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Evangelio de la Solemnidad de la Ascensión del Señor en Lengua de Signos Española (ciclo B)

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Evangelio de la Solemnidad de la Ascensión del Señor en Lengua de Signos Española (ciclo B)

Evangelio de la Solemnidad de la Ascensión del Señor (VII Domingo de Pascua) en Lengua de Signos Española. [Jn 15, 9-17]

Signado por el director del Departamento de Pastoral del Sordo de la Archidiócesis de Sevilla, el sacerdote Gumersindo Melo.

Produce la Archidiócesis de Sevilla.

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Inteligencia artificial y sabiduría del corazón (12-05-24)

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Inteligencia artificial y sabiduría del corazón (12-05-24)

En la solemnidad de la Ascensión del Señor celebramos la 58 Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. El Papa Francisco nos ha enviado un mensaje muy sugerente y actual, que lleva por título: “Inteligencia artificial y sabiduría del corazón: para una comunicación plenamente humana”. Es un tema al que el Santo Padre ya se refirió en su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año, por tantas implicaciones como conlleva, sobre todo “en esta época que corre el riesgo de ser rica en tecnología y pobre en humanidad, nuestra reflexión sólo puede partir del corazón humano”.

La sabiduría del corazón es “esa virtud que nos permite entrelazar el todo y las partes, las decisiones y sus consecuencias, las capacidades y las fragilidades, el pasado y el futuro, el yo y el nosotros”. Esta sabiduría no podemos esperarla de las máquinas, aunque posean una capacidad incomparablemente mayor que los humanos para almacenar datos y correlacionarlos entre sí; pero descifrar su significado es una tarea que corresponde al ser humano. El Papa señala que sólo recuperando la sabiduría del corazón “podremos leer e interpretar la novedad de nuestro tiempo y redescubrir el camino de una comunicación plenamente humana”, en medio de estos avances tan vertiginosos y sorprendentes.

La inteligencia artificial, en manos del hombre, se puede convertir en una gran oportunidad, o en un gran peligro. El Papa destaca que “los sistemas de inteligencia artificial pueden contribuir al proceso de liberación de la ignorancia y facilitar el intercambio de información entre pueblos y generaciones diferentes”, lo cual es muy positivo. Pero también “pueden ser instrumentos de contaminación cognitiva, de alteración de la realidad a través de narrativas parcial o totalmente falsas” que se creen -y se comparten- como si fueran verdaderas. Y este es uno de los problemas más graves de la sociedad actual. Por ello el Santo Padre nos llama a “actuar preventivamente, proponiendo modelos de regulación ética para frenar las implicaciones nocivas y discriminatorias, socialmente injustas, de los sistemas de inteligencia artificial y contrarrestar su uso en la reducción del pluralismo, la polarización de la opinión pública o la construcción de un pensamiento único”.

El uso de la inteligencia artificial plantea muchas cuestiones éticas. El papa Francisco se refiere, por ejemplo, al hecho de que estamos llamados a crecer juntos, crecer en humanidad y crecer como humanidad; por consiguiente, es preciso responder a este desafío dando “un salto cualitativo para estar a la altura de una sociedad compleja, multiétnica, pluralista, multirreligiosa y multicultural”. Porque sería desastroso que el uso de la inteligencia artificial desembocara en “un pensamiento anónimo, a un ensamblaje de datos no certificados, a una negligencia colectiva de responsabilidad editorial”. Porque no se puede olvidar que la información está ligada a la relación existencial, y por eso mismo “implica el cuerpo, el estar en la realidad; exige poner en relación no sólo datos, sino también las experiencias; exige el rostro, la mirada y la compasión más que el intercambio”.

Los interrogantes y dilemas éticos que plantean los sistemas de inteligencia artificial y deben abordarse con diligencia y profundidad. Es preciso garantizar que dichos sistemas se utilicen de forma ética y no se aprovechen para manipular o para explotar a las personas; a la vez, deben utilizarse de forma segura y sin efectos colaterales que causen daños a los individuos o a la sociedad. Es preciso garantizar que los sistemas no sean parciales y que sus decisiones sean justas y equitativas. “La respuesta no está escrita, depende de nosotros”, dice el papa Francisco. Juntos deberemos discernir, vigilar, acompañar estas nuevas realidades. A ello nos ayudará la Sabiduría que viene de lo alto, la que nos hace amigos de Dios y hermanos de los hombres.

+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla

 

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Mañana comienza la misión pastoral sanitaria en el Hospital Virgen del Rocío

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Mañana comienza la misión pastoral sanitaria en el Hospital Virgen del Rocío

El Hospital Virgen del Rocío acogerá los próximos días 11 y 12 de mayo una misión pastoral sanitaria, organizada por la Hermandad de la Sagrada Lanzada de Sevilla, en colaboración con el Colegio de Enfermería, ya que la titular de la hermandad, Nra. Sra. de la Esperanza Divina Enfermera, es la patrona de esta entidad sevillana, según decreto que emitió el cardenal Amigo Vallejo en los últimos años del siglo pasado.

Según fuentes de la hermandad, con esta misión pastoral “se cumple una antigua aspiración de la corporación, como es llevar la Virgen a los hospitales y centros socio-sanitarios de Sevilla, siendo la última salida en el año 1996 cuando acudió al Hospital del Pozo Santo, habiendo estado con anterioridad en el Hospital de San Lázaro”.

Programa

Está previsto que, durante estos días, la imagen de la Virgen esté expuesta en el patio del centro médico para la veneración de pacientes, familiares y personal sanitario. Además, se han programado varios actos.

La misión pastoral sanitaria comenzará el sábado a las diez de la mañana con la apertura de la capilla misional. A las once, el capellán del Hospital Muñoz Cariñanos, Manuel Chaparro, presidirá una Eucaristía dedicada al personal sanitario.

Posteriormente, a las dos de la tarde, un grupo de voluntarios ayudará a visitar la capilla misional a aquellos pacientes que lo deseen.

Ya por la tarde, de cinco a siete y media, se ha previsto el traslado del Niño Jesús al Hospital Infantil. De esta forma, los pequeños ingresados compartirán un rato con el Niño Jesús de la Esperanza en la Azotea Azul.

A las ocho será el rezo del Santo Rosario y, posteriormente, habrá una vigilia de oración durante toda la noche.

El 12 de mayo, coincidiendo con el Día Internacional de la Enfermería, se celebrará la Función solemne de la misión pastoral en acción de gracias por el 160 aniversario fundacional del Colegio de Enfermería de Sevilla.

La ceremonia estará presidida por el obispo auxiliar, monseñor Teodoro León, y concelebrada por Manuel Sánchez, delegado diocesano de Pastoral de la Salud y capellán del Hospital Virgen del Rocío; y por fray Eugenio Ruiz, director espiritual de la hermandad.

Al igual que el día anterior, se rezará el Santo Rosario a las ocho de la tarde y se despedirá la misión sanitaria con un acto.

 

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Confirmaciones y visita a la parroquia de La Asunción de Martos

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En la tarde del miércoles, 8 de mayo, a las 7 de la tarde, Don Sebastián Chico Martínez, Obispo de Jaén, llegaba por primera vez a la parroquia de la Asunción de Martos, donde era acogido por su párroco, Miguel José Cano López y por los catequistas de Confirmación de jóvenes, Antonio Garrido y de adultos Villi de Diego.

Después de pasar unos momentos a saludar al Señor, en la Capilla del Sagrario de la parroquia, Don Sebastián mantenía un cordial encuentro con tres familias de la parroquia que tienen un hijo enfermo. El Obispo le ha preguntado por su historia y sus nombres y vidas, para poder rezar por ellos de manera personal, y les ha invitado a conocer al joven Beato Carlos Acutis, que, también, desde la enfermedad, supo amar al Señor. A sus familias les ha animado a vivir la fe, como escudo contra la dificultad y les ha pedido a los niños que le dijeran algo como Obispo. Uno de los niños, Samuel, de 17 años y con un tumor cerebral, le dijo que jamás se rindiera en aquello que tuviese que hacer, por mucho trabajo que le costase.

Don Sebastián comenzó las Confirmaciones muy emocionado e inmensamente acogido por una comunidad cristiana que lo recibía por primera vez. En su homilía les ha dicho a los veinte adolescentes y a los ocho adultos, “sois unos valientes, por escoger la fe, a pesar de todo”. Y que en el “AMÉN” que decían a Dios Espíritu Santo estaba toda la vida cristiana.  A los padrinos se dirigió haciéndoles caer en la cuenta de lo importante que era su misión: “habéis sido escogidos por estos chicos por lo que significáis para ellos, sed modelos para sus vidas y acompañantes de fe en su camino”. 

La celebración se desarrolló en un clima festivo participada por el coro parroquial de la Asunción, siempre con talante de fiesta, alabanza y alegría.

Al final de la Santa Misa una familia de los confirmandos, los padres y los hijos, le han hecho a Don Sebastián un regalo, en nombre de toda la comunidad: una cesta con buen vino y mejor aceite de la tierra tuccitana, y un detalle para su madre.

Finalmente, y tras las fotos de rigor, el Obispo cenaba en la casa parroquial junto con los sacerdotes de Martos.

Una auténtica tarde de fiesta, de unción del Espíritu y de visita del Pastor a su pueblo y a su Iglesia. ¡Damos las gracias al Obispo por su cercanía, cariño y disponibilidad! ¡Damos gracias a Dios por todo!

Parroquia de la Asunción de Martos

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«La esperanza no defrauda». Bula de convocación del Jubileo 2025

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El Papa entrega en el Vaticano Spes non confundit, la bula de convocación del Año Santo 2025, en la que lanza llamamientos en favor de los presos, los emigrantes, los enfermos, los ancianos y los jóvenes presos de la droga y de las prevaricaciones. El Pontífice anuncia que abrirá una Puerta Santa en las cárceles, pide la condonación de la deuda de los países pobres, el aumento de la natalidad, la acogida de los emigrantes y el respeto a la Creación.

La Bula determina que el domingo 29 de diciembre de 2024, en todas las catedrales y concatedrales, los obispos diocesanos celebren la Eucaristía como apertura solemne del Año jubilar

Como es tradición, con ocasión de la solemnidad de la Ascensión, se ha hecho pública la Bula de Convocación del Jubileo 2025. El 9 de mayo el Papa hizo su lectura pública y entrega en la Basílica de San Pedro en el Vaticano. En ella se indica cómo celebrar este Año Santo para la Iglesia universal. La primera Puerta Santa (habrá otras tres) se abrirá el 24 de diciembre de este año 2024 y se cerrará el 6 de enero de 2026.

Texto íntegro de la bula:

1. «Spes non confundit», «la esperanza no defrauda» (Rm 5,5). Bajo el signo de la esperanza el apóstol Pablo infundía aliento a la comunidad cristiana de Roma. La esperanza también constituye el mensaje central del próximo Jubileo, que según una antigua tradición el Papa convoca cada veinticinco años. Pienso en todos los peregrinos de esperanza que llegarán a Roma para vivir el Año Santo y en cuantos, no pudiendo venir a la ciudad de los apóstoles Pedro y Pablo, lo celebrarán en las Iglesias particulares. Que pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, «puerta» de salvación (cf. Jn 10,7.9); con Él, a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todos como «nuestra esperanza» (1 Tm 1,1).

Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana. Sin embargo, la imprevisibilidad del futuro hace surgir sentimientos a menudo contrapuestos: de la confianza al temor, de la serenidad al desaliento, de la certeza a la duda. Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza. La Palabra de Dios nos ayuda a encontrar sus razones. Dejémonos conducir por lo que el apóstol Pablo escribió precisamente a los cristianos de Roma.

Una Palabra de esperanza

2. «Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. […] Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rm 5,1-2.5). Los puntos de reflexión que aquí nos propone san Pablo son múltiples. Sabemos que la Carta a los Romanos marca un paso decisivo en su actividad de evangelización. Hasta ese momento la había realizado en el área oriental del Imperio y ahora lo espera Roma, con todo lo que esta representa a los ojos del mundo: un gran desafío, que debe afrontar en nombre del anuncio del Evangelio, el cual no conoce barreras ni confines. La Iglesia de Roma no había sido fundada por Pablo, pero él  sentía vivo el deseo de llegar allí pronto para llevar a todos el Evangelio de Jesucristo, muerto y resucitado, como anuncio de la esperanza que realiza las promesas, conduce a la gloria y, fundamentada en el amor, no defrauda.

3. La esperanza efectivamente nace del amor y se funda en el amor que brota del Corazón de Jesús traspasado en la cruz: «Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más ahora que estamos reconciliados, seremos salvados por su vida» (Rm 5,10). Y su vida se manifiesta en nuestra vida de fe, que empieza con el Bautismo; se desarrolla en la docilidad a la gracia de Dios y, por tanto, está animada por la esperanza, que se renueva siempre y se hace inquebrantable por la acción del Espíritu Santo.

En efecto, el Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en los creyentes la luz de la esperanza. Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga, para dar apoyo y vigor a nuestra vida. La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino: «¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? […] Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» ( Rm 8,35.37-39). He aquí porqué esta esperanza no cede ante las dificultades: porque se fundamenta en la fe y se nutre de la caridad, y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida. San Agustín escribe al respecto:«Nadie, en efecto, vive en cualquier género de vida sin estas tres disposiciones del alma: las de creer, esperar, amar». [1]

4. San Pablo es muy realista. Sabe que la vida está hecha de alegrías y dolores, que el amor se pone a prueba cuando aumentan las dificultades y la esperanza parece derrumbarse frente al sufrimiento. Con todo, escribe: «Más aún, nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza» (Rm 5,3-4). Para el Apóstol, la tribulación y el sufrimiento son las condiciones propias de los que anuncian el Evangelio en contextos de incomprensión y de persecución (cf. 2 Co 6,3-10). Pero en tales situaciones, en medio de la oscuridad se percibe una luz; se descubre cómo lo que sostiene la evangelización es la fuerza que brota de la cruz y de la resurrección de Cristo. Y eso lleva a desarrollar una virtud estrechamente relacionada con la esperanza: la paciencia. Estamos acostumbrados a quererlo todo y de inmediato, en un mundo donde la prisa se ha convertido en una constante. Ya no se tiene tiempo para encontrarse, y a menudo incluso en las familias se vuelve difícil reunirse y conversar con tranquilidad. La paciencia ha sido relegada por la prisa, ocasionando un daño grave a las personas. De hecho, ocupan su lugar la intolerancia, el nerviosismo y a veces la violencia gratuita, que provocan insatisfacción y cerrazón.      

Asimismo, en la era del internet, donde el espacio y el tiempo son suplantados por el “aquí y ahora”, la paciencia resulta extraña. Si aun fuésemos capaces de contemplar la creación con asombro, comprenderíamos cuán esencial es la paciencia. Aguardar el alternarse de las estaciones con sus frutos; observar la vida de los animales y los ciclos de su desarrollo; tener los ojos sencillos de san Francisco que, en su Cántico de las criaturas, escrito hace 800 años, veía la creación como una gran familia y llamaba al sol “hermano” y a la luna “hermana” [2]. Redescubrir la paciencia hace mucho bien a uno mismo y a los demás. San Pablo recurre frecuentemente a la paciencia para subrayar la importancia de la perseverancia y de la confianza en aquello que Dios nos ha prometido, pero sobre todo testimonia que Dios es paciente con nosotros, porque es «el Dios de la constancia y del consuelo» ( Rm 15,5). La paciencia, que también es fruto del Espíritu Santo, mantiene viva la esperanza y la consolida como virtud y estilo de vida. Por lo tanto, aprendamos a pedir con frecuencia la gracia de la paciencia, que es hija de la esperanza y al mismo tiempo la sostiene.

Un camino de esperanza

5. Este entretejido de esperanza y paciencia muestra claramente cómo la vida cristiana es un camino, que también necesita momentos fuertes para alimentar y robustecer la esperanza, compañera insustituible que permite vislumbrar la meta: el encuentro con el Señor Jesús. Me agrada pensar que fue justamente un itinerario de gracia, animado por la espiritualidad popular, el que precedió la convocación del primer Jubileo en el año 1300. De hecho, no podemos olvidar las distintas formas por medio de las cuales la gracia del perdón ha sido derramada con abundancia sobre el santo Pueblo fiel de Dios. Recordemos, por ejemplo, el gran “perdón” que san Celestino V quiso conceder a cuantos se dirigían a la Basílica Santa María de Collemaggio, en L’Aquila, durante los días 28 y 29 de agosto de 1294, seis años antes de que el Papa Bonifacio VIII instituyese el Año Santo. Así pues, la Iglesia ya experimentaba la gracia jubilar de la misericordia. E incluso antes, en el año 1216, el Papa Honorio III había acogido la súplica de san Francisco que pedía la indulgencia para cuantos fuesen a visitar la Porciúncula durante los dos primeros días de agosto. Lo mismo se puede afirmar para la peregrinación a Santiago de Compostela; en efecto, el Papa Calixto II, en 1122, concedió que se celebrara el Jubileo en ese Santuario cada vez que la fiesta del apóstol Santiago coincidiese con el domingo. Es bueno que esa modalidad “extendida” de celebraciones jubilares continúe, de manera que la fuerza del perdón de Dios sostenga y acompañe el camino de las comunidades y de las personas. 

No es casual que la peregrinación exprese un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar. Ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida. La peregrinación a pie favorece mucho el redescubrimiento del valor del silencio, del esfuerzo, de lo esencial. También el año próximo los peregrinos de esperanza recorrerán caminos antiguos y modernos para vivir intensamente la experiencia jubilar. Además, en la misma ciudad de Roma habrá otros itinerarios de fe que se añadirán a los ya tradicionales de las catacumbas y las siete iglesias. Transitar de un país a otro, como si se superaran las fronteras, pasar de una ciudad a la otra en la contemplación de la creación y de las obras de arte permitirá atesorar experiencias y culturas diferentes, para conservar dentro de sí la belleza que, armonizada por la oración, conduce a agradecer a Dios por las maravillas que Él realiza. Las iglesias jubilares, a lo largo de los itinerarios y en la misma Urbe, podrán ser oasis de espiritualidad en los cuales revitalizar el camino de la fe y beber de los manantiales de la esperanza, sobre todo acercándose al sacramento de la Reconciliación, punto de partida insustituible para un verdadero camino de conversión. Que en las Iglesias particulares se cuide de modo especial la preparación de los sacerdotes y de los fieles para las confesiones y el acceso al sacramento en su forma individual.

A los fieles de las Iglesias orientales, en especial a aquellos que ya están en plena comunión con el Sucesor de Pedro, quiero dirigir una invitación particular a esta peregrinación. Ellos, que han sufrido tanto por su fidelidad a Cristo y a la Iglesia, muchas veces hasta la muerte, deben sentirse especialmente bienvenidos a esta Roma que es Madre también para ellos y que custodia tantas memorias de su presencia. La Iglesia católica, que está enriquecida por sus antiquísimas liturgias, por la teología y la espiritualidad de los Padres, monjes y teólogos, quiere expresar simbólicamente la acogida a ellos y a sus hermanos y hermanas ortodoxos, en una época en la que ya están viviendo la peregrinación del Vía crucis; con la que frecuentemente son obligados a dejar sus tierras de origen, sus tierras santas, de las que la violencia y la inestabilidad los expulsan hacia países más seguros. Para ellos la experiencia de ser amados por la Iglesia —que no los abandonará, sino que los seguirá adondequiera que vayan— hace todavía más fuerte el signo del Jubileo.  

6. El Año Santo 2025 está en continuidad con los acontecimientos de gracia precedentes. En el último Jubileo ordinario se cruzó el umbral de los dos mil años del nacimiento de Jesucristo. Luego, el 13 de marzo de 2015, convoqué un Jubileo extraordinario con la finalidad de manifestar y facilitar el encuentro con el “Rostro de la misericordia” de Dios [3], anuncio central del Evangelio para todas las personas de todos los tiempos. Ahora ha llegado el momento de un nuevo Jubileo, para abrir de par en par la Puerta Santa una vez más y ofrecer la experiencia viva del amor de Dios, que suscita en el corazón la esperanza cierta de la salvación en Cristo. Al mismo tiempo, este Año Santo orientará el camino hacia otro aniversario fundamental para todos los cristianos: en el 2033 se celebrarán los dos mil años de la Redención realizada por medio de la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús. Nos encontramos así frente a un itinerario marcado por grandes etapas, en las que la gracia de Dios precede y acompaña al pueblo que camina entusiasta en la fe, diligente en la caridad y perseverante en la esperanza (cf. 1 Ts 1,3).

Apoyado en esta larga tradición y con la certeza de que este Año jubilar será para toda la Iglesia una intensa experiencia de gracia y de esperanza, dispongo que la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano, se abra a partir del 24 de diciembre del corriente año 2024, dando inicio así al Jubileo ordinario. El domingo sucesivo, 29 de diciembre de 2024, abriré la Puerta Santa de la Catedral de San Juan de Letrán, que el 9 de noviembre de este año celebrará los 1700 años de su dedicación. A continuación, el 1 de enero de 2025, solemnidad de Santa María, Madre de Dios, se abrirá la Puerta Santa de la Basílica papal de Santa María la Mayor. Y, por último, el domingo 5 de enero se abrirá la Puerta Santa de la Basílica papal de San Pablo extramuros. Estas últimas tres Puertas Santas se cerrarán el domingo 28 de diciembre del mismo año.

Establezco además que el domingo 29 de diciembre de 2024, en todas las catedrales y concatedrales, los obispos diocesanos celebren la Eucaristía como apertura solemne del Año jubilar, según el Ritual que se preparará para la ocasión. En el caso de la celebración en una iglesia concatedral el obispo podrá ser sustituido por un delegado designado expresamente para ello. Que la peregrinación desde una iglesia elegida para la collectio, hacia la catedral, sea el signo del camino de esperanza que, iluminado por la Palabra de Dios, une a los creyentes. Que en ella se lean algunos pasajes del presente Documento y se anuncie al pueblo la indulgencia jubilar, que podrá obtenerse según las prescripciones contenidas en el mismo Ritual para la celebración del Jubileo en las Iglesias particulares. Durante el Año Santo, que en las Iglesias particulares finalizará el domingo 28 de diciembre de 2025, ha de procurarse que el Pueblo de Dios acoja, con plena participación, tanto el anuncio de esperanza de la gracia de Dios como los signos que atestiguan su eficacia. 

El Jubileo ordinario se clausurará con el cierre de la Puerta Santa de la Basílica papal de San Pedro en el Vaticano el 6 de enero de 2026, Epifanía del Señor. Que la luz de la esperanza cristiana pueda llegar a todas las personas, como mensaje del amor de Dios que se dirige a todos. Y que la Iglesia sea testigo fiel de este anuncio en todas partes del mundo.

Signos de esperanza

7. Además de alcanzar la esperanza que nos da la gracia de Dios, también estamos llamados a redescubrirla en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece. Como afirma el Concilio Vaticano II, «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas». [4] Por ello, es necesario poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considernos superados por el mal y la violencia. En este sentido, los signos de los tiempos, que contienen el anhelo del corazón humano, necesitado de la presencia salvífica de Dios, requieren ser transformados en signos de esperanza.

8. Que el primer signo de esperanza se traduzca en paz para el mundo, el cual vuelve a encontrarse sumergido en la tragedia de la guerra. La humanidad, desmemoriada de los dramas del pasado, está sometida a una prueba nueva y difícil cuando ve a muchas poblaciones oprimidas por la brutalidad de la violencia. ¿Qué más les queda a estos pueblos que no hayan sufrido ya? ¿Cómo es posible que su grito desesperado de auxilio no impulse a los responsables de las Naciones a querer poner fin a los numerosos conflictos regionales, conscientes de las consecuencias que puedan derivarse a nivel mundial? ¿Es demasiado soñar que las armas callen y dejen de causar destrucción y muerte? Dejemos que el Jubileo nos recuerde que los que «trabajan por la paz» podrán ser «llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). La exigencia de paz nos interpela a todos y urge que se lleven a cabo proyectos concretos. Que no falte el compromiso de la diplomacia por construir con valentía y creatividad espacios de negociación orientados a una paz duradera.

9. Mirar el futuro con esperanza también equivale a tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás. Sin embargo, debemos constatar con tristeza que en muchas situaciones falta esta perspectiva. La primera consecuencia de ello es la pérdida del deseo de transmitir la vida. A causa de los ritmos frenéticos de la vida, de los temores ante el futuro, de la falta de garantías laborales y tutelas sociales adecuadas, de modelos sociales cuya agenda está dictada por la búsqueda de beneficios más que por el cuidado de las relaciones, se asiste en varios países a una preocupante disminución de la natalidad. Por el contrario, en otros contextos, «culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas». [5]

La apertura a la vida con una maternidad y paternidad responsables es el proyecto que el Creador ha inscrito en el corazón y en el cuerpo de los hombres y las mujeres, una misión que el Señor confía a los esposos y a su amor. Es urgente que, además del compromiso legislativo de los estados, haya un apoyo convencido por parte de las comunidades creyentes y de la comunidad civil tanto en su conjunto como en cada uno de sus miembros, porque el deseo de los jóvenes de engendrar nuevos hijos e hijas, como fruto de la fecundidad de su amor, da una perspectiva de futuro a toda sociedad y es un motivo de esperanza: porque depende de la esperanza y produce esperanza.   

La comunidad cristiana, por tanto, no se puede quedar atrás en su apoyo a la necesidad de una alianza social para la esperanza, que sea inclusiva y no ideológica, y que trabaje por un porvenir que se caracterice por la sonrisa de muchos niños y niñas que vendrán a llenar las tantas cunas vacías que ya hay en numerosas partes del mundo. Pero todos, en realidad, necesitamos recuperar la alegría de vivir, porque el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26), no puede conformarse con sobrevivir o subsistir mediocremente, amoldándose al momento presente y dejándose satisfacer solamente por realidades materiales. Eso nos encierra en el individualismo y corroe la esperanza, generando una tristeza que se anida en el corazón, volviéndonos desagradables e intolerantes.

10. En el Año jubilar estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria. Pienso en los presos que, privados de la libertad, experimentan cada día —además de la dureza de la reclusión— el vacío afectivo, las restricciones impuestas y, en bastantes casos, la falta de respeto. Propongo a los gobiernos del mundo que en el Año del Jubileo se asuman iniciativas que devuelvan la esperanza; formas de amnistía o de condonación de la pena orientadas a ayudar a las personas para que recuperen la confianza en sí mismas y en la sociedad; itinerarios de reinserción en la comunidad a los que corresponda un compromiso concreto en la observancia de las leyes.  

Es una exhortación antigua, que surge de la Palabra de Dios y permanece con todo su valor sapiencial cuando se convoca a tener actos de clemencia y de liberación que permitan volver a empezar: «Así santificarán el quincuagésimo año, y proclamarán una liberación para todos los habitantes del país» ( Lv 25,10). El profeta Isaías retoma lo establecido por la Ley mosaica: el Señor «me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor» ( Is 61,1-2). Estas son las palabras que Jesús hizo suyas al comienzo de su ministerio, declarando que él mismo era el cumplimiento del “año de gracia del Señor” (cf. Lc 4,18-19). Que en cada rincón de la tierra, los creyentes, especialmente los pastores, se hagan intérpretes de tales peticiones, formando una sola voz que reclame con valentía condiciones dignas para los reclusos, respeto de los derechos humanos y sobre todo la abolición de la pena de muerte, recurso que para la fe cristiana es inadmisible y aniquila toda esperanza de perdón y de renovación. [6] Para ofrecer a los presos un signo concreto de cercanía, deseo abrir yo mismo una Puerta Santa en una cárcel, a fin de que sea para ellos un símbolo que invita a mirar al futuro con esperanza y con un renovado compromiso de vida. 

11. Que se ofrezcan signos de esperanza a los enfermos que están en sus casas o en los hospitales. Que sus sufrimientos puedan ser aliviados con la cercanía de las personas que los visitan y el afecto que reciben. Las obras de misericordia son igualmente obras de esperanza, que despiertan en los corazones sentimientos de gratitud. Que esa gratitud llegue también a todos los agentes sanitarios que, en condiciones no pocas veces difíciles, ejercitan su misión con cuidado solícito hacia las personas enfermas y más frágiles.

Que no falte una atención inclusiva hacia cuantos hallándose en condiciones de vida particularmente difíciles experimentan la propia debilidad, especialmente a los afectados por patologías o discapacidades que limitan notablemente la autonomía personal. Cuidar de ellos es un himno a la dignidad humana, un canto de esperanza que requiere acciones concertadas por toda la sociedad.

12. También necesitan signos de esperanza aquellos que en sí mismos la representan: los jóvenes. Ellos, lamentablemente, con frecuencia ven que sus sueños se derrumban. No podemos decepcionarlos; en su entusiasmo se fundamenta el porvenir. Es hermoso verlos liberar energías, por ejemplo cuando se entregan con tesón y se comprometen voluntariamente en las situaciones de catástrofe o de inestabilidad social. Sin embargo, resulta triste ver jóvenes sin esperanza. Por otra parte, cuando el futuro se vuelve incierto e impermeable a los sueños; cuando los estudios no ofrecen oportunidades y la falta de trabajo o de una ocupación suficientemente estable amenazan con destruir los deseos, entonces es inevitable que el presente se viva en la melancolía y el aburrimiento. La ilusión de las drogas, el riesgo de caer en la delincuencia y la búsqueda de lo efímero crean en ellos, más que en otros, confusión y oscurecen la belleza y el sentido de la vida, abatiéndolos en abismos oscuros e induciéndolos a cometer gestos autodestructivos. Por eso, que el Jubileo sea en la Iglesia una ocasión para estimularlos. Ocupémonos con ardor renovado de los jóvenes, los estudiantes, los novios, las nuevas generaciones. ¡Que haya cercanía a los jóvenes, que son la alegría y la esperanza de la Iglesia y del mundo!

13. No pueden faltar signos de esperanza hacia los migrantes, que abandonan su tierra en busca de una vida mejor para ellos y sus familias. Que sus esperanzas no se vean frustradas por prejuicios y cerrazones; que la acogida, que abre los brazos a cada uno en razón de su dignidad, vaya acompañada por la responsabilidad, para que a nadie se le niegue el derecho a construir un futuro mejor. Que a los numerosos exiliados, desplazados y refugiados, a quienes los conflictivos sucesos internacionales obligan a huir para evitar guerras, violencia y discriminaciones, se les garantice la seguridad, el acceso al trabajo y a la instrucción, instrumentos necesarios para su inserción en el nuevo contexto social.

Que la comunidad cristiana esté siempre dispuesta a defender el derecho de los más débiles. Que generosamente abra de par en par sus acogedoras puertas, para que a nadie le falte nunca la esperanza de una vida mejor. Que resuene en nuestros corazones la Palabra del Señor que, en la parábola del juicio final, dijo: «estaba de paso, y me alojaron», porque «cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,35.40).

14. Signos de esperanza merecen los ancianos, que a menudo experimentan soledad y sentimientos de abandono. Valorar el tesoro que son, sus experiencias de vida, la sabiduría que tienen y el aporte que son capaces de ofrecer, es un compromiso para la comunidad cristiana y para la sociedad civil, llamadas a trabajar juntas por la alianza entre las generaciones.

Dirijo un recuerdo particular a los abuelos y a las abuelas, que representan la transmisión de la fe y la sabiduría de la vida a las generaciones más jóvenes. Que sean sostenidos por la gratitud de los hijos y el amor de los nietos, que encuentran en ellos arraigo, comprensión y aliento.

15. Imploro, de manera apremiante, esperanza para los millares de pobres, que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir. Frente a la sucesión de oleadas de pobreza siempre nuevas, existe el riesgo de acostumbrarse y resignarse. Pero no podemos apartar la mirada de situaciones tan dramáticas, que hoy se constatan en todas partes y no sólo en determinadas zonas del mundo. Encontramos cada día personas pobres o empobrecidas que a veces pueden ser nuestros vecinos. A menudo no tienen una vivienda, ni la comida suficiente para cada jornada. Sufren la exclusión y la indiferencia de muchos. Es escandaloso que, en un mundo dotado de enormes recursos, destinados en gran parte a los armamentos, los pobres sean «la mayor parte […], miles de millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar». [7] No lo olvidemos: los pobres, casi siempre, son víctimas, no culpables.

Llamamientos a la esperanza

16. Haciendo eco a la palabra antigua de los profetas, el Jubileo nos recuerda que los bienes de la tierra no están destinados a unos pocos privilegiados, sino a todos. Es necesario que cuantos poseen riquezas sean generosos, reconociendo el rostro de los hermanos que pasan necesidad. Pienso de modo particular en aquellos que carecen de agua y de alimento. El hambre es un flagelo escandaloso en el cuerpo de nuestra humanidad y nos invita a todos a sentir remordimiento de conciencia. Renuevo el llamamiento a fin de que «con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares, constituyamos un Fondo mundial, para acabar de una vez con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres, de tal modo que sus habitantes no acudan a soluciones violentas o engañosas ni necesiten abandonar sus países para buscar una vida más digna». [8]

Hay otra invitación apremiante que deseo dirigir en vista del Año jubilar; va dirigida a las naciones más ricas, para que reconozcan la gravedad de tantas decisiones tomadas y determinen condonar las deudas de los países que nunca podrán saldarlas. Antes que tratarse de magnanimidad es una cuestión de justicia, agravada hoy por una nueva forma de iniquidad de la que hemos tomado conciencia: «Porque hay una verdadera “deuda ecológica”, particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países». [9] Como enseña la Sagrada Escritura, la tierra pertenece a Dios y todos nosotros habitamos en ella como «extranjeros y huéspedes» ( Lv 25,23). Si verdaderamente queremos preparar en el mundo el camino de la paz, esforcémonos por remediar las causas que originan las injusticias, cancelemos las deudas injustas e insolutas y saciemos a los hambrientos.

17. Durante el próximo Jubileo se conmemorará un aniversario muy significativo para todos los cristianos. Se cumplirán, en efecto, 1700 años de la celebración del primer gran Concilio ecuménico de Nicea. Conviene recordar que, desde los tiempos apostólicos, los pastores se han reunido en asambleas en diversas ocasiones con el fin de tratar temáticas doctrinales y cuestiones disciplinares. En los primeros siglos de la fe los sínodos se multiplicaron tanto en el Oriente como en el Occidente cristianos, mostrando cuánto fuese importante custodiar la unidad del Pueblo de Dios y el anuncio fiel del Evangelio. El Año jubilar podrá ser una oportunidad significativa para dar concreción a esta forma sinodal, que la comunidad cristiana advierte hoy como expresión cada vez más necesaria para corresponder mejor a la urgencia de la evangelización: que todos los bautizados, cada uno con su propio carisma y ministerio, sean corresponsables, para que por la multiplicidad de signos de esperanza testimonien la presencia de Dios en el mundo.

El Concilio de Nicea tuvo la tarea de preservar la unidad, seriamente amenazada por la negación de la plena divinidad de Jesucristo y de su misma naturaleza con el Padre. Estuvieron presentes alrededor de trescientos obispos, que se reunieron en el palacio imperial el 20 de mayo del año 325, convocados por iniciativa del emperador Constantino. Después de diversos debates, todos ellos, movidos por la gracia del Espíritu, se identificaron en el Símbolo de la fe que todavía hoy profesamos en la Celebración eucarística dominical. Los padres conciliares quisieron comenzar ese Símbolo utilizando por primera vez la expresión «Creemos» [10], como testimonio de que en ese “nosotros” todas las Iglesias se reconocían en comunión, y todos los cristianos profesaban la misma fe.

El Concilio de Nicea marcó un hito en la historia de la Iglesia. La conmemoración de esa fecha invita a los cristianos a unirse en la alabanza y el agradecimiento a la Santísima Trinidad y en particular a Jesucristo, el Hijo de Dios, «de la misma naturaleza del Padre» [11], que nos ha revelado semejante misterio de amor. Pero Nicea también representa una invitación a todas las Iglesias y comunidades eclesiales a seguir avanzando en el camino hacia la unidad visible, a no cansarse de buscar formas adecuadas para corresponder plenamente a la oración de Jesús: «Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste» ( Jn 17,21).

En el Concilio de Nicea se trató además el tema de la fecha de la Pascua. A este respecto, todavía hoy existen diferentes posturas, que impiden celebrar el mismo día el acontecimiento fundamental de la fe. Por una circunstancia providencial, esto tendrá lugar precisamente en el Año 2025. Que este acontecimiento sea una llamada para todos los cristianos de Oriente y de Occidente a realizar un paso decisivo hacia la unidad en torno a una fecha común para la Pascua. Muchos, es bueno recordarlo, ya no tienen conocimiento de las disputas del pasado y no comprenden cómo puedan subsistir divisiones al respecto.

Anclados en la esperanza

18. La esperanza, junto con la fe y la caridad, forman el tríptico de las “virtudes teologales”, que expresan la esencia de la vida cristiana (cf. 1 Co 13,13; 1 Ts 1,3). En su dinamismo inseparable, la esperanza es la que, por así decirlo, señala la orientación, indica la dirección y la finalidad de la existencia cristiana. Por eso el apóstol Pablo nos invita a “alegrarnos en la esperanza, a ser pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración” (cf. Rm 12,12). Sí, necesitamos que “sobreabunde la esperanza” (cf. Rm 15,13) para testimoniar de manera creíble y atrayente la fe y el amor que llevamos en el corazón; para que la fe sea gozosa y la caridad entusiasta; para que cada uno sea capaz de dar aunque sea una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito, sabiendo que, en el Espíritu de Jesús, esto puede convertirse en una semilla fecunda de esperanza para quien lo recibe. Pero, ¿cuál es el fundamento de nuestra espera? Para comprenderlo es bueno que nos detengamos en las razones de nuestra esperanza (cf. 1 P 3,15).

19. «Creo en la vida eterna» [12]: así lo profesa nuestra fe y la esperanza cristiana encuentra en estas palabras una base fundamental. La esperanza, en efecto, «es la virtud teologal por la que aspiramos […] a la vida eterna como felicidad nuestra». [13] El Concilio Ecuménico Vaticano II afirma: «Cuando […] faltan ese fundamento divino y esa esperanza de la vida eterna, la dignidad humana sufre lesiones gravísimas —es lo que hoy con frecuencia sucede—, y los enigmas de la vida y de la muerte, de la culpa y del dolor, quedan sin solucionar, llevando no raramente al hombre a la desesperación». [14] Nosotros, en cambio, en virtud de la esperanza en la que hemos sido salvados, mirando al tiempo que pasa, tenemos la certeza de que la historia de la humanidad y la de cada uno de nosotros no se dirigen hacia un punto ciego o un abismo oscuro, sino que se orientan al encuentro con el Señor de la gloria. Vivamos por tanto en la espera de su venida y en la esperanza de vivir para siempre en Él. Es con este espíritu que hacemos nuestra la ardiente invocación de los primeros cristianos, con la que termina la Sagrada Escritura: «¡Ven, Señor Jesús!» ( Ap 22,20).

20. Jesús muerto y resucitado es el centro de nuestra fe. San Pablo, al enunciar en pocas palabras este contenido —utiliza sólo cuatro verbos—, nos transmite el “núcleo” de nuestra esperanza: «Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Pedro y después a los Doce» ( 1 Co 15,3-5). Cristo murió, fue sepultado, resucitó, se apareció. Por nosotros atravesó el drama de la muerte. El amor del Padre lo resucitó con la fuerza del Espíritu, haciendo de su humanidad la primicia de la eternidad para nuestra salvación. La esperanza cristiana consiste precisamente en esto: ante la muerte, donde parece que todo acaba, se recibe la certeza de que, gracias a Cristo, a su gracia, que nos ha sido comunicada en el Bautismo, «la vida no termina, sino que se transforma» [15] para siempre. En el Bautismo, en efecto, sepultados con Cristo, recibimos en Él resucitado el don de una vida nueva, que derriba el muro de la muerte, haciendo de ella un pasaje hacia la eternidad. 

Y si bien, frente a la muerte —dolorosa separación que nos obliga a dejar a nuestros seres más queridos— no cabe discurso alguno, el Jubileo nos ofrecerá la oportunidad de redescubrir, con inmensa gratitud, el don de esa vida nueva recibida en el Bautismo, capaz de transfigurar su dramaticidad. En el contexto jubilar, es significativo reflexionar sobre cómo se ha comprendido este misterio desde los primeros siglos de nuestra fe. Por ejemplo, los cristianos, durante mucho tiempo construyeron la pila bautismal de forma octogonal, y todavía hoy podemos admirar muchos bautisterios antiguos que conservan dicha forma, como en San Juan de Letrán en Roma. Esto indica que en la fuente baustismal se inaugura el octavo día, es decir, el de la resurrección, el día que va más allá del tiempo habitual, marcado por la sucesión de las semanas, abriendo así el ciclo del tiempo a la dimensión de la eternidad, a la vida que dura para siempre. Esta es la meta a la que tendemos en nuestra peregrinación terrena (cf. Rm 6,22).

El testimonio más convincente de esta esperanza nos lo ofrecen los mártires, que, firmes en la fe en Cristo resucitado, supieron renunciar a la vida terrena con tal de no traicionar a su Señor. Ellos están presentes en todas las épocas y son numerosos, quizás más que nunca en nuestros días, como confesores de la vida que no tiene fin. Necesitamos conservar su testimonio para hacer fecunda nuestra esperanza.

Estos mártires, pertenecientes a las diversas tradiciones cristianas, son también semillas de unidad porque expresan el ecumenismo de la sangre. Durante el Jubileo, por lo tanto, mi vivo deseo es que haya una celebración ecuménica donde se ponga de manifiesto la riqueza del testimonio de estos mártires.

21. ¿Qué será de nosotros, entonces, después de la muerte? Más allá de este umbral está la vida eterna con Jesús, que consiste en la plena comunión con Dios, en la contemplación y participación de su amor infinito. Lo que ahora vivimos en la esperanza, después lo veremos en la realidad. San Agustín escribía al respecto: «Cuando me haya unido a Ti con todo mi ser, nada será para mí dolor ni pena. Será verdadera vida mi vida, llena de Ti». [16] ¿Qué caracteriza, por tanto, esta comunión plena? El ser felices. La felicidad es la vocación del ser humano, una meta que atañe a todos.

Pero, ¿qué es la felicidad? ¿Qué felicidad esperamos y deseamos? No se trata de una alegría pasajera, de una satisfacción efímera que, una vez alcanzada, sigue pidiendo siempre más, en una espiral de avidez donde el espíritu humano nunca está satisfecho, sino que más bien siempre está más vacío. Necesitamos una felicidad que se realice definitivamente en aquello que nos plenifica, es decir, en el amor, para poder exclamar, ya desde ahora: Soy amado, luego existo; y existiré por siempre en el Amor que no defrauda y del que nada ni nadie podrá separarme jamás. Recordemos una vez más las palabras del Apóstol: «Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor» (Rm 8,38-39).

22. Otra realidad vinculada con la vida eterna es el juicio de Dios, que tiene lugar tanto al culminar nuestra existencia terrena como al final de los tiempos. Con frecuencia, el arte ha intentado representarlo —pensemos en la obra maestra de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina— acogiendo la concepción teológica de su tiempo y transmitiendo a quien observa un sentimiento de temor. Aunque es justo disponernos con gran conciencia y seriedad al momento que recapitula la existencia, al mismo tiempo es necesario hacerlo siempre desde la dimensión de la esperanza, virtud teologal que sostiene la vida y hace posible que no caigamos en el miedo. El juicio de Dios, que es amor (cf. 1 Jn 4,8.16), no podrá basarse más que en el amor, de manera especial en cómo lo hayamos ejercitado respecto a los más necesitados, en los que Cristo, el mismo Juez, está presente (cf. Mt 25,31-46). Se trata, por lo tanto, de un juicio diferente al de los hombres y los tribunales terrenales; debe entenderse como una relación en la verdad con Dios amor y con uno mismo en el corazón del misterio insondable de la misericordia divina. En este sentido, la Sagrada Escritura afirma: «Tú enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser amigo de los hombres y colmaste a tus hijos de una feliz esperanza, porque, después del pecado, das lugar al arrepentimiento […] y, al ser juzgados, contamos con tu misericordia» ( Sb 12,19.22). Como escribía Benedicto XVI,«en el momento del Juicio experimentamos y acogemos este predominio de su amor sobre todo el mal en el mundo y en nosotros.El dolor del amor se convierte en nuestra salvación y nuestra alegría». [17]

El Juicio, entonces, se refiere a la salvación que esperamos y que Jesús nos ha obtenido con su muerte y resurrección. Por lo tanto, está dirigido a abrirnos al encuentro definitivo con Él. Y dado que no es posible pensar en ese contexto que el mal realizado quede escondido, este necesita ser purificado, para permitirnos el paso definitivo al amor de Dios. Se comprende en este sentido la necesidad de rezar por quienes han finalizado su camino terreno; solidarizándose en la intercesión orante que encuentra su propia eficacia en la comunión de los santos, en el vínculo común que nos une con Cristo, primogénito de la creación. De esta manera la indulgencia jubilar, en virtud de la oración, está destinada en particular a los que nos han precedido, para que obtengan plena misericordia.

23. La indulgencia, en efecto, permite descubrir cuán ilimitada es la misericordia de Dios. No sin razón en la antigüedad el término “misericordia” era intercambiable con el de “indulgencia”, precisamente porque pretende expresar la plenitud del perdón de Dios que no conoce límites.

El sacramento de la Penitencia nos asegura que Dios quita nuestros pecados. Resuenan con su carga de consuelo las palabras del Salmo: «Él perdona todas tus culpas y cura todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura. […] El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; […] no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas. Cuanto se alza el cielo sobre la tierra, así de inmenso es su amor por los que lo temen; cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados» (Sal 103,3-4.8.10-12). La Reconciliación sacramental no es sólo una hermosa oportunidad espiritual, sino que representa un paso decisivo, esencial e irrenunciable para el camino de fe de cada uno. En ella permitimos que Señor destruya nuestros pecados, que sane nuestros corazones, que nos levante y nos abrace, que nos muestre su rostro tierno y compasivo. No hay mejor manera de conocer a Dios que dejándonos reconciliar con Él (cf. 2 Co 5,20), experimentando su perdón. Por eso, no renunciemos a la Confesión, sino redescubramos la belleza del sacramento de la sanación y la alegría, la belleza del perdón de los pecados.

Sin embargo, como sabemos por experiencia personal, el pecado “deja huella”, lleva consigo unas consecuencias; no sólo exteriores, en cuanto consecuencias del mal cometido, sino también interiores, en cuanto «todo pecado, incluso venial, entraña apego desordenado a las criaturas que es necesario purificar, sea aquí abajo, sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio». [18] Por lo tanto, en nuestra humanidad débil y atraída por el mal, permanecen los “efectos residuales del pecado”. Estos son removidos por la indulgencia, siempre por la gracia de Cristo, el cual, como escribió san Pablo VI, es «nuestra “indulgencia”». [19] La Penitenciaría Apostólica se encargará de emanar las disposiciones para poder obtener y hacer efectiva la práctica de la indulgencia jubilar.

Esa experiencia colma de perdón no puede sino abrir el corazón y la mente a perdonar. Perdonar no cambia el pasado, no puede modificar lo que ya sucedió; y, sin embargo, el perdón puede permitir que cambie el futuro y se viva de una manera diferente, sin rencor, sin ira ni venganza. El futuro iluminado por el perdón hace posible que el pasado se lea con otros ojos, más serenos, aunque estén aún surcados por las lágrimas.

Durante el último Jubileo extraordinario instituí los Misioneros de la Misericordia, que siguen realizando una misión importante. Que durante el próximo Jubileo también ejerciten su ministerio, devolviendo la esperanza y perdonando cada vez que un pecador se dirige a ellos con corazón abierto y espíritu arrepentido. Que sigan siendo instrumentos de reconciliación y ayuden a mirar el futuro con la esperanza del corazón que proviene de la misericordia del Padre. Quisiera que los obispos aprovecharan su valioso servicio, enviándolos especialmente allí donde la esperanza se pone a dura prueba, como las cárceles, los hospitales y los lugares donde la dignidad de la persona es pisoteada; en las situaciones más precarias y en los contextos de mayor degradación, para que nadie se vea privado de la posibilidad de recibir el perdón y el consuelo de Dios.

24. La esperanza encuentra en la Madre de Dios su testimonio más alto. En ella vemos que la esperanza no es un fútil optimismo, sino un don de gracia en el realismo de la vida. Como toda madre, cada vez que María miraba a su Hijo pensaba en el futuro, y ciertamente en su corazón permanecían grabadas esas palabras que Simeón le había dirigido en el templo: «Este niño será causa de caída y de elevación para muchos en Israel; será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón». (Lc 2,34-35). Por eso, al pie de la cruz, mientras veía a Jesús inocente sufrir y morir, aun atravesada por un dolor desgarrador, repetía su “sí”, sin perder la esperanza y la confianza en el Señor. De ese modo ella cooperaba por nosotros en el cumplimiento de lo que había dicho su Hijo, anunciando que «debía sufrir mucho y ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar después de tres días» (Mc 8,31), y en el tormento de ese dolor ofrecido por amor se convertía en nuestra Madre, Madre de la esperanza. No es casual que la piedad popular siga invocando a la Santísima Virgen como Stella maris, un título expresivo de la esperanza cierta de que, en los borrascosos acontecimientos de la vida, la Madre de Dios viene en nuestro auxilio, nos sostiene y nos invita a confiar y a seguir esperando.

A este respecto, me es grato recordar que el Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en la Ciudad de México se está preparando para celebrar, en el 2031, los 500 años de la primera aparición de la Virgen. Por medio de Juan Diego, la Madre de Dios hacía llegar un revolucionario mensaje de esperanza que aún hoy repite a todos los peregrinos y a los fieles: «¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu madre?». [20] Un mensaje similar se graba en los corazones en tantos santuarios marianos esparcidos por el mundo, metas de numerosos peregrinos, que confían a la Madre de Dios sus preocupaciones, sus dolores y sus esperanzas. Que en este Año jubilar los santuarios sean lugares santos de acogida y espacios privilegiados para generar esperanza. Invito a los peregrinos que vendrán a Roma a detenerse a rezar en los santuarios marianos de la ciudad para venerar a la Virgen María e invocar su protección. Confío en que todos, especialmente los que sufren y están atribulados, puedan experimentar la cercanía de la más afectuosa de las madres que nunca abandona a sus hijos; ella que para el santo Pueblo de Dios es «signo de esperanza cierta y de consuelo». [21]

25. Mientras nos acercamos al Jubileo, volvamos a la Sagrada Escritura y sintamos dirigidas a nosotros estas palabras: «Nosotros, los que acudimos a él, nos sentimos poderosamente estimulados a aferrarnos a la esperanza que se nos ofrece. Esta esperanza que nosotros tenemos es como un ancla del alma, sólida y firme, que penetra más allá del velo, allí mismo donde Jesús entró por nosotros, como precursor» (Hb 6,18-20). Es una invitación fuerte a no perder nunca la esperanza que nos ha sido dada, a abrazarla encontrando refugio en Dios.

La imagen del ancla es sugestiva para comprender la estabilidad y la seguridad que poseemos si nos encomendamos al Señor Jesús, aun en medio de las aguas agitadas de la vida. Las tempestades nunca podrán prevalecer, porque estamos anclados en la esperanza de la gracia, que nos hace capaces de vivir en Cristo superando el pecado, el miedo y la muerte. Esta esperanza, mucho más grande que las satisfacciones de cada día y que las mejoras de las condiciones de vida, nos transporta más allá de las pruebas y nos exhorta a caminar sin perder de vista la grandeza de la meta a la que hemos sido llamados, el cielo.

El próximo Jubileo, por tanto, será un Año Santo caracterizado por la esperanza que no declina, la esperanza en Dios. Que nos ayude también a recuperar la confianza necesaria —tanto en la Iglesia como en la sociedad— en los vínculos interpersonales, en las relaciones internacionales, en la promoción de la dignidad de toda persona y en el respeto de la creación. Que el testimonio creyente pueda ser en el mundo levadura de genuina esperanza, anuncio de cielos nuevos y tierra nueva (cf. 2 P 3,13), donde habite la justicia y la concordia entre los pueblos, orientados hacia el cumplimiento de la promesa del Señor.

Dejémonos atraer desde ahora por la esperanza y permitamos que a través de nosotros sea contagiosa para cuantos la desean. Que nuestra vida pueda decirles: «Espera en el Señor y sé fuerte; ten valor y espera en el Señor» (Sal 27,14). Que la fuerza de esa esperanza pueda colmar nuestro presente en la espera confiada de la venida de Nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la alabanza y la gloria ahora y por los siglos futuros.

Dado en Roma, en San Juan de Letrán, el 9 de mayo, Solemnidad de la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, del año 2024, duodécimo de Pontificado.

FRANCISCO

[1] Sermón 198, 2.

[2] Cf. Fuentes Franciscanas, n. 263, 6.10.

[3] Cf. Misericordiae Vultus, Bula de convocación del Jubileo Extraordinario de la Misericordia, nn. 1-3.

[4] Const. past. Gaudium et spes, n. 4.

[5] Carta enc. Laudato si’, n. 50.

[6] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2267.

[7] Carta enc. Laudato si’, n. 49.

[8] Carta enc. Fratelli tutti, n. 262.

[9] Carta enc. Laudato si’, n. 51.

[10] Símbolo niceno: H. Denzinger – A. Schönmetzer, Enchiridion Symbolorum definitionum et declarationum de rebus fidei et morum, n. 125.

[11] Ibíd.

[12] Símbolo de los Apóstoles: H. Denzinger – A. Schönmetzer, Enchiridion Symbolorum definitionum et declarationum de rebus fidei et morum, n. 30.

[13] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1817.

[14] Const. past. Gaudium et spes, n. 21.

[15] Misal Romano, Prefacio de difuntos I.

[16] Confesiones X, 28.

[17] Carta enc. Spe salvi, n. 47.

[18] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1472.

[19] Carta ap. Apostolorum limina (23 mayo 1974), II.

[20] Nican Mopohua, n. 119.

[21] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, n. 68.

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¿Para qué sirve el Sínodo?

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NoticiaOpinión

Rafael J. Pérez Pallarés

Publicado: 10/05/2024: 24

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El Sínodo de la Sinodalidad continúa su marcha. Después de la celebración de la Primera Sesión de la Asamblea General Ordinaria, el proceso sinodal continúa dando pasos hacia la segunda sesión, que tendrá lugar en octubre. Estamos en el periodo “entre asambleas”; tiempo en el que se sigue rezando, reflexionando, proponiendo a la luz del Espíritu Santo.

Se trata, además y, sobre todo, de ir implementando el estilo y modo de ser Iglesia: la sinodalidad. Llegados a este punto estaría bien preguntarnos ¿qué creemos que nos está aportando esta preparación del Sínodo? ¿Ha calado el estilo sinodal en nosotros? ¿Seguimos implementando esta dinámica en nuestras comunidades? ¿Qué podríamos hacer para seguir abiertos a lo que el Espíritu Santo nos dice? ¿Cómo podemos llegar a vivir en plenitud una Iglesia sinodal en misión? Estas y otras preguntas facilitarán que el dinamismo sinodal cale en nuestra Diócesis y ofrezca respuesta a la pregunta: ¿para qué sirve el Sínodo?

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Rafael J. Pérez Pallarés

Rafael J. Pérez Pallarés es sacerdote diocesano y Delegado Diocesano de Medios de Comunicación. Todas las mañanas presenta y dirige el programa de Canal Sur Radio y Radio Andalucía Información “Palabras para la vida”, un programa fruto de los acuerdos entre RTVA y los obispos andaluces.

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Me gusta la tormenta y los rayos de sol que aparecen tras las nubes; tengo una amiga que dice que allí detrás está Dios, nunca me lo planteé. Me gusta el café en la mecedora del pueblo, la brisa ligera acariciada por la luz del atardecer y la mirada limpia del recién conocido mientras toma un té negro. Me gusta el silencio, la literatura y la música. Me gustan los audios de voz de los amigos y las sonrisas inevitables; también las cartas de antes que escribía mi abuelo Adolfo a máquina.

Me gusta saber cerca a Jesucristo y que lo demás no importa. Recordar con él historias, vivir el presente y emocionarme con el futuro. Saber que con él se pueden cambiar para bien las cosas. Me gusta leer y rezar con su Evangelio. Y contarlo algunas mañanas en la radio, recrearlo como cuando te preguntas quién enseñó a chupar la teta a un recién nacido si nunca tuvo una en sus labios. Me gusta cuestionarme por qué los sentimientos descolocan a la razón. Como hacía Cristo.

Me gusta sentirme vivo, reencontrarme con el pasado y las miradas que otros ya tuvieron. Me gusta la luna que te despierta en la cama a pesar de las vidas lentas y hostiles para las que hay pocas respuestas. Me gusta sentir y saber que hay gente que me quiere. Sentir y saber que Cristo no me abandona y que me quiere mucho y más.

Me gusta saber que no es tarde para empezar o poner fin, para abandonar pesados lastres y avanzar. Para amar liberado. Me gusta saber que tampoco es tarde para atreverse a ser uno mismo, para confiar de nuevo. Estamos a tiempo de entender lo que de verdad importa. Sentirse bien y asentarte en el presente mirando al futuro.

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La solidaridad de los cordobeses bate récord en la VI Cena Solidaria ‘Hermano Bonifacio’

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700 personas se reunieron en el Círculo de la Amistad en torno a la Obra Social del Hospital San Juan de Dios de Córdoba

La solidaridad de los cordobeses ha vuelto a batir récord durante la VI edición de la Cena Solidaria ‘Hermano Bonifacio’ que ha reunido a 700 personas en el Real Círculo de la Amistad en torno a la causa de la Obra Social del Hospital San Juan de Dios de Córdoba. Durante 2023, 6.700 personas se beneficiaron de los diferentes programas que la conforman, como son el de garantía alimentaria, ropería solidaria, ayudas de emergencia social o proyectos específicos para la infancia, entre otros.

Durante el acto institucional, que fue presentado por la reportera del programa de Canal Sur ‘Andalucía Directo’, Carmen Ramos, se hizo entrega de un reconocimiento especial a la Cooperativa Ganadera del Valle de los Pedroches COVAP  “por su compromiso solidario”, y en agradecimiento a la colaboración específica que mantiene con la Obra Social ‘Hermano Bonifacio’.

En este sentido, el presidente de COVAP, Ricardo Delgado aseguró que “es un honor recibir este reconocimiento, dado que nuestro modelo empresarial se asienta en las personas, con un importante componente social, más allá de intereses meramente económicos. Felicitar a la Orden San Juan de Dios por estos 90 años de servicio y atención a las personas vulnerables en Córdoba”.

Por su parte, el director gerente del Hospital San Juan de Dios de Córdoba, Horacio Pijuán, agradeció a todos los asistentes su presencia, ya que supone un importante respaldo a la labor que desarrolla la Obra Social. “Sin vuestro apoyo, no sería posible llegar a tantas personas que están atravesando una situación difícil. Por eso vuestra colaboración, no solo hoy, sino durante todo el año, es clave para seguir ayudándoles, algo que agradecemos de corazón”, resaltó. Asimismo, el gerente puso en valor el apoyo institucional, y de colectivos empresariales y personas individuales, a la Obra Social, que  contribuye a hacer frente, a la cada vez más elevada demanda.

90 años de Hospitalidad en Córdoba

El Superior del centro de la Orden Hospitalaria, Isidoro de Santiago O.H. cerró el acto haciendo alusión a los 90 años de llegada de la Orden de San Juan de Dios a Córdoba, una fecha muy señalada que se celebra este año bajo el lema ’90 años de Hospitalidad a tu lado’. “Desde el principio, los hermanos mantuvieron un fuerte compromiso con las personas más desfavorecidas de Córdoba, y con la ciudad en general. Nuestro apoyo a las familias en situación de vulnerabilidad, ha sido posible gracias a la solidaridad de los cordobeses. Este compromiso inicial se ha mantenido a lo largo de los años y se ha ido renovando y adaptando a las nuevas necesidades de la población”, destacó el Hermano Isidoro.

La VI Cena Solidaria ‘Hermano Bonifacio’ ha contado con una nutrida representación institucional entre la que se cuenta el alcalde de Córdoba, José María Bellido y la concejal de Servicios Sociales, Eva Contador; el presidente del Parlamento Andaluz, Jesús Aguirre; la subdelegada del Gobierno en Córdoba, Ana López; el consejero de Universidad, José Carlos Gómez Villamandos; el delegado territorial del gobierno andaluz en Córdoba, Adolfo Molina y las delegadas territoriales de Salud e Inclusión Social, María Jesús Botella y Mª Dolores Sánchez; el presidente de la Diputación de Córdoba, Salvador Fuentes; el presidente de la Audiencia Provincial, Francisco de Paula Zamorano o el subdelegado de Defensa en Córdoba, junto a una amplia representación del tejido empresarial, asociativo y cultural de la ciudad.

La Obra Social ‘Hermano Bonifacio’

Todo lo recaudado en la Cena Solidaria irá destinado a la Obra Social ‘Hermano Bonifacio’ que forma parte del área de Solidaridad del Hospital San Juan de Dios de Córdoba y trabaja para cubrir las necesidades básicas de alimentación, transporte o vivienda de personas en situación de vulnerabilidad a través de los programas de Garantía Alimentaria; Urgencia Social; ayuda a la infancia (Los menores, los primeros); Ropería; Alimentos Frescos; y Asesoramiento laboral y jurídico.

Solo en 2023 atendió a 3.000 familias en situación de vulnerabilidad derivadas de los Servicios Sociales municipales y de diferentes entidades sociales y parroquias, un 22 por ciento por encima de la cifra de usuarios de un año antes.

Para poder llevar a cabo dichos programas, la Obra Social destinó cerca de 300.000 euros el año pasado y repartió casi 145.000 kg de alimentos y 12.440 prendas de ropa y calzado procedente, todo ello, de las acciones solidarias llevadas a cabo y el apoyo de instituciones y particulares como el Ayuntamiento de Córdoba (mediante subvención de 50.000 euros); la Consejería de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación (mediante las ayudas del IRPF) o el Fondo de Ayuda Europeo para las Personas Más Desfavorecidas (FEAD); casi 300 socios/bienhechores que apoyaron de manera particular estos proyectos; y 45 empresas amigas que realizaron donaciones en especie. Además, la labor del voluntariado también es fundamental para desarrollar todas estas iniciativas.

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Unos 1000 alumnos de la Institución Teresiana de España inundan Guadix para participar en sus juegos deportivos

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Unos 1000 alumnos de la Institución Teresiana de España inundan Guadix para participar en sus juegos deportivos

 

Se llama Edit 2024 y se celebra en Guadix este año, por primera vez. Se trata del Encuentro deportivo de la Institución teresiana y convoca a alumnos de colegios de la Institución Teresiana de toda España para competir divirtiéndose. La inauguración de este encuentro ha tenido lugar en la tarde del jueves 9 de mayo y los juegos se desarrollarán hasta el sábado. Todas las posibilidades de alojamiento que se ofrecen en Guadix están ocupadas, porque son unos 1000 los que participan.

 

Además de jugar y competir entre centros, estos encuentro deportivos sirven para conocer la ciudad donde se realizan. Y así está siendo en Guadix. Todos los participantes visitarán los lugares más emblemáticos de la ciudad, muchos de ellos relacionados con San pedro Poveda, fundador de la Institución Teresiana. Es el caso de la Catedral, el antiguo Seminario, la Cueva Santa de Gracia, el barrio de Las Cuevas,… Sin duda, será una magnífica ocasión para acercarse más a la figura de San Pedro Poveda.

Además de juegos, hay tiempo para la convivencia, para el encuentro compartido entre los colegios de la institución. Por eso, con actividades artísticas y festivas, realizadas por los distintos colegios, ha dado comienzo este encuentro. También se expresarán en otros momentos, como cuando se celebre la Eucaristía a la que asistirán todos y que llenarán la catedral.

El Edit 2024 es una oportunidad de encuentro y convivencia a través del deporte. Es la primera vez que se celebra en Guadix y la presencia de tantos alumnos de toda España, junto con sus profesores, ya se ha dejado notar. Una muestra es la fotografía que los alumnos de un colegio de la Institución teresiana de León se han hecho en la Plaza de las Palomas, con la Catedral al fondo. Sin duda, cuando vuelvan a sus lugares de origen se llevarán el recuerdo de unas jornadas de fiesta, de convivencia y de competición en un lugar tan significativo para la Institución Teresiana.

Antonio Gómez

Delegado diocesano de MCS. Guadix

 

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Palabra de Vida de la 1º semana de mayo de 2024

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Estrenamos el mes de mayo acudiendo a la intercesión de San José, destacando su condición trabajadora. El esposo de la Virgen María y custodio del Redentor es presentado por la Iglesia como ejemplo de obrero que fue reconocido por sus contemporáneos como artesano, con cuyo trabajo y cuidado supo crear el hogar donde Jesús de Nazaret, el Salvador del mundo, nació y creció entre los hombres. Acudiendo a la intercesión de san José pedimos al Señor condiciones laborales justas, acordes con la dignidad del ser humano, para que cada persona pueda reconocer su vocación a la santidad y contribuir a la formación de una sociedad en paz.

La piedad popular asocia tradicionalmente el mes de mayo con María Santísima. El florecer de los campos se eleva como un canto de alabanza en honor de la Madre del Redentor. Como en la primera pascua cristiana de la historia, los apóstoles y discípulos, renacidos en el encuentro con Cristo Resucitado, se congregan junto a la Virgen María en la espera del Espíritu Santo. Se abre el tiempo de las romerías y peregrinaciones. Al abrigo de María renace la esperanza. Ella nos entrega y une siempre a su Hijo, ayudándonos a centrar la vida y reconocer la meta santa que nos aguarda.

Y así, de la mano de San José y en el abrazo de Santa María, avanzamos en el tiempo pascual llegando al sexto domingo en que la Iglesia pone en nuestros labios una oración que encierra el secreto de la vida feliz: la memoria de Cristo Resucitado, manifestada en la vida cotidiana nos permite superar las dificultades, ensanchar las alegrías y gustar de forma anticipada la alegría eterna que nos aguarda. Manifestemos siempre en las obras lo que guardamos en la memoria.

El evangelio de este domingo nos lleva de nuevo a las palabras de Jesús en la última cena referidas por el apóstol y evangelista san Juan. El Hijo nos ama con el amor del Padre. Si guardamos sus mandamientos permanecemos en su amor. Así nos comunica Cristo la alegría de la Trinidad Santa: hemos sido llamados a alegría plena, la cual se alcanza dejándonos amar por Cristo y compartiendo su amor con los demás. La grandeza del amor está en la donación sin condiciones. Amando así entramos en la amistad con Jesús, ponemos orden en nuestro corazón, disfrutamos la libertad de los hijos de Dios y somos capacitados para dar frutos de vida eterna.

Precisamente en este domingo que Jesús nos llama a la alegría plena se celebra la Pascua del enfermo, con la que se completa la campaña del enfermo que se inició el pasado 11 de febrero, festividad de la Virgen de Lourdes. Con el lema “dar esperanza en la tristeza” somos llamados a vivir el encuentro con Cristo en las personas que padecen la enfermedad, para que volvamos a descubrir la dignidad infinita de toda vida humana, también de la que se ve sometida a la prueba de la enfermedad. Para llevar esperanza a quienes sufren la enfermedad con tristeza y angustia, ayudemos a todos a hacer memoria de Cristo Resucitado. Su amor es más fuerte que cualquier enfermedad.

 

+ José Rico Pavés

Obispo de Asidonia-Jerez

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