la Iglesia, como son los hospitales, centros de mayores, servicios de Cáritas, centros educativos, tanatorios, los centros penitenciarios, etc.
Asimismo, debemos reavivar nuestra conciencia sobre la importancia y necesidad de la vocación sacerdotal en la vida de la Iglesia. No existe crecimiento verdadero y fecundo en la Iglesia, sin la presencia de sacerdotes que sostengan y alimenten la vida de los fieles. También en el mundo actual son muy necesarios los sacerdotes. Por eso, es preciso resaltar su identidad específica y el valor de su ministerio: Ellos son ministros de Cristo. Él mismo los ha elegido y consagrado para que, en su nombre, prediquen el Evangelio, celebren los sacramentos y guíen a los fieles hacia la madurez cristiana. Como decía San Juan Pablo II: “Los sacerdotes existen y actúan para el anuncio del Evangelio al mundo y para la edificación de la Iglesia, personificando a Cristo, Cabeza y Pastor, y en su nombre” (PDV 15).

Este “personificar a Cristo” y “actuar en su nombre”, exige al sacerdote vivir conforme a su vocación para no crear una contradicción entre lo que es su vida real y lo que representa. Es fundamental que lleve una vida coherente con su identidad de “sacerdote de Cristo”. Así, su vida y ministerio producirá fruto abundante y será un instrumento fecundo para la salvación del mundo. Como dijo Jesús a los apóstoles en la Última Cena: «No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Jn. 15,16).
Es tarea de todos los cristianos trabajar para tener un buen Seminario, en el que los candidatos al sacerdocio puedan crecer y madurar en su vocación de servicio a la Iglesia y a la sociedad, asemejándose lo más posible a Cristo, el Buen Pastor que da la vida por sus ovejas (cf. Jn. 10,11). Esta es la perspectiva bajo la que vamos a celebrar este año el Día del Seminario. Por eso, se ha elegido como lema: «Pastores misioneros». Se quiere resaltar que los sacerdotes que la Iglesia hoy necesita, y que el Seminario debe formar, han de ser “pastores” (como lo han sido siempre) con un marcado acento “misionero” (ante la coyuntura actual de la Iglesia y de la Sociedad). Como sabemos, siguiendo las indicaciones del Papa Francisco en Evangelii Gaudium, queremos ser “Una Diócesis en salida misionera” y, como hicieron los primeros cristianos, salir a predicar el Evangelio por todas partes. En este sentido, necesitamos formar sacerdotes que no sólo sean ellos mismos misioneros, sino que, también, eduquen y acompañen al Pueblo de Dios para que todos los fieles sean “discípulos misioneros” de Cristo.

Sí, todos podemos poner nuestro grano de arena para tener un Seminario capaz de preparar «Pastores misioneros». Preparar sacerdotes que sean transparencia del Buen Pastor, es decir, sacerdotes que se entregan a sí mismos para cuidar y fortalecer la fe de los fieles que tienen a su cargo, como hizo Cristo «que amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella» (Ef 5, 25). También, preparar sacerdotes que sean capaces de ir en busca de “la oveja perdida”, de salir a buscar aquellos que se han alejado de la vida de la Iglesia y que, aunque están bautizados, son poco o nada creyentes.
Y, particularmente en estos tiempos, hay que preparar «Pastores misioneros» que, acogiendo el amor de Dios derramado en sus corazones por el Espíritu Santo que se le ha dado (cf. Rom. 5,5), conviertan su vida en un oficio de amor sin límites a todas las gentes; pastores que marcados por la misma fuerza apostólica y misionera de Cristo, el buen Pastor, hacen suyas las palabras del Señor: «También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor» (Jn 10,16). En fin, «Pastores misioneros» que, como Dios hace con nosotros, “aman primero”, pues sólo el amor es el motivo para anunciar el Evangelio a los demás. No se puede evangelizar a quien no se ama.

Qué bueno es poder contar con sacerdotes que sean «Pastores misioneros». Para la consecución de este ideal, sabemos que la gracia de Dios nunca falta, pero también es necesario que haya personas que quieran de verdad identificarse con Cristo sacerdote. Desde hace años venimos padeciendo, con honda preocupación, un notable descenso en los candidatos al sacerdocio. Por eso, es fundamental la cooperación -material y espiritual- de la comunidad cristiana para que no nos falten vocaciones. Junto con la oración, una vida cristiana auténtica, la educación en la fe de los niños y los jóvenes, así como el testimonio de los propios sacerdotes, son medios indispensables para que surjan las vocaciones.

Las vocaciones sacerdotales deben ser una preocupación de toda la comunidad, pues, una comunidad cristiana sin vocaciones es una comunidad deficitaria, una comunidad en la que está faltando algo fundamental. En el Concilio Vaticano II, podemos leer: «El pueblo cristiano tiene obligación de cooperar de diversas maneras, por la oración perseverante y por otros medios que estén a su alcance, para que la Iglesia tenga siempre los sacerdotes necesarios en el cumplimiento de su misión divina» (PO 11). Las comunidades cristianas, con el aprecio y la valoración de la tarea sacerdotal, deben ser algo que anime a jóvenes a ponerse al servicio de Dios y de su Iglesia.

El Papa Francisco lo expresa así: «En muchos lugares escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. Frecuentemente esto se debe a la ausencia en las comunidades de un fervor apostólico contagioso, lo cual no entusiasma ni suscita atractivo. Donde hay vida, fervor, ganas de llevar a Cristo a los demás, surgen vocaciones genuinas […] Es la vida fraterna y fervorosa de la comunidad la que despierta el deseo de consagrarse enteramente a Dios y a la evangelización, sobre todo si esa comunidad viva ora insistentemente por las vocaciones y se atreve a proponer a sus jóvenes un camino de especial consagración» (EG 107). No lo dudemos, Dios sigue llamando a muchos a trabajar en su viña y nos necesita a nosotros para hacer oír su voz. Rezar por las vocaciones y hacer la propuesta de seguir al Señor por el camino del sacerdocio, es algo que no puede faltar en la acción pastoral de la Iglesia y, como decía el Papa Benedicto XVI, “este tema está estrechamente unido a la vida y a la misión de los sacerdotes”.

Necesitamos sacerdotes. Es un don de Dios que tengamos muchos y santos sacerdotes, pero sólo será realidad con nuestra colaboración, pues, “Dios actúa por medio de todos y está en todos” (Ef. 4,6). Dios quiere que haya sacerdotes y la Iglesia los necesita, hay que ayudarla a tenerlos. Pongamos nuestra vida, lo que somos, tenemos y podemos, a disposición de Dios para que Él -como ocurre con la Virgen María- pueda hacer cosas grandes por medio de nosotros.

Doy gracias a Dios por quienes, a lo largo de la historia de nuestra Diócesis Nivariense, han hecho posible que nuestro Seminario haya podido preparar y ofrecer al Pueblo de Dios tantos y tan buenos sacerdotes. Y animo a todos a seguir colaborando generosamente para que, también, en la actualidad siga produciendo fruto abundante.

De todo corazón, les bendice,

 

† Bernardo Álvarez Afonso

Obispo Nivariense

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